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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuando la gente se moría por ser amiga de Hitler (y 4)

Emilio de Miguel Calabia el

¿Y en España? ¿Cuántos filonazis hubo? Fascistas y admiradores de la Italia de Mussolini los hubo a puñados, pero la fascinación por la Alemania nazi es harina de otro costal. En este caso, hubo dos barreras que para muchos fueron insalvables: la oposición del nazismo al cristianismo, su exaltación de lo ario que llevaba implícita la denigración de lo latino y sus políticas raciales; puede que el antisemitismo dejase indiferentes o incluso entusiasmase a algunos. Otra cosa era enterarse de que los mediterráneos morenos y bajitos eran seres humanos de segunda. En todo caso, los filonazis hispanos, que existieron, se preocuparon por borrar sus huellas después de 1945.

Resulta curioso que si uno guguelea “inglaterra+filonazis+Hitler” o “EEUU+filonazis” inmediatamente le salen resultados relevantes. En cambio, si guguelea “españoles+nazis+Hitler”, los primeros resultados hablan de los prisioneros españoles en los campos de concentración nazis o de los soldados republicanos españoles que combatieron en las filas aliadas. Por ello, la búsqueda en este caso ha sido algo más laboriosa.

El filonazi más notorio de España es Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo de Franco, que entre 1938 y 1942 ejerció un poder desmedido. El sueño de Serrano Súñer era que España se convirtiera en un cruce entre campamento militar y palacete fascista. Más tarde, el Estado totalitario alemán, al que pudo visitar, le hizo todavía más tilín. Serrano Súñer estaba convencido de que España debía de entrar en la II Guerra Mundial del lado de la Alemania nazi. A sus simpatías filonazis se sumaba su convicción de que Alemania ganaría la guerra y sacaríamos más tajada si nos aliábamos a ella. Lo curioso es que tanto Hitler como su Ministro de Exteriores Ribbentrop tenían en muy baja estima a ese filonazi entusiasta. Hitler comentaría: “Ya en mi primera entrevista con él experimenté un sentimiento de repulsión, y eso que nuestro embajador, con total ignorancia de los hechos, me lo presentó como el más ardiente germanófilo de España”. Muchos años después, tras décadas apartado del poder, y cuando pensaba en blanquear su imagen ante la Historia, Serrano Súñer afirmaría que “Hitler era, evidentemente, un loco atroz, un loco que derivó en criminal. Después de tratarle en nueve ocasiones llegué a la conclusión de que era un gran histrión. Le he visto hacer todos los papeles: de hombre terrible, de hombre tierno, de hombre razonable, de hombre intolerable”.

Los generales franquistas podían ser de simpatías monárquicas, falangistas o meramente conservadoras. Filonazis no había tantos. Ojo, distingo entre los filonazis por ideología y aquéllos que se arrimaban a la Alemania nazi, porque pensaban que iba a ganar la guerra y esperaban obtener alguna prebenda. Uno de los pocos que he oído consistentemente decir que era filonazi, es Agustín Muñoz Grandes, el general que lideró la División Azul.

Muñoz Grandes tal vez fuera el único español al que Hitler admiró de verdad. Hitler comentó en su momento: “En la primera ocasión, condecoraré a Muñoz Grandes con la Cruz de Hierro con Hojas de roble y brillantes. Será una buena inversión. Los soldados, sea cual fuere su origen, se entusiasman siempre por un jefe valeroso”. Y lo cumplió, aunque no lo hizo movido únicamente por la valentía del general, sino que tenía una agenda oculta: “Será difícil encontrar a personas capaces de resolver la situación política española. Debemos promover tanto como podamos la popularidad de Muñoz Grandes, que es un hombre enérgico, y por ello el más adecuado”. Hitler, que detestaba a Serrano Súñer y encontraba a Franco demasiado gallego, jugueteó con la idea de buscar el reemplazo de Franco por un general filoalemán, que pudiera meter más a España en la guerra del lado alemán. Le llegaron a Franco los ecos de la jugada y en un pispás, le dió a Muñoz Grandes una patada hacia arriba, designándole a un puesto de relumbrón, pero sin mando directo sobre tropas.

El nazismo atrajo a más intelectuales españoles de los que pensaríamos. El primero acaso fuera Ramiro Ledesma Ramos, quien en sus tiempos de estudiante se había interesado por Martin Heidegger. Él fue de los primeros en interesarse por el ascenso del partido nazi y su periódico, “La Conquista del Estado”, publicaría extractos del “Mein Kampf”. Como el nazismo haría en Alemania, Ledesma Ramos abogaría por aprovechar el espíritu revolucionario de la clase obrera, redirigiéndolo hacia el nazismo. No es tan descabellado como suena. Los extremos se tocan y no pocos obreros comunistas alemanes terminaron en el bando nazi. Nunca sabremos cómo habría evolucionado ideológicamente Ledesma Ramos, dado que fue fusilado al comienzo de la Guerra Civil.

Otro de los primeros filonazis fue Ernesto Giménez Caballero, aunque se trata de un personaje tan incalificable, que no sé si esa etiqueta o cualquier otra le corresponde. Giménez Caballero iba de fascista, de futurista y de cualquier cosa que espantase a los burgueses sensatos. En sus inicios Ledesma y Giménez Caballero simpatizaron y colaboraron juntos, siendo Giménez Caballero uno de los colaboradores de “La Conquista del Estado”. Pero Giménez Caballero no pasaría a la Historia tanto por su literatura y su filosofía, como por sus boutades. La principal de ellas: que Pilar Primo de Rivera se casase con Hitler, para unir lo germánico con lo mediterráneo, como habían estado unidos durante los Austrias, y acaso engendrasen a un nuevo Carlos V, al que Giménez Caballero se refirió una vez en estos términos: “nuestro hitleriano, nuestro racista germánico, con sus ojos color de lago y avidez de águila cabalgando entre cebizas, encinas jupiterinas, árboles cesáreos”.

Otra historia de Giménez Caballero, que no sé si creerme; pero con él todo era posible. El hispanista Arturo Farinelli le presentó al siniestro Goebbels y trabaron algún tipo de amistad estrafalaria. La nochebuena de 1941 Giménez Caballero cenó en casa de los Goebbels. A éste le regaló un capote de luces para que torease a Churchill y con los niños montó un belén. Incluso dijo que hubo un amago de flirteo mutuo entre él y la bellísima Magda Goebbels.

Si tuviera que resumir esta entrada, diría que Hitler apareció en la escena política europea como algo novedoso. Un hombre joven, capaz de plantarle cara al comunismo y que traía un discurso distinto del de los caducos líderes demócratas, que cada vez fascinaban menos al electorado. Desde la lejanía, uno podía hacerse un Hitler a medida: podía obviar la parte racista de su mensaje e insistir en el antibolchevismo, podía subrayar la recuperación económica y olvidarse de cómo había dinamitado la democracia. Sus seguidores fueron variados: miembros de la élite resentidos o atemorizados ante el ascenso del bolchevismo, nacionalistas ambiciosos, antisemitas furibundos y, finalmente, tipos chuscos a lo Giménez Caballero. No, no había mucha diferencia entre los seguidores de Hitler de antaño y los de Putin de hodierno.

 

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