Este lunes dos equipos de científicos establecieron un nuevo récord en el campo del teletransporte cuántico. Los investigadores lograron “enviar” información de un sitio a otro de dos ciudades a una distancia de 6,2 kilómetros (en Calgary, Canadá), y a 14,7 kilómetros (en Shangai, China). Y si “enviar” lleva comillas es porque lo llamativo de estos experimentos es que en realidad la información no recorrió esa distancia. Gracias a las extrañezas de la Física Cuántica, no hizo falta que los fotones viajaran desde un sitio a otro de Calgary para enviar la información, como pase en un cable de fibra óptica normal y corriente. En lugar de eso, la información se teletransportó de un sitio al otro. Al instante. Tal como suena.
Siendo un poco optimista, podría parecer que en cuestión de años los humanos van a decir adiós a los atascos y los aviones. Tal como hace Míster Spock en la saga de Star Trek, quizás en 50 años la gente podrá apretar un botón para desmaterializarse en el cuarto de baño y luego materializarse en la oficina, completamente peinados, aseados y teletransportados.
Por desgracia, esto es una auténtica chorrada. Se puede decir, con poco riesgo de equivocarse, que el teletransporte de personas nunca será posible. Que no hablamos de ciencia ficción sino de pura fantasía, la categoría que se reserva para súperheroes voladores y dragones. Es una auténtica lástima, pero ¿por qué es imposible algo tan alucinante?
El principal motivo es que el teletransporte cuántico es solo una forma de transportar información, no materia. Dicha información no es una lista de la compra o la historia de los reyes godos, es una información cuántica: un conjunto de propiedades, como la polarización o la fase de una partícula, que se “comunica” entre dos partículas ya existentes. Dos partículas ya existentes y que además son indistinguibles.
Estas partículas son fotones que los científicos han logrado entrelazar, lo que quiere decir que los físicos se han apañado para «coordinar» o correlacionar sus estados cuánticos de forma que el valor de cualquier propiedad, como la polarización de un fotón, es el mismo para ambas partículas cuando se mide. Nada parecido a teletransportar a dos vecinos de Valladolid, por ejemplo.
Esta correlación de estados cuánticos no es algo que se deba tomar a la ligera. De hecho, hasta que no se mide no hay un estado definido: en el mundo cuántico estas propiedades (del fotón) están en una superposición aleatoria de muchas posibilidades, y esta solo se resuelve en el momento en que miramos a la partícula. Esto es lo que Schrödinger sugería con su famoso gato: hasta que no se abre la caja, resulta que en el mundo cuántico el gato está vivo y muerto al mismo tiempo.
Con todo, aunque se pudiera pasar por alto este detallito del entrelazamiento, y se pretendiera teletransportar toda la información de todos y cada uno de los átomos que componen una persona (cosa que tampoco es posible, como explicaré después), necesitaríamos tener dos copias de todos los átomos de una persona en dos sitios. Suponiendo que el estado cuántico de estos átomos no cambiase (cosa que tampoco ocurre), sino que estuviera estable, ni siquiera valdría con tener a dos gemelos: Los átomos de los gemelos no son idénticos, sus células tienen distinta composición, y presentan diferencias sutiles (y a veces no tan sutiles) en su cuerpo. Además, es evidente que tienen distintos recuerdos y pensamientos.
De acuerdo, supongamos que se puede inventar una fotocopiadora de átomos y que se puede copiar a una persona. Aún así, los partidarios del teletransporte de personas se chocarían con un complejo escollo: la biología. Una de las primeras propiedades de la vida es que sus propiedades son emergentes: es decir, el todo es más que la suma de las partes. Adquieren sus propiedades de una interacción de todos sus componentes, pero estos atributos no se reconocen a nivel de las propiedades de los componentes singulares. Esto, en otras palabras, implica que no se puede explicar la personalidad de una persona o el funcionamiento de una célula tan solo sumando y quitando átomos de aquí y de allí. A fin de cuentas, por mucho que una célula conserve su composición inmediatamente después de morir, para ella la muerte supone una diferencia drástica e irreversible. Y la única cosa que ha cambiado entre la vida y la muerte es su forma de organizarse.
Se suele pasar por alto, pero las células y los organismos no son (solo) una suma de átomos. Son lo que son gracias a la forma única y refinada que tienen de organizarse y de interaccionar; gracias a esto cambios sutiles en su maquinaria producen grandes cambios en su funcionamiento o más bien pasa lo contrario: su forma de vivir les permite amortiguar los cambios del medio ambiente. Entonces, ¿cómo se puede soñar si quiera con teletransportar ya no la materia sino la organización de algo tan complejo como una proteína, una célula, un cerebro, una persona? ¡Si ni siquiera entendemos cómo funcionan!
Entonces, ¿se puede confiar en que al transferir esa información entre copias idénticas no perderíamos la organización única y compleja de los seres vivos? Probablemente no.
De vuelta a la superficie del problema, la física plantea otra pega. El principal problema es que cuanto más grande es un objeto más difícil es teletransportar su información. El motivo de esto es que para lograr teletransportar esta información hace falta que los objetos estén en un estado cuántico puro. Esos estados son frágiles e imposibles de alcanzar a partir de un cierto umbral de tamaño. Por eso en el mundo macroscópico los estados cuánticos no suelen ocurrir. De hecho, si no fuera así, el mundo cotidiano en que nos movemos sufriría las extrañas propiedades cuánticas como las de la superposición del gato de Schrödinger.
Volviendo al teletransporte, para alcanzar el estado cuántico puro, haría falta que nuestros experimentos aislaran a los átomos de las personas del entorno, del aire, de la radiación térmica: ¿Se podría aislar los átomos de una persona del aire que respira, o del calor que genera su cuerpo? Parece complicado.
Y si con todo, seguimos empecinados, ¿cómo haríamos para transmitir toda la información cuántica de todos los átomos del cuerpo para transferirla entre dos puntos? ¿Habría ordenadores y redes lo suficientemente potentes? Al menos de momento no.
Por todo esto, parece que de momento habrá que conformarse con teletranportar información cuántica, con vistas a crear una futura red a prueba de hackers. Y si aún así soñamos con el teletransporte de personas, siempre nos quedará Star Trek.
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