Marc Márquez la ha recibido con los brazos abiertos. Jorge Lorenzo ha dicho que es bueno que las mujeres compitan el el Mundial y celebra que sea una española. Elena Rosell (Manises, 1986) se ha convertido en la pionera del motociclismo naconal. Su estreno en Moto2 abre un campo hasta ahora no explotado. Elena debe ser el comienzo de una gran amistad entre la mujer y las dos ruedas. Es cierto, como dice ella, que los padres no quieren que sus hijas se jueguen la vida sobre una moto de competición. Por eso las pide que luchen para ser piloto, como hizo ella. Que no se dejen dominar. La valenciana ha peleado desde los nueve años por hacer de este deporte su profesión. Su hermano Enrique, que corría en 125 a mediados de los noventa, la inyectó el veneno. Papá, Emiliano, se negaba a dejarla subirse a una máquina. Por fin cedió. Y ella le hizo sentirse orgullosa. Superó una criba de cuatrocientos pilotos a los catorce años para poder competir en Cheste y beneficiarse de su escuela. Ella es una mujer potente, poderosa. Hizo taekwondo. Le gusta el senderismo. Y el esquí. Está especializada en educación física. Y trabaja la nutrición como base del mejor rendimiento de sus músculos. De esos músculos que se enfrentan a los hombres desde hace once años. En Assen, en la catedral, lo puede hacer mejor o peor, pero tiene mucho mérito esta hembra que pilota monturas de 600 (ahora en Moto2) y de 999 centímetros cúbicos( en el Campeonato de España) haya llegado hasta el Mundial. Ha luchado mucho, codo con codo, con Nico Terol, con Héctor Barberá y otros hombres del gran circo. Va por usted, Elena Rosell. Es un ejemplo a seguir. Y está bien que rompa tópicos. Que diga que estaría bien que un hombre le sujetara la sombrilla, como hacen las mujeres con los pilotos. No le gusta que traten a las chicas del paraguas como un objeto de florero. Ella rompe con todo eso. Es una pionera.
deportes Tomás González-Martínel