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El mapa del cielo, una guía en alta mar.

El mapa del cielo, una guía en alta mar.
Andrea Zucas el

Desde tiempos remotos, los movimientos de los astros suscitaron la curiosidad de los antiguos que, mirando al cielo  misteriosamente  intuían que la coreografía de las estrellas gobernaba el destino de las personas.

Un momento antes de huir en la luz de la luna, tras ser Heildelberg sitiada por la Liga Católica, hizo una pausa sobre las balaustradas. Conocía bien a “el monje con armadura”. Fugaz como siempre observó  de horizonte a horizonte aquellos cielos que lo habían amparado. Tomó una profunda bocanada de aire. Se preguntó por qué el frío universo, infinito y silencioso resplandecía  indiferente a su soledad y sus temores. La Guerra de los Treinta Años amenazaba su vida y el maestro alemán Andreas Cellarius,  aquella noche entre húmedos escalofríos ideó un cielo acorde… a salvarse de la hoguera. Fiel a su ideología, aunque decidiera  pintar un firmamento “aceptable”. De inmediato se puso en movimiento.

Detalle atlas

Un  magnífico legado se ha conservado de él. Quien intentó catalogar aquel campo ininterrumpido de estrellas en una obra que reuniría todas las ideas hasta entonces conocidas sobre el Universo. En 1660 recopiló los mapas del cielo más bellos de su tiempo,  los llamó Harmonia Macrocósmica, siendo su editor, Johannes Janssonius,  convirtiéndose en el primer Atlas Celestial. Un hombre, que hizo soñar al mundo revelándole que el  firmamento estaba habitado por constelaciones  que nos guiarían allí donde estuviésemos, sus ideas surgieron aquella noche, escapándose de su temor a morir. Hoy existe una reedición que incluye una introducción profusamente ilustrada a cargo de Robert van Gent, uno de los principales expertos en Cellarius, en la que se resume la historia de la cartografía de los cielos.

El cielo había sido estudiado, lo sabía bien. Desde un cubo con varias capas, el esquema de los zigurats, los templos en forma de pirámide desde donde los sacerdotes babilonios se hicieron astrónomos. La primera sospecha acerca de un cosmos con forma de esferas imbricadas surgió hace 2.600 años. Entonces, Pitágoras ya sabía que la Tierra era redonda como una naranja y Eudoxo de Cnido, matemático de la Academia de Platón, formuló la doctrina que suponía una Tierra inmóvil. Estas esferas concéntricas, como capas de cebolla, girarían con velocidades constantes transportando los cuerpos celestes.

Hipótesis de Ptolomeo

Incluso se imaginó la «música de las esferas», Atanasio Kircher, en su Musurgia Universalis en 1650 recreó a cada cuerpo celeste emitiendo en su periplo un sonido continuo, de forma que las distintas proporciones de las esferas se traducían en notas diferentes produciendo una armonía sublime. Es una imagen ingenua, pero también el primer intento de explicar el movimiento de los astros sin invocar causas sobrenaturales.

Aristarco de Samos había deducido un sistema heliocéntrico, en el cual la Tierra tenía movimientos de traslación y de rotación. Lo injuriaron por ello, y la idea de que la Tierra era el ombligo del cielo sobrevivió hasta el siglo XVI.

La Tierra como ombligo del Universo (S. II)

El griego Claudio Ptolomeo, que vivió en Alejandría en el siglo II, recopiló ese tinglado geocéntrico en un libro clásico que los árabes llamaron Almagesto. En su mecánica celeste, el griego presumía una Tierra fija sobre la que orbitaban los demás cuerpos celestes. Luego nuestro cielo quedó hibernando sin demasiadas observaciones, hasta que en 1543, el polaco Nicolás Copérnico publicó La revolución de las esferas celestes. Postulaba que la Tierra no era el centro de nada, sólo  permanecía orbitando alrededor del Sol y sobre su propio eje en ciclos de 24 horas.

Sistema copernicano y las estaciones terrestres (1542)

Pasamos unas décadas y el danés Tycho Brahe solo precisó la posición de 777 estrellas para  dibujar  una nueva carta celeste. Invirtió 25 años en su catálogo y un año después de su muerte, en 1600, su discípulo Johannes Kepler publicó los resultados.

Plano de Braheum.

Con la ayuda del telescopio, Galileo Galilei, que había descubierto las lunas de Júpiter y documentado las fases de Venus, ofreció las pruebas inatacables de la validez del sistema copernicano. Cellarius lo sabía, pero bastante había sufrido huyendo de las persecuciones religiosas por Alemania, Polonia y Flandes como para meterse en camisa de once varas. Finalmente, él era más un dilettante que un científico, por eso hizo de su Harmonia una compilación, más que un tratado, una historia de la evolución de la astronomía.

Su obra registra 29 planchas que reflejan la bóveda celeste, la mayoría muestra un universo geocéntrico. A pesar de esta miscelánea en la que tanto vale lo antiguo como lo moderno, la Harmonia resulta una de las obras más excepcionales del XVII, por su grandiosidad y belleza, especialmente de sus escenografías: planchas que muestran la Tierra en cuatro perspectivas diferentes. Pero para el astrónomo profesional aportaba pocas novedades, ni cuadros con cifras, ni ejemplos de cálculo. Eran tiempos del Barroco, y en el gusto de la época, los grabadores se esmeran tanto en la pureza de las figuras mitológicas que apenas se distinguen las estrellas. La estética se impone a la utilidad.

El espectáculo del hemisferio boreal (1660)

Cellarius realizó su Atlas en 1660 salvándose de la inclusión en el Índice de libros prohibidos gracias al sabio jesuita Athanasius Kircher, que abogó ante la Curia diciendo que se trataba de un libro de Historia. Los coleccionistas llaman a esta delicada joya tipográfica “albo corvo rarior.” La distinguen como más rara que un cuervo blanco.

Esfera Armillar

La Astronomía y el desarrollo de los mapas celestes, constituyen un apartado de la historia estrechamente ligado al mismo de la navegación en alta mar. Tan apasionante como lo es el firmamento. Antes de 1610 se inventa el telescopio, posiblemente un invento de Hans Lippershey, alemán fabricante de lentes, a partir de aquí, la imaginación científica como la popular se cautiva por la astronomía. Se activó entonces un mercado sediento de esferas celestes y sus conocimientos, sistemas cosmológicos y calendarios.

En la ciencia, con la Cosmografía y sus instrumentos, se pudo determinar la posición de las estrellas sobre la bóveda celeste, valiéndose del astrolabio que durante los siglos XVI al XVIII, fue utilizado como el principal instrumento de navegación, hasta la invención del sextante, en 1750. Tecnologías que favorecieron el arte náutico y las exploraciones transoceánicas.

El cielo quedó representado en nuestro atlas de Andreas Cellarius y allí en1660, hubo quienes prefirieron seguir mirando hacia él, donde quizás se dibujaban los sueños que podían hacer más hermosas sus vidas.

Se sentía un historiador del firmamento al servicio de navegantes y otros mansos contempladores de la noche. Estaba seguro de que había creado, el Atlas con las más espectaculares ilustraciones en la historia de la astronomía.

Hombre de aficiones variadas y ocupaciones plurales, principalmente maestro de latines y constructor de fortificaciones. Permanece neutral, por si la hoguera… de todos modos el Universo seguiría en armonía su curso ineluctable, frío, infinito y silencioso. Resplandecería indiferente a su soledad y a sus temores. Aunque esta vez lo había pintado, transformándolo en un cielo divino.

 

 

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