Tomás Moro inventó en el siglo XVI el género utópico. Este género consiste en imaginar cómo sería la vida en una sociedad ideal. Es el género de los optimistas. Quien escribe una utopía, en el fondo está pensando que con un poco de ingeniería social en la sociedad presente, podríamos construir el paraíso en la tierra.
Algo nos ha pasado en el siglo XX, que el género utópico ha caído en desgracia. La mayor parte de las utopías que se han escrito en ese siglo han sido más bien distopías. Los escritores han preferido imaginarse sociedades de pesadilla y mostrarnos cómo estábamos a un paso de construirlas. Y es que, al parecer, es más fácil construir una distopía que una utopía.
Sin duda, la distopía más famosa del siglo XX es “1984” de George Orwell. No sé si llamarla distopía o reportaje periodístico, porque lo que hizo Orwell fue simplemente imaginar el estalinismo aplicado en un Londres grisáceo y opresivo, que situó 34 años en el futuro. Casi nada de lo que cuenta le habría resultado extraño a un ciudadano soviético de la época de Stalin.
En el mundo de “1984” el individuo no existe. El protagonista, Wilson Smith, sabe que está cometiendo un crimen por el mero hecho de escribir un diario, un sitio en el que expresar sus pensamientos íntimos. La novela comenta: “Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo” y ni esto es del todo cierto. El mayor de los crímenes es el “crimen mental”, “el crimen esencial que contenía en sí todos los demás”, y que consistía en tener pensamientos que fuesen en contra de la línea del Partido.
En la URSS estalinista el individuo tampoco existía. Orlando Figes en “The whisperers” describe una sociedad en la que todos procuraban no destacar de la masa. En cuanto al crimen mental, la NKVD soviética no tenía los medios de la Policía del Pensamiento orwelliana, pero también en la URSS pensar podía ser peligroso, y ya no digo ponerlo por escrito o vocearlo. Los procesos de Moscú de los años 30, fueron mucho más que juicios montados para acusar a opositores políticos de conspiraciones inventadas. Fueron juicios en los que se desmontó la personalidad de los acusados y se indagó en sus pensamientos, a veces forzándoles a narrar lo que no había sucedido realmente y otras buscando interpretaciones criminales hasta en las reflexiones más anodinas. El maoísmo llevaría esto a la perfección con la invención del mecanismo de la autocrítica. Ya no hacía falta que la policía denunciase al interfecto por desviacionismo. Él se lo decía todo solito.
En “1984” leemos: “En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión desaparecía de los registros, se borraba de todas partes toda referencia a lo que hubiera hecho y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.” Si quitamos la invención de la palabra “vaporizado”, el resto del párrafo habría podido ser escrito por Nadezhda Mandelstam en “Contra toda esperanza”, que narra los años en que su marido estuvo en la lista negra hasta que finalmente vinieron a buscarle por la noche a la manera descrita por Orwell.
Uno de los inventos más aplaudidos de “1984” es la neolengua por la que el lenguaje se distorsiona y una palabra puede significar su opuesto, de manera que la realidad se vuelve inasible. En neolengua “La libertad es la esclavitud” tiene sentido y cuela que el sitio donde se tortura a los opositores se llame el “Ministerio del Amor”. “Absolutamente insatisfactorio”, que suena bastante negativo, es reemplazado por “doblemásnobueno” y no se dice “escasez”, que suena fatal, sino “minibundacia”.
Ese doblelenguaje no se lo inventó Orwell. Stalin ya lo había aplicado unos años antes. Existe un discurso muy citado de Stalin en el 16º Congreso del Partido Comunista Ruso, en el que dice: “Estamos en favor de la disolución del Estado y al mismo tiempo estamos en favor del fortalecimiento de la dictadura, que representa la forma más poderosa de todas las formas del Estado que han existido hasta ahora. El mayor desarrollo del poder del Estado para preparar las condiciones para su disolución. ¿Es contradictorio? Sí, es contradictorio. Pero esta contradicción es algo vivo y refleja plenamente la dialéctica marxista.” Dado lo enrevesado de la fórmula, asumo que se estaba refiriendo al marxismo de Groucho.
Otro aspecto de “1984” que a mí me impactó mucho en su día es esa constante reescritura del pasado. El Partido tiene un lema: “El que controla el pasado, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.” Orwell detalla el proceso de modificación del pasado: “Tan pronto como todas las correcciones que resultaban necesarias en cualquier número particular del Times se habían realizado, el número era reimpreso, la copia original destruida y la copia corregida colocada en los archivos en su lugar (…) Día a día y casi minuto a minuto el pasado era actualizado. Toda la Historia era un palimpsesto, raspado por completo y reescrito exactamente tan a menudo como fuera necesario.”
Pues bien, esta reescritura tan aberrante de la Historia fue un hecho en la URSS de Stalin, aunque acaso no llegara a los mismos extremos, no por falta de ganas, sino de medios. La modificación de los periódicos no llegó a los extremos de “1984”. La URSS recurrió al sistema más burdo de limitar el acceso a ejemplares con más de tres años de antigüedad. Hay unas cuantas fotos soviéticas muy conocidas en las que los participantes fueron siendo borrados según iban cayendo en desgracia. Un ejemplo es la foto de Lenin arengando a las multitudes el 5 de mayo de 1920, de la que desaparecieron Trotsky y Kamenev. Otra forma de reinvención del pasado más sutil era la de exigir a los historiadores que reescribieran la Historia con un molde marxista, aunque tuvieran que meter los hechos a capón. Así, por ejemplo, cualquier historiador que escribiese sobre la revolución decembrista de 1825, tenía que mencionar la lucha de clases y la crisis del modelo feudal de producción. Nada de encontrarle concomitancias con los ideales liberales ni con la Revolución Francesa. Finalmente está el caso de la Gran Enciclopedia Soviética, cuyas ediciones variaron mucho. Tras la detención de Lavrentyi Beria en 1953, los suscriptores de la segunda edición recibieron una página para reemplazar a la que originalmente contenía la entrada sobre Beria. La nueva página ampliaba la entrada sobre George Berkeley y se pidió a los suscriptores que enviasen la página caduca. La versión oficial es que el cambio se había hecho en atención a las peticiones de los lectores de la Enciclopedia, a los que al parecer les interesaba más la filosofía de un inglés del siglo XVIII que la biografía del jefe del servicio secreto de Stalin.
Orwell escribió sobre un estalinismo que había conocido de oídas y por el remedo un poco chapucero que se encontró en la Cataluña de 1937 y que menciona en “Homenaje a Cataluña”. Evgueni Zamiatin sí que conoció el estalinismo, aunque tuvo la suerte de poder exiliarse en 1932, antes de que lo peor de las purgas comenzase.
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