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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Espejos

Emilio de Miguel Calabia el

Es sabido que Borges tenía una relación especial con los espejos. Su poema “Espejos” arranca diciendo: “Yo que sentí el horror de los espejos”. En el cuento “Los espejos velados” ahonda en la idea: “Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos (…) Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos.” Pero la condenación más fuerte de los espejos se produce en el cuento “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, donde Borges escribe: “Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres.”

Pero lo más horrible de los espejos no es que multipliquen la realidad, sino que nos confrontan con nosotros mismos. El mismo poema “Espejos” termina diciendo que Dios creó los espejos para “que el hombre sienta que es reflejo y vanidad.” En su poema “Arte poética”, Borges afirma: “El arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara.”

El poeta místico persa Rumí también tenía mucho que decir sobre los espejos. Su metáfora favorita es la de que el corazón es un espejo que debe estar bien pulido para que pueda reflejar la gloria de Dios. “El alma es como un espejo que adopta tu forma”. Otros versos donde se ve aún más claro:

“Oh, Hermoso mío. Es imprescindible

limpiar el espejo del corazón

de supersticiones y de cuentos

con el Amor de Tu rostro.”

La idea de que hay que pulir el espejo del corazón es una constante en sus poemas:

“Deja tus preocupaciones

y ten un corazón completamente limpio,

como la superficie de un espejo

que no contiene imágenes.

Si quieres un espejo claro,

contémplate y mira la verdad sin vergüenza,

reflejada por el espejo.

Si se puede pulir metal

hasta asemejarlo a un espejo,

¿qué pulido podría necesitar el espejo del corazón?

Entre el espejo y el corazón

ésta es la única diferencia:

el corazón oculta secretos,

pero el espejo no.”

Esta idea de la necesidad de pulir el espejo, la repite hasta la saciedad en otro poema: “… aunque seas negro como el hierro/ practica el pulido, el pulido, el pulido/ de forma que tu corazón pueda convertirse en un espejo lleno de imágenes (…) Aunque el hierro sea negro y carezca de luz/ el pulido le limpió la oscuridad.”

Esta metáfora del pulido me ha recordado la historia de Huineng, el sexto patriarca del ch’an chino.

Huineng era ayudante del cocinero del monasterio. El abad, Hongren, iba a retirarse y quería dejarle el puesto al alumno que estuviera más avanzado. Dijo a sus alumnos que cada uno le entregase un poema que mostrase su comprensión del Dharma. Todos los monjes pensaban que Shen-hsiu era el más avanzado y que lo ganaría sin problema, así que no participaron. Shen-hsiu no se sentía tan seguro de sí mismo. Al mismo tiempo, se decía que si era el único en entregar su poema, estaría demostrando un deseo desmedido de suceder al abad, lo que no quedaría bien. Por ello, decidió escribir su poema en la pared próxima a la puerta, para que la viera Hongren al entrar. El poema decía:

“El cuerpo es como el árbol bodhi

y la mente es un espejo brillante.

Púlelo con cuidado cada día,

y no dejes que el polvo se amontone.”

Rumí habría aprobado el poema. Sin embargo, Hongren, cuando lo leyó, supo que su autor estaba errado y no había alcanzado la iluminación.

Huineng, que era analfabeto, se enteró desde la cocina del concurso y del poema que había aparecido en la pared. También supo que el autor iba desencaminado y pidió a un compañero que escribiese al lado de ese poema el que él le dictaría:

“No hay árbol bodhi,

no hay espejo.

La Naturaleza búdica es siempre limpia y pura;

¿Dónde podría acumularse el polvo?”

Hongren, al leerlo, supo que el autor de este poema había comprendido el dharma.

La comparación entre este poema de Huineng y los poemas de Rumí pone en evidencia la distancia que va de la mística musulmana al zen.

 

 

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