Circuito de Estoril, 31 de octubre de 2010. Marc Márquez (Cervera, 18 años) se jugaba el título mundial con el “veterano” Nico Terol (Alcoy, 23 años). Antes del Gran Premio portugués, el ilerdense era todo adrenalina. Como siempre. Salió a la vuelta de calentamiento. Ruedas frías. No lo pensó. Y se cayó. La Derbi estaba destrozada. El carenado, roto. Desencajado. Había que cambiar piezas. No tenía tiempo. Corriendo, acudió al box. La moto tardaba en llegar. Técnicos de varios equipos de Derbi, mecánicos amigos de otros boxes, acudieron a arreglar el desaguisado.
Terol, Pol y toda la parrilla estaba en la pista. Preparados para salir. Marc ya no podía entrar en ella. Se había cerrado el semáforo verde. Debía partir desde el “pit lane”. La “vía de servicio”. Era un manojo de nervios controlados. Alzamora intentaba calmarle. Era el más sereno. Debía inspirar tranquilidad. El piloto sabía que debía esperar a que pasara todo el pelotón para salir el último.
El líder era el farolillo rojo de la carrera. Podía perder la corona. Y se puso a remontar. Adelantó rivales de cinco en cinco. Tres veces -“y cuatro”- estuvo a punto de rodar por los suelos. Se la jugó. En pocas vueltas era quinto. Ya vislumbraba el colín de la Aprilia de Nico. Respiró. Solamente dos minutos. Volvió a la carga. Y adelantó a Terol. El valenciano se quedó sorprendido. Y Marc se fugó hacia la victoria.
El chaval transformó una tragedia en una gesta. Allí ganó un Mundial que cuarenta y cinco minutos antes estaba perdido. Márquez revolucionó el motociclismo. Demostró que no hay imposibles. Si un director de cine quisiera hacer una película de este deporte, solo tendría que copiar el gran Premio de Portugal de 125 centímetros cúbicos del año 2010. “Fue de película”, reconoce al campeón. Hubo drama y heroísmo. El día 1 de mayo, el “nem” de Cervera vuelve al lugar del “crimen perfecto”.