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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Hiroshima y Nagasaki, las ciudades de la paz

Pablo M. Díez el

Hace siete décadas, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas por sendas bombas atómicas con las que Estados Unidos doblegó por fin a Japón para, tres meses después de la derrota de la Alemania nazi en Europa, acabar la II Guerra Mundial. Elevado a su máxima expresión, el poder destructivo del hombre aniquiló decenas de miles de vidas y borró del mapa ambos lugares. A pesar de su devastación, Hiroshima y Nagasaki renacieron de sus cenizas gracias al “milagro económico” nipón de la posguerra y hoy son símbolos no solo del horror nuclear, sino también del espíritu humano para superar todas las adversidades.

Hiroshima

La Cúpula de la Paz es el símbolo de la destrucción que causó la bomba atómica en Hiroshima.

Conservando su fantasmagórica belleza incluso en ruinas, la Cúpula de la Bomba Atómica es el icono de Hiroshima. Este edificio diseñado en 1915 por el arquitecto checo Jan Letzel, que albergaba el Pabellón de Exposiciones Industriales de la prefectura, es el único del centro de la ciudad que resistió en pie la bomba atómica, que estalló a 600 metros de altura casi sobre su cúpula. Y también el único que no ha sido reconstruido para recordar la destrucción que provocó la explosión. Paradójicamente, sus ruinas deben ser conservadas tal cual porque la Unesco las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1996.

El cenotafio por las víctimas de la bomba atómica preside el Parque de la Paz de Hiroshima.

Justo enfrente, al otro lado del río Motoyasu, se alza el Parque de la Paz sobre lo que era el distrito administrativo y comercial de Nakajima, el corazón de la ciudad. Ocupando 122.000 metros cuadrados, hoy es una zona verde que alberga 57 monumentos dedicados a la paz y dos edificios emblemáticos como el Centro Internacional de Conferencias de Hiroshima y el Museo de la Bomba Atómica. Además de explicar el contexto histórico del ataque y mostrar objetos de la época abrasados por la explosión nuclear, este museo organiza numerosas charlas de “hibakusha” – como se denomina en japonés a los supervivientes – que narran a los visitantes su historia.

El castillo de Hiroshima fue totalmente reconstruido tras la bomba atómica.

Junto a la Catedral por la Paz Mundial, en la agradable ciudad de Hiroshima destacan otros lugares de interés como su castillo, totalmente reconstruido, los jardines de Shukkein y el pasaje comercial de Hondori, donde numerosos restaurantes ofrecen la especialidad local: el “okonomiyaki”, una tortita a la plancha a la que se le echa de todo, desde carne hasta pescado pasando por “noodles” (tallarines) o huevos fritos.

Bellísimo atardecer en la isla de Miyajima, cerca de Hiroshima.

A las afueras de Hiroshima, a solo media hora en tren, no hay que perderse un atardecer en la bellísima isla de Miyajima, donde se levanta el santuario sintoísta de Itsukushima con su famosa puerta de O-torii, que el agua cubre en parte cuando sube la marea. Entre los cervatillos que deambulan por sus calles, los visitantes pueden disfrutar aquí del mar o perderse por la montaña peregrinando por sus templos.

Nagasaki

El Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki muestra la amenaza nuclear sobre el mundo.

Más al suroeste, en la vecina isla de Kyushu, la ciudad portuaria de Nagasaki también recuerda al mundo su apocalipsis nuclear con el Museo de la Bomba Atómica, más directo y espeluznante que el de Hiroshima, y su Monumento a las Víctimas, un edificio minimalista y plagado de simbolismo que alberga el registro con los nombres de todos los fallecidos. Dándole una perspectiva global, el Museo denuncia además la proliferación nuclear que desencadenó la Guerra Fría entre EE.UU. y la extinta Unión Soviética, que durante décadas puso al planeta al borde de la aniquilación total.

La “Virgen bombardeada” es otro de los símbolos de la bomba atómica de Nagasaki.

Único puerto de Japón abierto al mundo entre 1641 y 1859, Nagasaki es también la cuna del cristianismo en el archipiélago nipón gracias a la llegada de los portugueses y del misionero español san Francisco Javier. La catedral de Urakami, una de las mayores de Asia, quedó totalmente destruida al hallarse a 500 metros del hipocentro donde estalló la bomba. Presidiendo su altar había una imagen de la Virgen María que, milagrosamente, sobrevivió a la explosión. Aunque la figura, tallada en Italia con el modelo de la Inmaculada Concepción de Murillo y regalada a esta iglesia en 1920, sufrió quemaduras en el rostro y en uno de sus costados, su cabeza fue encontrada por un monje entre los escombros varios meses después. Con las cuencas de los ojos vacías y una expresión que parece reflejar todo el dolor sufrido en Nagasaki, esta “Virgen bombardeada” se ha convertido ya en un símbolo de la paz y del movimiento antinuclear.

El Parque de la Bomba Atómica señala el hipocentro donde estalló el arma nuclear sobre Nagasaki.

Entre sus casas de estilo colonial, sobre todo portugués y holandés, en el centro de Nagasaki brilla con luz propia el barrio de Chinatown gracias a sus típicos restaurantes de “champon”, que ofrecen generosas porciones de “noodles” a los que también se les echa de todo.

Sin olvidar su doloroso pasado, Hiroshima y Nagasaki miran al futuro para que no se vuelva a repetir una tragedia como la que sufrieron hace ya siete décadas.

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