Dice siempre Marc Márquez que su ídolo de la niñez era Rossi. Como siempre, cuando un piloto de su categoría llega a lo más alto, los mitos desaparecen, porque ves al icono a tu lado, le derrotas y todo cambia en tu cabeza. El ilerdense ha conquistado dos Mundiales de MotoGP, marcha hacia el tercero, ha levantado coronas en las otras dos cilindradas y camina hacia la consecución de todos los hitos de Valentino y de Agostini.
El nefasto comportamiento de Rossi en aquel Gran Premio de Malasia de 2015, cuando pegó una patada a la moto del español, terminó por desmontar todo el mito de VR46. Y las palabras de Rossi en Montmeló hace mes y medio, cuando adujo que la curva en la que murió Salom se remodeló para beneficiar a la Honda de Marc, fueron el colmo de la antideportividad canalla del veterano campeón, que ha perdido la esencia de su aura. Valentino pidió perdón por aquellas declaraciones, que jugaban con la muerte de Luis, pero quedaron dichas. Y Márquez no las olvida. Ni Honda.
Ahora, Marc llega al Gran Premio de Austria con dos carreras de ventaja sobre Lorenzo y Valentino. Y el domingo puede igualar las 54 victorias de otro mito, Mike Doohan. Porque Márquez, abucheado en muchos circuitos por la campaña de prensa montada por Rossi para defenderse de su indigna patada de Sepang, es otro mito. A sus 23 años suma 53 triunfos en el Mundial. Él sí que puede alcanzar lo 122 éxitos de Agostini. Y los ocho Mundiales de MotoGP celebrados por Giacomo. Ahora persigue el tercero. Y le quedan ocho años como mínimo al máximo nivel. Si él quiere correrlos a tope para superar todos los récords, impondrá otros nuevos. Es el único piloto del mundo que puede establecer todas las plusmarcas que quiera. En esa tenacidad ajena a la edad sí hay que alabar a Rossi, que lucha por la corona con 37 años. En eso sí es un ejemplo para Marc.
Otros temas Tomás González-Martínel