Imagínate que has terminado la licenciatura en económicas o en ciencias políticas y como trabajo de fin de carrera te dan un país para que pongas en práctica en él todo lo que aprendiste en el curso. Para ti, sería un sueño hecho realidad; para los habitantes del país sería una pesadilla. Esto fue más o menos lo que ocurrió en Iraq en 2003-2004. Y esto es lo que cuenta el periodista Rajiv Chandrasekaran en “Zona verde”.
Pocos meses después de los atentados del 11-S, la Administración Bush comenzó a preparar la posguerra en Iraq, cuya invasión ya estaba en los planes. En el Pentágono el encargado de la planificación era el Subsecretario de Defensa, Douglas J. Feith. Feith creía fervientemente en lo que le decía Ahmed Chalabi, un viejo opositor a Saddam Hussein, con más aire de vendedor de coches usados trucados que de político. Chalabi convenció a Feith y a los círculos neoconservadores de que Iraq podía transformarse en una democracia a la occidental, aliada de Occidente y de Israel; vamos, que después de que les tocase la lotería, los iraquíes no pensaban en otra cosa.
Feith elaboró aceleradamente un plan, sin contar ni compartirlo con la CIA y el Departamento de Estado. Ni tan siquiera contó con los expertos en reconstrucción post-conflicto del Pentágono. El plan era extremadamente optimista, que no preveía escenarios negativos. Asumía que los iraquíes estarían encantados de que les invadiesen y que inmediatamente se encargarían de la gestión y reconstrucción del país.
En enero de 2003 Feith encargó al general en la reserva Jay Garner que se encargase de la gestión del Iraq de posguerra. Iba a ser un encargo fácil y breve. Teniendo en cuenta quien sería finalmente el encargado de gestionar el Iraq de la posguerra, Garner no era una mala elección. Durante la primera Guerra del Golfo había dirigido una operación norteamericana para proteger a los kurdos del norte del país. Conocía el país y tenía cierta experiencia en reconstrucción post-conflicto.
Curiosamente, Feith no le puso al corriente de los planes que su equipo estaba preparando. Chandrasekaran cree que, ocultándole información, Feith quería que Garner se viera obligado a apoyarse en su protegido Chalabi. Es así, con un poco de descoordinación, mala fe, mal flujo de la información y bastante hybris que se producen las grandes cagadas históricas.
Se creó una Oficina de Reconstrucción y Ayuda Humanitaria (ORHA) y comenzaron a repartirse puestos en la futura autoridad transicional. Al Embajador jubilado Timothy Carney, le asignaron el Ministro de Industria y Minas, asuntos de los que no sabía nada, porque el Departamento de Estado quería colocarle en algún puesto prominente. Siguiendo el mismo principio, otro Embajador jubilado y sin experiencia ad hoc fue puesto al frente del Ministerio de Educación. El ingeniero militar Stephen Browning debió de darles la impresión de persona competente y trabajadora; le asignaron cuatro Ministerios: Transportes y Comunicaciones, Vivienda y Construcción, Irrigación y Electricidad. Para que no se aburriese y sacase partido de los 10 minutos libres que le quedaban por día, poco después de la caída de Bagdad le encasquetaron también el Ministerio de Sanidad. Que los flamantes Ministros no tuviesen experiencia en las carteras que se les habían asignado y que apenas se les hubiesen designado subalternos, no preocupó a nadie, porque se esperaba que los iraquíes volvieran al trabajo tan pronto hubiese terminado la guerra y que un poco más tarde Chalabi nombrase a los Ministros definitivos.
Se agudizó entonces la guerra que ya existía entre el Pentágono y el Departamento de Estado. El Secretario de Defensa Donald Rumsfeld recibió a Carney dos días antes de que partiera para Kuwait. Comenzó reconociendo que hubiera debido recibirle un poco antes. No está mal, cuando a ese hombre le vas a encargar la reconstrucción de todo un país. La entrevista se centró en intentar deshacerse de los hombres del Departamento de Estado en el equipo de Carney para sustituirlos por hombres de Rumsfeld. Siguió un tira y afloja entre Rumsfeld y el Secretario de Estado Colin Powell, que sólo terminó ante la amenaza de Powell de que el asunto podría acabar en los titulares. En fin, que parece que a Rumsfeld le preocupaba más Powell que Saddam Hussein.
Las semanas de preparación en Kuwait parecen escritas por Jardiel Poncela: no tenían informes, no sabían ni cuántos empleados trabajaban en los Ministerios de los que se iban a encargar, de hecho ni sabían dónde estaban ubicados esos Ministerios. La caída de Bagdad vería que los peores presagios estaban acertados. Según cuenta Chandrasekaran: “… cuando los pillajes comenzaron, varios de ellos, reunidos ante un televisor, jugaban a un juego de sociedad siniestro consistente en adivinar cuál de los edificios saqueados podía ser el suyo. Decían: “Toma, ¡ahí está tu Ministerio que se hace humo!” “Toma, ¡ése es el mío!”… La lista de edificios a proteger que la ORHA había elaborado no había sido comunicada por despiste a los comandantes sobre el terreno.
Los responsables de la ORHA llegaron a Bagdad quince días después de la entrada en la ciudad de las tropas norteamericanas, cuando el vacío de poder ya empezaba a hacerse inquietante. Por cierto que a su llegada descubrieron que no se había previsto nada para su alojamiento. Acabarían estableciéndose en el Palacio Republicano.
Sin instrucciones claras, lo más urgente para Garner era determinar a qué grupo de iraquíes entregar la gestión del país y cuándo. Los políticos iraquíes en el exilio querían que los norteamericanos les traspasasen el poder. Era un grupo reducido, pero tenía a su favor que representaba bastante bien la diversidad de la sociedad iraquí. A Garner le pareció una alternativa excelente, pero en Washington no veían las cosas de la misma manera.
El Departamento de Estado queria que los norteamericanos conservaran el poder por más tiempo, hasta que se formara un gobierno compuesto tanto por exiliados como por iraquíes procedentes del interior, lo cual sólo podría ocurrir después de que se hubiera redactado una nueva Constitución y se hubieran celebrado elecciones. El Vicepresidente Cheney quería que el poder fuese para Chalabi y tanto él como el Pentágono temían que unas elecciones le fuesen desfavorables. Ni el Presidente Bush, ni la Consejera de Seguridad Nacional Condoleezza Rice tenían un criterio definido. El Pentágono para evitar que el Departamento de Estado lanzase un plan de transición y se ganase al Presidente, optó por no dar instrucciones a Garner y dejar que los acontecimientos sobre el terreno fueran siguiendo su curso. Garner acabaría confesando: “Nunca he sabido cuáles eran nuestros proyectos”.
El ORHA convocó a 300 iraquíes para que discutieran sobre el futuro del país. Es evidente que no habían visto la escena de la película “Lawrence de Arabia” en la que los líderes árabes discuten sobre el futuro en Damasco. Lo único que quedó claro en la conferencia es que los iraquíes del interior no querían que el poder fuese para los iraquíes del exilio.
Finalmente en Washington acabaron dándose cuenta de que no tenían ningún plan para la transición política. La idea de Garner de convocar elecciones en el plazo de 90 días levantaba sarpullidos. Pero también empezaba a levantarlos la idea de traspasar el poder a Chalabi y los suyos. La Casa Blanca había empezado a aproximarse a las posiciones del Departamento de Estado. La idea entonces será designar a un hombre de peso para que lidere la transición. Tras algunas deliberaciones, la persona escogida será Paul Bremer.
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