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Adiós Nicky, tu bondad no era de este mundo

Tomás González-Martínel

La mala suerte en la vida va unida a la desfachatez y miseria de este mundo. Veinte años corriendo a 350 kilómetros por hora y mueres en un cruce vulgar, en un accidente de tráfico. Nicky Hayden ha perdido la vida cuando menos lo esperaba. El 25 de junio de 2006 declaraba en ABC, cuando era líder del Mundial, que le consideraban un segundón y que era líder por casualidad. Aquella entrevista con nuestro periódico fue un compendio de buen humor, moral positiva, alegría y bondad de un campeón que quizá no estaba hecho mentalmente para la maldad de los campeones habituales, empezando por Rossi.
Cuatro meses después de aquella charla amena se proclamaba campeón del mundo, en España, en Valencia. Y hablamos durante hora y media de sus sueños hechos realidad. Lloraba de alegría y no se lo podía creer. Era un pedazo de pan.
El estadounidense era un luchador puro. Un trabajador nato. Alto, sus 181 centímetros le hacían sufrir en una Honda pequeña construida para Pedrosa. El norteamericano se reía. No pensaban en él. Encajado en esa motito, recluido en unos centímetros, dolorido en su postura, ganó el Mundial cuando nadie creía en él.
Nicky no cambió tras la coronación. Continuó siendo el mismo. Ni siquiera fue considerado favorito por su equipo al año siguiente. Ni él se vendió conmo tal. Humilde, bonachón en un mundo de intereses, Hayden sabía reírse hasta de sí mismo. Pocos lo hacen. Y sabía disfrutar el momento. Nunca corrió contra un enemigo para tirarle o echarle de la pista. Eso era imposible para él. El duelo Rossi-Stoner en su tierra, en Laguna Seca, sería impensable con él. El italiano echó de la pista al australiano. Hayden no habría entrado en esa guerra sucia, denunciada por Casey tras aquella carrera al límite de la vida.
Hayden era una buena persona en un mundo de tiburones. Tras su campeonato nadie le puso una moto mejor. Deambuló en busca de podios, como antes, y nada más. Era un ejemplo de deportista y de educación. Todavía recuerdo aquella carrera cuando se quedó tirado, sin combustible, a unos metros de la meta y perdió un podio. Su lamento hacía llorar a todos. Era sincero, no escondía sus sentimientos. No tenía doblez en ese orbe de la moto tan rebuscado, con sonrisas falsas en ruedas de prensa entre pilotos que se matarían por sobrevivir en el Titanic y por ganar una mera carrera. Nicky no era así. No podía odiar. Elogiaba al rival y hablaba bien de ellos. Nicky, en verdad, quizá no era de este mundo.

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