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Debilidades de “Ciutat Morta”

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El documental “Ciutat Morta” me despertó sensaciones encontradas. Se empatiza con los protagonistas de la historia: es imposible que ese chico matara a alguien, piensa uno desde el principio. Y lo de Patricia Heras es conmovedor. Una chica sensible, poeta, que homenajea con su peinado a Cindy Lauper y que por ello se ve atropellada por una policía torturadora y  un sistema corrupto que la llevarán al suicidio. Lo que cuentan es terrible. Sus amigas son personas extravagantes que caen bien. Una se dice pornoterrorista. Tienen slogans como “devenimos perras”, como lo de Ylenia, perras máximas,pero  en feminista a ultranza y antisistema.

Y tanto como la historia me asombra la credulidad. Se da todo por hecho. Así Manuel Delgado, Gregorio Morán, David Fernández, el hombre de la sandalia. Cientos de miles de espectadores. Las redes sociales y los políticos catalanes en el Parlament. Porque no se duda de la policía, se duda de las justicia.

 

Me asombraba todo. La magnitud del drama, su trascendencia. Me da pena no formar parte nunca de ninguna primavera de la inocencia, de ninguna revolución. Envidio un poco la indignación, la verdad.

En un momento dado, el documental coge  un vuelo conspiranoico: el ayuntamiento colaboraría por omisión en la gentrificación del barrio y permitiría la fiesta en el edificio okupa; los policias iban sin cascos (¡negligentes!); pasó el camión de la basura; el alcalde metió la pata y justificó su vacilación con un informe fantasma (hay ahí un salto raro que despista, el salto de los minutos censurados, en los que no está claro de que informe concreto se está hablando y de qué  autoría). Se habla de negligencia penitenciaria, se habla claramente de la jueza instructora. Se desliza con rotundidad (entonces no se desliza) la prevaricación judicial. Pero la sentencia fue firmada por más de uno…

Se habla de una cortina de humo política, se dejan caer oscuras recompensas. Y se impugna la totalidad, todo el Sistema, Barcelona entera, Cataluña, también Madrid a través del Supremo estaría detrás. Por mucho que reconforte ver a un antisistema arañando las garantías del sistema, era todo demasiado atroz.

En fin, todo para echarse a temblar.

Y al estupor se une la conmoción, el vapuleo sentimental de la dulce Patricia a la que casi casi podemos ver saltar por su ventana. Yo no sé por que me acorde de Salvat-Papasseit, de la Barcelona, los balcones, las azoteas de sus poemas.

 

Y la maceta. Me asombró hasta la tentación del chiste que esa maceta misteriosa, cósmica, fuera la clave de todo. ¿Pero quién la tiró? Por qué no se abría un curso narrativo para la explicación alternativa. Sólo un encapuchado, poco más. ¿Y el policía, que era la víctima, al menos la única víctima indiscutible?

Durante las dos horas larguísimas del documental se me iban despertando muchas dudas. Por ejemplo: ¿por qué no se explica el indulto de la persona que acompañaba a Patricia?

Y después de todo eso, la abrumadora credulidad general.

La versión oficial no se explica en el documental. Aparecen sus conclusiones como un martillazo, como un sonar de maza, pero no hay explicación de los fundamentos. Por ejemplo, la colisión de explicaciones periciales (unos que cayó hacia adelante, otros que el policía cayo hacia atrás) se resolvía con un par de matices: un perito de la defensa entendía como admisible que el impacto frontal obnubilara a la víctima sin necesidad de daños externos. Otro establecía una salvedad a la hipótesis de la maceta: ¿Cómo, si cayó desde arriba, no impactó en lo alto del cráneo sino en zona temporal?

Mientras en el documental se habla de testimonios vacilantes, en el texto de la sentencia se adjetivaba la declaración de los policías, hablo de memoria, como “Sin fisuras, contundente, coincidente”.

La sentencia recoge también las inexactitudes en la versión de Patricia y su acompañante. No quedaba claro dónde se produjo el accidente de la bici. Tampoco se mencionaba en el documental un argumento de la sentencia: las heridas de los acusados, Patricia y el otro muchacho, no eran las propias de un accidente, de una caída de la bici, sino de otro tipo. También se recogía, y esto es importante, el testimonio del conductor de la ambulancia que los condujo al hospital y que aclaraba si llevaron o no la bicicleta.

En la lectura de las sentencias hasta  el lego advierte cierta endeblez en la argumentación de algunos abogados de la defensa. Una de las amigas de Patricia explicaba en el documental las dificultades para conseguir el dinero necesario para el proceso. “Éramos unas precarias”. El “precariado femenino”, la dulzura de la chica que se suicida. Imposible no simpatizar, insisto.

 

¿Pero no había en dos horas un rato para la víctima, su situación, su familia?

¿Ninguna apelación a la responsabilidad de los que estaban en la fiesta, de los que la organizaron, de los que vieron o estuvieron cerca de quienes habrían de lanzar esa fatal maceta, ni una maldita entrevista hurgando en esa vía?

La sentencia se apoya fundamentalmente en la declaración policial, pero no solo. Su hilatura argumental , poca o mucha, es ignorada. Uno se imagina una declaración sumaria, una ejecución escrita.

Pero esa sentencia fue ratificada por el Supremo. ¿Cuántas firmas de cuántos magistrados llevamos ya? Serían muchos prevaricando, muchos más además de los policías…

El documental es demasiado arborescente. Hubiese sido mejor aislar lo procesal de lo sentimental. Pero como mucho dejarlo ahí. Las conjeturas de los demás, políticos, periodistas e intelectuales (llamaré así a Delgado) lastran el conjunto. No puede ser que todo sea una confabulación. Con esas palabras lo que hacen es debilitar el núcleo de las denuncias, lo que tienen de concreto y de consistente.

Sacarle punta al caso, convertirlo, antes de que se dilucide en símbolo absoluto del derrumbe de todo.

El suicidio, la sentencia posterior de los dos policías, el constante activismo de los que buscan -así lo dicen- venganza, todo eso hace que cualquier persona de buena voluntad se estremezca o se indigne, según temperamentos. Pero se olvidan del ataque a los policías. ¿Qué ganaban inventando un culpable en el hospital? Se olvidan de la víctima y de hacer consistente la hipótesis de la maceta, que sería casi una muerte por azar, un azar provocado por el desgobierno municipal.

La sentencia habla de esas imágenes de la vecina en el balcón y dice algo que no explican en el documental: se grabaron después de lo sucedido. ¿Cómo es posible semejante disparidad?

En fin,viendo el documental  se queda uno desazonado y duda inevitablemente de la versión oficial. Pero antes de prenderle fuego a todo convendría pararse a completar la historia.

 

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