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América en el mundo. Una Historia de la diplomacia norteamericana (5)

Emilio de Miguel Calabia el

Una preocupación adicional era qué hacer con la Alemania vencida. El secretario de estado del Tesoro, Henry Morgenthau Jr. había propuesto en 1944 la desindustrialización completa de Alemania para convertirla en una nación agrícola y ganadera. El plan incluía la división del país en estados más pequeños y desmilitarizados. Algunos territorios industriales clave, como el Ruhr, quedarían bajo control internacional. El Plan nunca despertó entusiasmos. La opinión generalizada es que se trataba de una propuesta poco práctica.

La persona que le dio la vuelta a la situación fue el general Lucius Clay, que estaba al frente del gobierno militar norteamericano en Alemania. Clay quería que los alemanes pudieran iniciar la reconstrucción cuanto antes, darse un régimen democrático y convertirse en “ciudadanos del mundo otra vez”. Clay detuvo la entrega de las reparaciones de guerra y abogó por la unificación de las zonas de ocupación.

Pero Alemania presentaba otro problema. Muchos europeos aún miraban con desconfianza a Alemania. Sin embargo, a la larga se impuso la posición más sensata: si se iba a crear una suerte de integración europea, la incorporación de Alemania era ineludible. Los soviéticos no lo vieron así y para descarrilar la recuperación de Alemania occidental organizaron el bloqueo de Berlín, al tiempo que daban los primeros pasos para establecer en su zona de ocupación una Estado comunista.

Fueron los desacuerdos con los soviéticos en torno a Alemania, los que más pusieron en evidencia los problemas de seguridad en el espacio euroatlántico. Una cosa era haber perdido Checoslovaquia y Polonia frente a los soviéticos; otra muy distinta era perder Alemania. Era necesario: 1) Dar seguridades a los europeos ante una recuperación del poderío alemán; 2) Dar una repuesta a la amenaza soviética. Pero nada de eso sería posible sin EEUU.

El 17 de marzo de 1948 el Reino Unido, Francia y los tres países del Benelux crearon la Unión Europea Occidental, cuya finalidad esencial era la mutua asistencia en caso de que se repitiera la amenaza alemana. Sin embargo, el golpe de estado de Praga de 1948 mostró a los decisores norteamericanos que la UEO no bastaba y por primera vez en su Historia, EEUU se avino a comprometerse con Europa en una alianza formal. La OTAN estaba a punto de nacer.

Me he detenido especialmente en este capítulo que además es el más largo del libro porque describe cómo EEUU creó el orden liberal en el que hemos vivido hasta 2000 y que ahora Trump ha terminado de desmontar. Los elementos principales de este orden eran: 1) Recuperación de Europa y promoción de su integración, aunque todavía no se supera bien adónde llevaría esa integración; 2) Integración en el sistema de una Alemania democrática, que con el tiempo se convertiría en el motor político de Europa; 3) Creación de un sistema comercial multilateral liberal; 4) Garantía de seguridad proporcionada por la OTAN; 5) EEUU como promotora del sistema y como garante de su funcionamiento.

En mi opinión este sistema empezó a descomponerse durante la primera presidencia de George W. Bush. Las guerras de Iraq y Afganistán,- sobre todo la primera, dieron por tierra la imagen de EEUU como hegemón benévolo e imbatible (su derrota en Vietnam tuvo un efecto duro sobre su imagen, pero no fue duradero). La crisis financiera de 2008 en la que EEUU tuvo que pedir la colaboración de China, mostró sus costuras financieras y los problemas del modelo neoliberal que llevaba años promoviendo. La presidencia de Obama fue el momento en el que EEUU vio que no podía estar presente en todas partes y que debía priorizar. Finalmente en su segundo mandato Trump está dinamitando lo que quedaba de orden liberal. Está explotando a sus aliados y creando resentimientos que algún día le pasarán factura y ha echado por tierra lo que quedaba de la imagen de EEUU como potencia defensora de principios y valores democráticos. Peor todavía: podría servir para cementar las relaciones entre sus rivales.

Inevitablemente, Zoellick les dedica capitulos a Kennedy, a Johnson y a Nixon y Kissinger (obsérvese la gran influencia que tuvo Kissinger que es el único Secretario de Estado al que Zoellick coloca a la par que el presidente en el capítulo correspondiente). Voy a detenerme en el capítulo dedicado a Ronald Reagan, un presidente que nunca terminó de caer bien en Europa, salvo a Margaret Tatcher.

Cuando Reagan asumió el poder en 1981, las perspectivas de EEUU eran cualquier cosa menos gloriosas. Aún se sentían los efectos del shock petrolero de 1973 en forma de desempleo e inflación. En el último lustro la posición internacional de EEUU se había debilitado: la derrota en Vietnam, la victoria de los sandinistas en Nicaragua, la revolución islámica que llevó a la desaparición del régimen pro-occidental del shah… La impresión era que EEUU estaba en declive, mientras que la URSS estaba en ascenso.

Tal vez lo más destacado de Reagan como estadista fuera su tendencia a ponerlo todo en términos simples, algo que iba bien con su inteligencia más bien superficial (superficial pero no tonta). Reagan centró la política exterior de su mandato en derrotar a la URSS en la Guerra Fría. En sus propios términos: “Nosotros ganamos y ellos pierden”. Esta aproximación no gustó a muchos, que pensaron que Reagan era un halcón que estaba volviendo a la retórica y los modos de la década de los 50. La primera reacción de los rusos a los inicios de Reagan fue una de pasmo y enfado.

Reagan quería simultáneamente minar la URSS e involucrarse con ella. Pensaba que la economía norteamericana podía ganar la batalla tecnológica y que la débil economía soviética no sería capaz de seguirla. Esto fue un mérito de Reagan. En aquellos tiempos muy pocos se dieron cuenta del estado patético de la economía soviética. Reagan también pensaba que si el Ejército Rojo se retiraba de Europa del Este, sus países optarían por seguir sus propios caminos. Esta profecía resultaba bastante más sencilla, dada la manera en la que la hegemonía soviética se mantenía por la fuerza de las armas. También pensaba que la opinión pública norteamericana apoyaría un gran rearme si iba acompañado de cooperación con Moscú.

Zoellick resume los cinco principios en que Reagan basó su política para devolver a EEUU la confianza y encarrilarla por buen camino:

1) La recuperación económica mediante el recorte del gasto y de los impuestos, la desregulación y las políticas monetarias para reducir la inflación, o sea, seguir las ideas defendidas por Milton Friedman, que estaban en la base de lo que se denominaría neoliberalismo. Durante muchos años se insistió en los efectos positivos de estas políticas que, efectivamente los tuvieron. Pero sólo mucho más tarde comenzaron a verse los efectos negativos, con los que aún estamos viviendo: aumento de la desigualdad, déficits fiscales masivos (con Reagan comienza el patrón por el cual los republicanos dejan un déficit masivo con sus recortes de impuestos y son los demócratas los que tienen que resolver el marrón que les han dejado), desindustrialización (en estos años comenzó la carrera por llevarse las fábricas a China, donde los salarios eran mucho más bajos), recortes en el gasto social y consolidación del poder de las grandes empresas.

2) Reconstruir el poderío militar norteamericano, en la convicción de que la economía soviética no podría permitirse la carrera de armamentos a la que le sometería EEUU.

3) Desde una posición de superioridad armamentística, negociar reducciones de armas, especialmente las nucleares. Reagan sentía un rechazo instintivo hacia las armas nucleares.

4) La promoción de la democracia y la libertad como manera de deslegitimar al sistema comunista. Años después la promoción de la democracia en Iraq primero y luego en el resto de Oriente Medio fue uno de los argumentos espúreos utilizados por George W. Bush para defender la invasión de Iraq en 2003. Lo que había funcionado en tiempos de Reagan, había dejado de hacerlo a comienzos del siglo XXI.

5) Proteger a los ciudadanos norteamericanos de la amenaza nuclear mediante el establecimiento de una suerte de escudo; la famosa Iniciativa de Defensa Estratégica, que tanto irritó a los soviéticos. La razón de la irritación fue que la disuasión nuclear funcionaba porque no había defensa efectiva contra un ataque nuclear, con lo que ambas partes sabían que el recurso a las armas nucleares llevaría a la destrucción mutua. El escudo propuesto por Reagan eliminaba la disuasión.

La estrategia de Reagan funcionó porque la URSS se encontraba en una situación mucho más crítica de lo que se imaginaban los expertos. Otro factor que coadyuvó fue Mijail Gorbachov, un Secretario General del PCUS innovador, que estaba dispuesto a probar nuevas fórmulas para salvar a una URSS que se venía abajo. La estrategia de Reagan con Brezchnev y con la URSS de los 70, aún no debilitada por la guerra de Afganistán y con una economía que todavía no había colapsado, no habría funcionado.

 

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