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Cartas desde Cantón (1). El viaje

Emilio de Miguel Calabia el

(¿Paraíso natural o aeropuerto de Changi? Pues va a ser lo segundo)

Alguien dijo que los aeropuertos son no-lugares, sitios donde la vida cotidiana no entra. En los aeropuertos te encuentras en un limbo extraño. Tu vida anterior al viaje se va alejando de ti y la vida que te espera en destino aún no llega. Los aeropuertos son lo más parecido al concepto de bardo en el budismo tibetano, un espacio de paso, que interconecta dos realidades.

Cuando llego al aeropuerto, los nervios me desaparecen. Entro en un estado mental en el que estoy y no estoy a la vez. Me convierto en un pasajero con síndrome de gato de Schrödinger. Es una técnica que aprendí para sobrellevar los atascos de Manila. Dejar de estar.

Cuando has viajado mucho te das cuenta de que cada aeropuerto tiene su propia personalidad y es un reflejo de su país. La T4 de Barajas es caótica y ruidosa, pero es el único aeropuerto en el mundo en el que te puedes tomar un buen bocadillo de jamón ibérico. El aeropuerto Silvio Pettirossi de Asunción desconcierta con un nombre tan italiano. Es el nombre del pionero de la aviación paraguaya. Me parece buena idea poner a los aeropuertos nombres de pioneros, de inventores y hasta de médicos. Pero, ¿ponerles nombres de políticos? Llegas al aeropuerto Ronald Reagan de Washington y según estás esperando las maletas en el carrusel, te da por pensar que el Estado del bienestar es un gasto inútil y que hay que bajarles los impuestos a los ricos para que la economía marche. En París, sólo con pronunciar el nombre del aeropuerto de Charles de Gaulle creces como cinco centímetros (efecto de la grandeur) y los labios se te entrecierran para pronunciar una “u” francesa, que es el sonido que más me cuesta en ese idioma. Más aún, te entra hambre de queso camembert.

El aeropuerto de Changi en Singapur y los aeropuertos del Golfo son los que más me gustan. Changi parece un resort de lujo. Te gustaría terminar tu viaje ahí, antes de haberlo empezado. ¿Dónde vas a estar mejor y más protegido que en el aeropuerto de Singapur?

Dubai es un centro comercial gigantesco al que a alguien se le ocurrió que podían añadirle aviones para darle más vidilla. Es un aeropuerto en el que todas las etnias confluyen por un breve momento antes de volver a separarse. Paseas por sus corredores de oropel y te dices “anda que no hay seres humanos diferentes, de todas las tallas y todos los colores”. Pero más allá de nuestras diferencias, está lo que nos une. Todos queremos saber dónde hay unos servicios cerca.

Abu Dhabi es un aeropuerto pequeño, como de andar por casa. Me recuerda a la estación de tren de Cercedilla, un espacio pequeñito y coqueto, donde es imposible perderse. Ahí no te sientes un viajero en tránsito, sino un familiar que ha venido a hacer la visita por un rato.

El aeropuerto de Doha es un lugar amable y mal señalizado. Se fían tanto de que los otros aeropuertos habrán hecho su trabajo de fiscalización, que no te hacen pasar un nuevo control de seguridad. Hace años Doha se caracterizaba por una escultura gigantesca de un oso de peluche debajo de un flexo. La última vez que pasé por allí después de ocho años, ya no la ví. Tal vez le haya pasado lo que a los peluches reales, que un día se les abre un costurón y por allí se les empieza a ir el relleno de algodón, que es como si se les fuera el alma a puñaditos. Ahora en el aeropuerto hay una estatua pinochesca gigante que mira hacia abajo y tiene los hombros hundidos. La imagen viva de un pasajero que lleva siete horas viajando en clase turista.

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