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Aute

Emilio de Miguel Calabia el

Vivir es ir dejando una estela de cadáveres a tus espaldas y cada uno que cae se lleva consigo un trozo de tu infancia y de tu juventud. Miro hacia atrás y veo a María Luisa Seco, al Capitán Tan, a Miliki, a Gloria Fuertes, a Fofó, a Javier Krahe. Y llegará un día en que ya no pueda mirar atrás, porque no tendré ojos, ni cuerpo y me habré ido al mismo lugar que ellos. El último cadáver que ha ido a sumarse a ese naufragio ha sido el de Aute.

A Aute me lo hizo descubrir un primo mío mayor. La primera canción suya que oí fue “Los fantasmas”. Me encantaron el ritmo y la descripción sarcastica de dos de los fantasmas que entonces pululaban por España. Uno de ellos todavía sobrevive (“Uno es el que tiene padre rico, herencia, fincas y una novia rebombón”), pero el otro (“el teórico-archivista-geniecillo-culterano de salón (…) es plurimarginado, está de adorno en una mesa de algún pub;/ es un erudito, está en el ajo de las cosas, y en el quid de la cuestión;/ va de arte y ensayo con cronómetro, cuaderno y fila quinta por favor;/ todos son unos vendidos, menos él, que es puro y mártir de la incomprensión.”) desapareció casi con Franco. En estos del tiempo del tinder, el sexting y el aquí te pillo, aquí te mato, resulta enternecedor que alguien pensase que se podía ligar yendo de erudito interesante, experto en cinematografías extranjeras. No tengo los suficientes años como para haber intentado esa estrategia, pero ¿quién sabe? a lo mejor funcionaba.

Aute fue el músico que más me acompañó durante la travesía del desierto afectivo-sexual de la adolescencia. Uno estaba que no se comía una rosca y de pronto oía “anda, quítate el vestido,/ las flores y las trampas,/ ponte la desnuda/ violencia que recatas/ y ven a mis brazos,/ dejemos los datos,/ seamos un cuerpo enamorado” y parecía que lo de tener una mujer desnuda entre los brazos y hacer el amor suavemente con ella, era algo muy sencillo. Sólo hacía falta un poco de romanticismo y la labia de Aute. Pero no, uno era un gañán y el colmo de la sutileza era decir: “¿En tu casa o en la mía?”. La respuesta solía ser: “en ninguna de las dos”.

De sus canciones, la que más oí esos años fue “Al alba”. Había una especie de tradición que consistía en que, cuando comenzaban los acordes de “Al alba”, las luces se oscurecían y toda la gente alzaba los brazos con sus mecheros y el escenario se convertía en un mar de llamas amarillas. Para entonces hacía mucho que Franco había muerto y más todavía de los Procesos de Burgos, así que no creo que lo hiciésemos como gesto de reivindicación política. Seguramente lo hacíamos porque nos ponía la carne de gallina ese contraste entre el amor nocturno y la muerte que llegará al alba. Éramos demasiado jóvenes para entender bien lo de “presiento que tras la noche/ vendrá la noche más larga”, pero sí que entendíamos a la perfección lo de que “quiero que no me abandones/ amor mío, al alba.”

Rosas en el mar” era una canción que nunca me llegó a fascinar en aquellos años. Tuvo que pasar mucho tiempo, hasta que un día vi un fragmento de una película antigua en la que una jovencísima Massiel la cantaba, acompañada al piano por Miki. Entonces me enamoré de la canción y, sobre todo, de su primer párrafo (soy un romántico): “Voy buscando un amor/ Que quiera comprender/ La alegría y el dolor,/ La ira y el placer,/ Un bello amor sin un final/ Que olvide para perdonar./ Es mas fácil encontrar rosas en el mar…”

Luego estaba “Las cuatro y diez”, una canción nostálgica al amor adolescente, que es el más hermoso, porque es el único que nos encuentra sin resabios y con el corazón todavía entero. A veces, mucho más tarde, queremos recuperar aquellas sensaciones, pero para entonces el corazón tiene ya tantas cicatrices, que como mucho lo que recuperamos es un espejismo, una sombra de aquello que fue.

Y cuando el amor se terminaba, como ocurre siempre, ya sea por ruptura o porque la pareja se case, Aute también tenía una canción: “De alguna manera/ tendré que olvidarte,/ por mucho que quiera/ no es fácil, ya sabes…” Y sí, será difícil olvidar a Luis Eduardo Aute.

 

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