La bonanza económica y la eclosión del efecto Guggenheim convirtieron a España en el laboratorio de los delirios del entonces poderoso star-system arquitectónico. La necesidad de ponerse al día con equipamientos e infraestructuras postergadas y un intenso espíritu novorriquista hicieron que en el territorio español camparan a sus anchas aquellos adalides del capitalismo y la cultura del espectáculo desplegando sus artes y caprichos.
El momento álgido de todo este proceso en el que hubo algunos aciertos pero que, principalmente, estuvo plagado de muchos errores en forma edificios innecesarios, sobredimensionados y sobrevalorados, fue la exposición celebrada en el MoMA en 2006: On Site. New Architecture in Spain. Un pedestal para aquellos delirios de una época de vacas gordas que eran estruendosamente jaleados en las publicaciones nacionales y, allende nuestras fronteras, consumidos con admiración.
Se levantaron sonados despropósitos como la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela de Peter Eisenman, el Palacio de Congresos de Oviedo de Santiago Calatrava o el Pabellón Puente en Zaragoza de Zaha Hadid. Ejemplos entre muchos que dan muestra de aquel arrebato colectivo, ansioso por poseer un edificio icónico o tener un star-architect a sueldo. A ello hay que sumar desbarros no construidos como el edificio propuesto por Rem Koolhaas para Córdoba, y que habla de la connivencia entre los poderes fácticos de la arquitectura y la política.
Ese deseo desenfrenado y la idea de una arquitectura «milagrosa» que proponía aquel espectáculo de íconos y estrellas causaron graves estragos. Y nadie, o casi nadie, se atrevió en su momento a poner en duda la dictadura endiosada de aquel manojo de arquitectos a emular que se convirtieron en intocables e incriticables.
Si la arquitectura se complació en regodearse en todos esos delirios en lugar de efectuar cualquier tipo de reflexión sobre ellos, la crisis de 2008 llegó para encargarse de poner el modelo patas arriba. Como de la noche a la mañana, gran parte de aquella inteligencia que había disfrutado y orquestado los parabienes de la arquitectura espectáculo comenzó a renegar de ella y a despreciarla. De esto daba buena cuenta aquel oportunista documental producido por TVE titulado «Se acabó la fiesta» (2011). En él, todo el mundo se lavaba las manos, pretendiendo que nadie había tomado parte en aquella vanidosa irresponsabilidad.
Otra de las acciones emprendidas para esa huida hacia adelante ha sido la utilización de la figura de Santiago Calatrava como chivo expiatorio, culpándolo de los peores pecados para exorcizar una responsabilidad colectiva.
A diez años del punto de inflexión que marcó la quiebra de Lehman Brothers, parece evidente que ya no cabe esperar reflexión alguna sobre el ascenso y caída de la arquitectura del espectáculo y el capricho.
La crisis económica y el estallido de la burbuja inmobiliaria sólo fueron subliminalmente asumidos como un impasse, como un periodo durante el cual se estuvieron poniendo en escena modelos alternativos a modo de correctos placebos que permitieran seguir el juego a quienes ostentaban, y continúan ostentando, el poder y las decisiones en la arquitectura. Durante esos años, a comienzos de esta década, se abjuró de la objetualidad y la exuberancia formal y se implantaron la performance, la participación y la colectividad y el elogio a lo povera. Un nuevo espectáculo en concordancia con la crisis que impostaba además un mensaje éticamente redentor para la maltrecha credibilidad de la arquitectura. Todo ello como escaparate e interludio a la espera del comienzo del siguiente periodo de abundancia.
La paradójica premiación en 2016 del Pabellón de España en la Bienal de Venecia con el León de Oro es la celebración del triunfo de ese estrepitoso fracaso. Bajo el título ¨Unfinished¨, en el pabellón se hacía gala de los estragos de la crisis forzando, en lugar de algún tipo de autocrítica, una lectura conceptual con tintes pretendidamente poéticos acerca del significado de los cadáveres arquitectónicos dejados por aquel tiempo de edificios icónicos.
En este momento corremos el riesgo de regresar a todo aquello que había antes de la crisis y que, en gran medida, contribuyó también a causarla. Todo aquel trance no ha vacunado contra el virus de la desmesura. No obstante, es muy importante subrayar el hecho de que bajo toda esa capa de arquitectura estrella ha existido también una forma de hacer que no se obnubiló y ha continuado trabajando a otra escala, sin ruidos, y es en donde sí puede detectarse una revisión y resistencia pragmáticas.
Esa utilización del edificio como producto ornamental y del arquitecto como celebrity de la era icónica ha tenido consecuencias lamentables que han dejado seriamente tocada la autoestima de la arquitectura. Esa negativa a una catarsis crítica ha sido y sigue siendo una de las causas esenciales de la dificultad para salir de este atolladero y continuar en una incierta deriva que, de momento, no apunta ni a recuperación ni a renovación.
(Artículo publicado en ABC Cultural el 15 de diciembre de 2018.)
Imagen: Fotografía del Pabellón-Puente de Zaha Hadid realizada por Francisco Jiménez e incluida dentro del fotorreportaje “La decadencia de las ‘joyas’ de la Expo” publicado por Heraldo de Aragón el 18 de mayo de 2016.
Crítica