La quieren en todas partes. En Argentina, en Paraguay, en Bolivia, en Chile, tierra que este año lamenta no poder verla de cerca, pues el Dakar no pasa por el país continental que orilla los Andes. Laia Sanz es la reina del rally. Admirada por los argentinos. Amada por los bolivianos, que la piden tener un hijo con ella en plena carrera. Ovacionada por los paraguayos, sorprendidos ante el cuerpo de tótem de Laia, robusta, alta, fuerte, con unos hombros que chocarían en poderío con los de Dino Meneghin, el famoso pívot del antiguo Ignis de Varese, que peleó contra Rafa Rullán y el Real Madrid durante años. Laia Sanz es un portento físico que domina una moto con esa fuerza que alimenta la confianza en uno mismo.
La catalana no puede ganar el Dakar, porque no posee tanta potencia como los favoritos al título. Pero pelea con ellos y rompe moldes. Es respetada por los hombres del Dakar que saben lo duro que es correr este raid y acabar entre los quince primeros. Y es olvidada por los que no son tan fuertes como ella. Está preparada para aguantar 50 grados de calor y un hielo gélido a ocho grados bajo cero sobre dos ruedas. Lo ha pasado mal con el frío al lado de Pedrero y de Gonçalves, amigos ante la adversidad del terreno y del clima. La enemistad de los territorios unen a los rivales.
Laia es uno de ellos. Ha vencido al machismo primitivo. Solo por eso ha conseguido la admiración de millones de mujeres. Es un ejemplo para ellas, que la siguen por facebook. Y por facebook le llega una propuesta diaria de matrimonio de miles de hombres que la idolatran.