Una década después de estrenar su única obra de larga duración hasta ahora, Cerda, Juan Mairena estrena en Nave73 Loba, con una portentosa interpretación de Mélida Molina magníficamente acompañada por Carlos Troya, y asimismo publica el texto en Ediciones Antígona. Entretanto había dado a conocer varios textos de corta duración, dos de los cuales ganaron sendos premios Francisco Nieva: La partida en 2018 y Títeres con cabeza en 2021. Nieva estrenó en 1997 un espectáculo titulado Lobas y zorras que, con dirección de Juanjo Granda, incluía tres piezas breves: La vida calavera, Caperucita y el otro y Te quiero, zorra. Cerda, loba, zorra… Si las palabras no estuviesen afectadas por intenciones desviadas y espurias, quizá esta obra, Loba, se habría llamado Zorra. Habría sido lo más lógico si en 1941 se hubiese traducido la película The Little Foxes como Las pequeñas zorras y no como La loba, pero la palabra zorra parece ser problemática en un título pese a que Lillian Hellman, la autora de la obra teatral original, se hubiese inspirado en el Cantar de los cantares: «Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne». José López Rubio tituló Como buenos hermanos su versión teatral de 1957, aunque es cierto que el resto de adaptaciones estrenadas en España repiten el título que recibió la película no solo aquí sino también en México, mientras que en Italia sí hubo una traducción directa, Piccole volpi, y muy aproximada en Portugal: Raposa matreira (Zorra astuta); en Francia, en cambio, se tituló La vipère (La víbora).
La loba hizo tal fortuna como título y como película que la propia intérprete, Bette Davis, fue llamada así durante mucho tiempo. Mairena nos hace en Loba un retrato de Davis y aprovecha esta circunstancia: no solo cita su sobrenombre español sino que hace que, casi desde la primera frase a la última, asistamos a una vindicación de la fortaleza, tenacidad y ambición (y hasta ferocidad, incluso) de una actriz que consiguió zafarse con empeño y sacrificio de la castrante dirección del sistema de estudios de Hollywood.
Loba habría podido llamarse Zorra porque Davis se muestra también objeto de desprecio por parte de varios de sus colaboradores, pero es verdad que entonces la obra habría adquirido una connotación sexual preponderante que, por fortuna, ni tiene ni necesita. También habría servido ese nombre porque, a la constancia lupina, Bette Davis añade la astucia zorruna. Juan Mairena, aunque sea admirador de la actriz, hace que la obra se sostenga sobre la persona. Naturalmente hay un repaso a su carrera, puesto que es eso lo que justifica que Bette Davis sea alguien icónico, pero el autor no se recrea en detallar anécdotas de rodajes, que las hay, sino en contrastar la imagen que Davis tiene de sí misma con la que intentan forjar sus empresarios y productores. Muestra la lucha infatigable por sobrevivir en una selva de intereses encontrados mediante la construcción de una personalidad férrea, desabrida en ocasiones, estimable por su tesón.
No es la primera vez que Juan Mairena se muestra devoto de Bette Davis. Ya en Cerda, donde abundan los juegos de palabras y conceptos, hay un personaje llamado Sor Bette:
SOR BETTE: Por cierto, mi nombre es Sor Bette.
SABRINA: ¿Perdón?
SOR BETTE: Sor… Bette.
SABRINA: Ah… Qué interesante.
SOR BETTE: Sí, ¿verdad? Es por la Davis.
SABRINA: ¿La Davis?
SOR BETTE: Sí, Bette Davis… Me lo puso Sor Leona.
SABRINA: ¿Ah sí?
SOR BETTE: Es que es muy fan. Se ha visto todas sus películas.
Y, sobre esa misma Sor Leona, Mairena juega con las figuras de animales:
SOR LEONA: …Lo que nunca entendí fue esa… esa afición tuya por el rap…
SOR COSETTA: ¿No será porque fui una niña… rap-tada?
SOR LEONA: ¿Qué quieres decir?
SOR COSETTA: ¿No lo sabe, madre Leona? ¿No le suena…, hermana hiena? (Rapeando.) ¿Us-ted no roba, her-ma-na loba?
SOR LEONA: ¡Qué cosas tienes, Cosetta! Me intrigas, me asustas, me inquietas… Me dejas sin resuello.
SOR COSETTA: Lo sé todo, hermana buitre. ¡Escarabajo! Secuestradora de niñas…
La animalización y el interés por la condición femenina emparentan Loba con Cerda, pero difieren en muchos otros aspectos. Tantos años entre una y otra muestran a un autor que ha cambiado sus necesidades creativas y, desde luego, el público potencial al que se dirige. Cerda es una obra grotesca que manipula materiales de desecho en torno a un convento de monjas descarriadas, ordinarias y cabareteras, involucradas en una trama de tráfico de niños y abusos. Obtuvo un resonante éxito en espacios minúsculos de notoria ideología contestataria y antisistema, con lo que se generó un pequeño mito en torno a ella: era la obra que había que ver en 2013 pero que no tanta gente podía ver por mera imposibilidad física del espacio de representación. La edición del texto permitió que la obra llegase a muchas más personas y que se fuese extendiendo la admiración hacia un autor que podría haberse instalado en la repetición de un esquema afortunado pero que ha preferido esperar, transitar otros caminos y ofrecer una nueva creación de una tónica muy diferente a la anterior. Porque Loba es, casi, una obra para todos los públicos. No es agresiva, no hiere, jamás incurre en escenas de gusto dudoso, no pretende provocar desde la forma, no repugna… y sin embargo no es menos virulenta ni más complaciente que Cerda.
Juan Mairena ha escrito un texto tremendamente accesible, con caracteres reconocibles más allá de que las personas a quienes aluden lo sean o no. La mujer que no deja de luchar y el guionista (un brioso y seductor Carlos Troya) que aspira a colocar su mercancía y triunfar podrían ser cualquiera: quien está de vuelta y quien desea llegar, quien se conoce todos los trucos y quien aún peca de ingenuidad, la que sabe quién es y el que aspira a ser alguien. Loba es un contraste de ambiciones y sueños, un texto con vocación de estímulo, una advertencia acerca de la mercancía en que podemos convertirnos si acaso no lo somos ya.
La animalización de los personajes de Juan Mairena contribuye a humanizarlos. La naturaleza se descubre un entorno rico en acciones y voluntades, y, por ello, tan siniestro como pueda serlo la vida civilizada. Por muy humana que nos pueda parecer la Bette Davis de Mairena, es al tiempo alguien bestial que habita un bosque salvaje y sagrado llamado Hollywood. Es una fiera entre los hombres, un ser destinado al triunfo por medio de la violencia, una guerrera sin miedo al combate. Juan Mairena ha dotado a su personaje de armas temibles para defenderse y atacar si es necesario; ha hecho de ella una mujer consciente de su valía así como del sacrificio imprescindible para alcanzar la gloria. Bette Davis, esta Bette Davis con la que Mélida Molina consigue una de las interpretaciones verdaderamente sobresalientes de esta temporada, sabe que es un ejemplo para la emulación aunque no tenga quien la siga. Por eso no desfallece y continúa en la brega: si no es hoy, habrá un mañana en que sea tan comprendida como admirada, y entonces habrá otras que construyan su carrera sobre su modelo; no el de la actriz, que es inimitable, sino el de la persona, que ha sabido volverse indestructible.
Loba es una obra muy hermosa: lo es para un cinéfilo, claro está, y lo es para cualquiera afectado por la falta de autoestima, ese mal tan común. Con su ánimo nutricio, proporciona una suerte de optimismo radical al receptor que encuentra aquí acicate y empuje. Juan Mairena ha puesto la belleza del arte al servicio de la superación y el bienestar personal. Pudiendo haber caído en la mera biografía, ha elevado su texto al terreno del aprendizaje. Ha sabido leer una vida como un palimpsesto sobre el que forjar una esperanza, y lo ha hecho muy bien.
LOBA. Texto y dirección de Juan Mairena.
Bette: Mélida Molina
Lukas: Carlos Troya
Escenografía: Juan Sebastián Domínguez
Vestuario: Guadalupe Valero
Caracterización: Chema Noci
Iluminación: Bea Francos
Videocreación: Luiscar Cuevas
Movimiento: Julia Monje
Ayudante de dirección: Pablo Martínez Bravo
Producción: La Caja Negra Teatro
Diseño gráfico: María La Cartelera
@Pedro_Villora
ArtistasObras de Arte