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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La novela de aprendizaje homosexual

Emilio de Miguel Calabia el

El Bildungsroman o novela de aprendizaje es un género literario bien establecido. Cuenta la llegada a la adolescencia del protagonista, al que de una patada en el culo la vida le saca de la inconsciencia del mundo infantil a la crueldad del mundo adulto, y cómo tiene que aprender las mañas necesarias para sobrevivir en ese mundo cruel. Novelas de aprendizaje clásicas son “La cartuja de Parma” de Stendhal y “Demian” de Hermann Hesse.

Una categoría especial de la novela de aprendizaje es aquella en la que el protagonista, además de tener que salir a ese mundo cruel, va descubriendo que es homosexual, lo que convierte a ese mundo en algo doblemente cruel, al menos en sociedades donde la homosexualidad no está tolerada. Una gran parte del drama de salir al mundo adulto (¿ya he dicho que ese mundo es cruel?) ocurre en la cabeza del protagonista. Los sentimientos de temor porque descubran su secreto, de autorrechazo y de estupor al descubrir que no son como los demás, son comunes en estas novelas. Las novelas de autodescubrimiento homosexual suelen ser más íntimas y ahora que el género ha caído en una cierta obsolescencia, tal vez sean el subgénero dentro del mismo que mejor aguanta.

Una de las más celebradas es “La historia particular de un muchacho” de Edmund White. La novela tiene todos los elementos clásicos: la sensación de aislamiento, de ser un ser diferente en un medio hostil; la infatuación con otro chico; el intento de combatir la homosexualidad, jugando al heterosexual, por ejemplo invitando a salir a la chica más guapa de la clase; el intento más serio de “curar” la homosexualidad, acudiendo a un terapeuta… La novela termina con el protagonista conociéndose algo mejor y deseando la cuadratura del círculo: amar a un hombre y ser heterosexual.

Más próxima a nosotros es “El amor del revés” de Luisgé Martín. Mientras que Edmund White novela su propia biografía, Luisgé Martin no novela, sino que cuenta las cosas como fueron. El sentimiento predominante en su novela es el de la vergüenza. Desde que empieza a barruntar que podría ser homosexual, su ruego es no serlo: “… me arrodillaba y le pedía a Dios que me gustaran [las chicas]. Le pedía que en mis pensamientos impuros sólo hubiera chicas.” Más tarde, cuando tiene que acabar reconociendo que lo es, se hace el firme propósito de que no permitirá nunca que nadie se entere. Así, entre culpa y vergüenza se le van pasando la adolescencia y la primera juventud hasta que finalmente acaba aceptándose plenamente y a la manera de las películas de Hollywood, encuentra el amor con otro hombre y se casa con él (nunca he tenido claro que un final con boda sea un final feliz y me hace gracia que después de años de lucha los homosexuales hayan hecho suyo el modelo rancio de “y vivieron felices y comieron perdices”, en el mismo momento en el que muchos heterosexuales empiezan a dudar de él).

Terenci Moix en los dos primeros volúmenes de sus semimemorias (las denomino “semimemorias” porque Moix era muy mistificador y exagerado y sospecho que hay una parte de lo que cuenta que está embellecido, cuando no directamente inventado) “El peso de la paja” y “El beso de Peter Pan” cuenta la historia de un niño solitario, lector y mitómano, hijo de padre muy putero, que va dándose cuenta de que es homosexual. El descubrir de su homosexualidad está narrado a la manera de Moix, con un punto de ligereza que le resta dramatismo y que le ayuda a contemplar con sorna a aquellos heterosexuales que denuestan de la homosexualidad.

Ese dramatismo, muy poco moixiano, está en cambio muy presente en la descripción de su primera pena de amor. Otro chico, Roberto, le hace avances, que Moix elude burlón, no queriendo reconocer del todo su homosexualidad. Cuando finalmente Moix dice que sí, la misma noche que se iban a emparejar, un cubano mayor y muy vivido se les cruza en el camino y le roba a Roberto. El relato del desgarro sentido por ese amor fracasado es de los pocos textos realmente dramáticos que he leído de Moix. Ni un escritor juguetón e irónico como él, es capaz de mantener la ironía ante el drama del desamor.

Mucho mejor que las anteriores es una novela, que ni tan siquiera es autobiográfica. Se trata de “La ciudad y el pilar” de Gore Vidal. Para el protagonista de la novela, Jim Willard, el descubrimiento de la homosexualidad no supone un cataclismo. Se da cuenta de que lo es tras una cita doble, en la que no consigue interesarse por su compañera. Willard tiene menos problemas que White, Martín y Moix, en aceptarse y comenzar a vivir una vida homosexual plena y realizada. Ahí se ve que es un personaje de ficción.

La novela termina con un punto de amargura. Willard se reencuentra con su antiguo mejor amigo, Bob Ford, del que estuvo enamorado y con el que incluso una vez llegó a tener relaciones sexuales. Willard trata de restablecer el contacto que tuvieron e iniciar una relación. Ford, que se ha casado mientras tanto, reacciona con espanto. Pelean. Willard noquea a Ford. Le viola y se marcha. Bueno, es algo más que un punto de amargura. He leído en alguna parte que los editores impusieron a Vidal un final deprimente. Eran los años 40 y no se podía permitir que los homosexuales fueran felices y comieran perdices como Luisgé Martín.

Para mí, sin lugar a dudas, la mejor novela de aprendizaje homosexual que he leído es “Confesiones de una máscara” de Yukio Mishima. La novela, de carácter autobiográfico, es mucho más que el despertar sexual de un protagonista que resulta que se descubre homosexual. Aquí el lector se introduce en el universo barroco y atormentado de Mishima y va de sorpresa en sorpresa. Por poner un ejemplo, uno descubre las cosas que Mishima descubrió de niño y adolescente, que le ponían: la reproducción de la pintura de San Sebastián asaeteado obra de Guido Reni; un príncipe hecho picadillo por las mandíbulas de un dragón; un joven sudoroso acarreando cubos de estiercol; el olor a sudor de los soldados que regalaban las vainas de los cartuchos a los niños; imaginarse a sí mismo muerto en el campo de batalla; un samurai que se ha abierto el vientre…

Mishima también experimenta el rechazo hacia lo que es y el deseo de ser heterosexual. Durante la II Guerra Mundial, anhelará la muerte, percibida como la única salida al camino que tiene por delante: integrarse como heterosexual en la sociedad. Sobrevive y hace un intento de experimentar el amor heterosexual con la hermana de un amigo, pero tiene demasiada lucidez como para que funcione. “¿Y no es también cierto que nunca has besado tan siquiera a una chica? ¡Qué patético eres!(…) ¿es amor lo que sientes? Si es así, vale. Pero, ¿deseas a las mujeres? ¿No te estás engañando cuando dices que es sólo hacia ella que nunca has tenido deseos lujuriosos? ¿No estás intentando ocultarte a ti mismo que realmente nunca has tenido deseos lujuriosos por ninguna mujer?(…) ¿A cuántos jóvenes no desnudaste en tu cabeza ayer? Tu imaginación es como uno de esos kits que se utilizan para coleccionar especímenes de plantas. En ella guardas los cuerpos desnudos de todos esos efebos a los que viste durante el día y luego, cuando estás en casa y en la cama, seleccionas de tu colección para el sacrificio ritual de tu ceremonia pagana, escogiendo aquél del que te has encaprichado en particular”

El final de la novela es triste, más amargo incluso que el de “La ciudad y el pilar”. El protagonista entra en un salón de baile, un tipo de local hortera que apareció en el Japón de posguerra. En una de las mesas hay dos chicos y dos chicas. Uno de los chicos atrae la atención del protagonista: “… Era un joven de veintiuno o veintidós, de facciones rudas pero regulares y morenas. Se había quitado la camiseta y estaba de pie, medio desnudo (…) Su pecho desnudo mostraba músculos prominentes, completamente desarrolldos y tensos; un valle profundo bajaba entre los sólidos músculos de su pecho hasta su viente…” El protagonista queda impactado, lleno de deseo sexual. Aunque Mishima no lo diga, sospecho que ese momento es para el protagonista como una revelación. Acaba de entender que no es “normal” ni será nunca “normal”, por más que se fuerce. La máscara ha caido.

 

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