Tenía todo lo que podías desear por aquel entonces. Emociones, piratas, botín, aventuras, monstruos y villanos. Al salir de la película, todos querían ser un Goonie o vivir una aventura al estilo Goonie. Aquella película marcaba una época. Incluso el lugar donde se filmó la película era de película. Una pequeña ciudad pintoresca, Astoria, en una bahía espléndida de la costa de Oregón. Una zona llena de bosques acogedores, playas solitarias y parajes idílicos. Por aquellos parajes tan sólo abundan los surferos solitarios durante todo el año y los senderistas que ejercitan treckkng otoñales para perderse entre los bosques de New Port y Florence.
Realmente aquella parte de américa hace justicia a la fama de pueblos tranquilos, carreteras poco transitadas (especialmente la 101 que es costera) y días grises para contemplar nítidamente el horizonte. Y eso que es zona de Tsunamis, también de mucha ola para surfear. Que de hecho es lo que hacen. Y como bien sabemos, donde hay Tsunami o ola grande. peliaguda cuestión. Suelen existir naufragios. El ejemplo lo tenemos mucho más cercano aquí en el Mediterráneo, concretamente en Baleares, donde cada mucho tiempo tienen la misma jarana. Algún que otro terremoto importante. Como el ocurrido en Argel en el 2013. Tal y como ocurre en la zona de Nehalem Bay. O lo que ya el historiador griego Tucídices nos hablaba de la gran ola que golpeó el golfo de Maliakos, en Grecia, el año 426 a.d.C. Y lo de su compatriota, Herodoto, con el de Potidea (Grecia) en 497 a.d.C. Aquello lo podrían achacar a una consecuencia de la ira del dios Poseidón. A día de hoy, ya sabemos que en realidad se trata de un fenómeno marino. El mar está vivo y donde hay mar y el paso del tiempo durante siglos, siempre han existido naufragios. No hay otra.
En aquel pequeño pueblo de la costa oeste americano todo es eso. Muy anglosajón y muy marinero. De la mar hasta hace poco venía todo. Incluídas sus lejanas historias. Una calle principal en la ciudad de manzanita (que viene del Español, manzana), que da por un lado a la carretera costera y por la otra, a la orilla de la playa. Entre medias y en la misma calle, la oficina postal, el ayuntamiento y el departamento de policía, todas ellas sobre casitas de madera muy pintorescas ellas. Lo que se llama un pueblo amable en sí mismo y que hace la vida en torno al mar. En la biblioteca, la inevitable investigación y lugar de citas de los eruditos locales. En un pueblo sereno, multitud de leyendas. Una de ellas, siempre presente en Manzanita. Como no. Marinera. Una muy antigua en la que los indios hablan de un pequeño grupo de hombres blancos, que con armaduras, remó a tierra, allá en las brumas del tiempo. Lo que no sabemos de qué hombres blancos se trataban. Si eran los que estaban más pálidos; es decir los ingleses. O los más morenitos de piel y castaños Los Españoles. Hasta el siglo XVIII, por aquellos parajes inhóspitos fueron pocas las velas que costeaban por aquellos magníficos parajes. El pabellón de los barcos que se aventuraban por aquellas tierras eran o Españoles o ingleses. También alguno que otro holandés de la VOC. La Vereenigde Oostindische Companie junto a sus colegas británicos y Españoles dominaban los mares del mundo.
No había otra. Que se lo digan a uno de esos grandes de nuestra historia. Especialmente a nuestros exploradores del siglo XVI, que abrían mundo. Desde Vasco nuñéz de Balboa, que rclamó todo el Océano Pacífico, para la corona Española, pasando por el curioso Lorenzo Ferrer de Maldonado (que tiene una biografía de novela), que afirmaba haber descubierto y cartografiado el mítico paso del noreste. Ese que está ahora tan de moda, ya que reordena el tráfico mercantil mundial y que por el ártico comunicaba el Atlántico con el Pacífico. Todo esto, hasta que en 1774, el entonces virrey de la Nueva España, Antonio María Bucareli, ordenó explorar la costa del Pacífico Noroeste detalladamente con el objetivo de llegar a los 60° de latitud norte (cerca de la latitud de la actual ciudad alaskeña de Cordova). El objetivo, descubrir posibles asentamientos de comerciantes rusos de pieles y volver a reafirmar la posición española a lo largo de dicha costa. O que se lo digamos a otro grande. A aquel marino ilustre que cada vez que voy al museo Naval de Madrid tiene una obligada y fugaz visita. La figura Dionisio Alcalá Galiano, que en algún post de “espejo de navegantes” será de obligado homenaje (qu a efectos de documentación a lo hacen magistralmente nuestros amigos de todo a babor ), también estuvo por allí. Oriundo de Cabra. Córdoba y que terminó por medio mundo. Impresionante escuela de vida y de pilotaje la de Galano. Cosmógrafo. Marino. Escritor y sobre todo, valiente capitán de mar y de guerra. Pues bien, nuestro viejo y fiel compañero que descansa en óleo a un escaso metro de Churruca en el museo Naval y que comparte lecho de siglos, en el panteón de ilustres marinos de Cádiz;, sería otro de los Españolitos que divisaría aquellos lejanos parajes norteamericanos. De lo más septentrional que un Europeo podía conocer en vida. No debieron ser muchos los Españoles que llegaban hasta aquellas latitudes. Corría el año de 1789, y junto Cayetano Valdés dejaban momentáneamente a la expedición de Malaspina, para tomar el mando de las goletas Sutil y Mejicana y llevar a cabo un reconocimiento del estrecho de Fuca, en el paso del Noroeste, un poco más al norte de nuestra costa de Oregón. Aquello quedaba aún muy lejos para el comercio. Estaba muy cerca del ártico, y sin embargo ya vemos que había Españoles explorando aquellas tierras. Y Galiano debió pasar por delante de Nehalem. No cabía otra.
Pues a pesar de eso. Que está bien al norte, y que hace un frío que pela. Allí en Mazanita town, hay una leyenda india que sobrevuela desde hace decenios por aquel tranquilo municipio. Una que conocen todos los habitantes de aquella pequeña pedanía de 598 personas, 315 casas, y 176 familias. Todo un destino de fábula. La leyenda, hace honor a su nombre. “Que si aquellos hombres con armaduras llenaron el interior de una montaña con tesoros. Que si los indios no profanarían nunca la tumba de nadie. Que si junto al tesoro, en el interior de la montaña yacían postrados decenas de esqueletos. Que sí allí se mató a un esclavo negro con una espada en la cima de del túmulo de oro y plata”. Todo esto dejaba corta a la historia que narraba Tolkien en su hobbit, y que trata de lo mismo. Que si una montaña en un pueblo repleta de montañas. Hobbiton. Que si aventuras… Hay que ver lo que dan de sí las leyendas. Tan antiguas como el humano. Otra versión de leyenda, que transcurre por el pueblo, es que si hubo una batalla entre “grandes canoas aladas”, (¿con lo de las alas se referirían a las velas?). Personalmente, no pude evitar, con esto de las alas, recordar y pensar en aquellas palabras de Nelson, con su bella metáfora de los “cisnes blancos”, al compararlos con sus queridos e inmensos navíos de línea formando de en la lejanía. Las velas eran para él, sus níveas alas. Hay cosas que no cambian. Especialmente tambien en lo referente a las metáforas. La leyenda india sigue con que si soplaban humo el uno contra el otro, tal vez sugiriendo un encuentro bélico. Y aún , hay más. Hay otras historias que nos hablan de Nehalem Bay, como el lugar del desembarco en la costa oeste de Sir Francis Drake en 1579. En tiempos tan tempranos aquello estaba claro que tenía la intención de que Inglaterra reclamase esta parte del continente. Y era cierto. Parte de las leyendas nos hablan que los tocones de madera y las señales en piedra con el número 67 grabado en la misma, hablaban de eso. Que los había dejado allí conscientemente Drake. Para dejar bien claro, que allí había pisado suelo inglés.
El monarca Inglés enrique VII, llevó nada más y nada menos que a Frosbisher. Otro de Los grandes corsarios del siglo XVI. Que también pone nombre a una bahía helada de por allá arriba. Pues mucho de estos, debieron pasar por delante de aquella montaña sagrada. La montaña. La famosa Neahkahnnie, al norte de Manzanita en el pleno Oswald State Park West. Un promontorio importante para las tribus locales. Ne-kah-ni es traducido como el “lugar de Dios”. Para los colonos Europeos, estaba claro, cuando veían recortado contra la costa aquella singular mole, sabían que habían llegado a Nehalem. Lugar de refugio y posiblemente de aguada. En todo caso de fondeo. Si había un problema en alta mar, siempre podía ser posible encontrase allí.
La alargada y magnética sombra del monte Neahkkannie, atrae a escritores, historiadores y como no. Estamos en tierras americanas. A los guionistas de Hollywood. La leyenda sobre los galeones Españoles hundidos en la zona de Nehalem Bay inspiró a Cris Columbus. Es algo muy normal por aquellas tierras. En muchas ocasiones nuestros galeones son la diana de los cazatesoros. Como vemos también son manantial de leyendas, las cuales se sustentan en muchas ocasiones en simples suposiciones, como en muchos de los naufragios reales. El supuesto galeón español de Nehalem Bay, en este caso inspiró para escribir nada más y nada menos que la película de The Goonies. Su productor ejecutivo, el gran Steven Spielberg. Los Goonies es una película de 1985, una de aventuras dirigida por Richard Donner . La película nos narra la historia de una banda de adolescentes que viven en un barrio de Astoria, Oregón. Un grupo de chavales que intentan salvar sus casas de un inminente desahucio y demolición. La solución. Dinero para pagar el desastre. Y claro, aquí es rápidamente donde entra en juego nuestro galeón . Que si el descubrimiento de un viejo mapa español de época moderna, que en plan el “mapa del tesoro”, señala la supuesta fortuna de un pirata llamado “Willy el tuerto” con una X bien grande. Y así los Goonies nos narra, como el inteligente y soñador Mikey, descubre el mapa y convence al resto del grupo para encontrar el tesoro. Que si un laberinto de cavernas en donde superan mil y unas trampas mortales, para llegar finalmente a un gran lago subterráneo en las raíces de una montaña. Y allí, en la laguna; el colofón final. La nave intacta del pirata “Willy el tuerto” . Wow. Si así fuera, si estuviera intacto como aparece en la película haría las delicias de cualquier equipo científico de arqueólogos subacuáticos que lo descubrieran. Al igual que al país y la ciencia en la que se encontrasen. El caso es que el rodaje de los Goonies comenzó el 22 de octubre de 1984, y duró cinco meses. La nave del “tuerto”, era una réplica en tamaño real de un barco pirata creado bajo la dirección del diseñador de producción J. Michael Riva. Sobran los comentarios sobre su cualquier remoto parecido con la realidad. Los productores de efectos especiales de algunas películas buscan una visualidad efectista que horrorizaría a cualquier historiador, arqueólogo o especialista en arquitectura naval. Es lo que hay. Como el de la película “piratas” de Polansky, que por cierto descansa en el muelle portuario de Génova y es un destino cotidiano de las familias en el paseo dominguero.