Y asà es más o menos como le cambio la cucharilla del yogur por la de la necesaria medicina a Félix, mi hijo, que tiene dieciséis meses:
La belleza cinqueccentista de Dominique Sanda cayó en el cine con la serenidad de una pluma en un dÃa ventoso. Su modo de mirar y de ser mirada le sugirió a Bertolucci un preciso tratado sobre el tiempo y lo esbelto; y a De Sica, sobre la pérdida y la diferencia entre ralea y abolengo. ‘El conformista’, ‘Novecento’, ‘El jardÃn de los Finzi Contini’… Pero, a esa Dominique Sanda la caló un par de años antes Robert Bresson, un cineasta tan sobrio y escueto como un zapato inglés, y que la inauguró para el cine en una pelÃcula titulada ‘Una mujer dulce’ (ella), que nos contaba la historia tremenda de una mujer que duda entre matar a su marido y suicidarse. Bresson también inauguró (en realidad co-inauguró, pues ese mismo año también hizo ‘Les enfants de paradis’, de Carnè) al cine a Maria Casares con ‘Les dames du bois de Boulogne’… Un cazador de actrices, Robert Bresson, a pesar de que su interés por el actor era en sà otro tratado sobre cómo hacer un zapato inglés. Algunas de sus pelÃculas sólo pueden ser consideradas como obras de arte: Pickpocket, Un condenado a muerte se ha escapado, Mouchette (demasiado triste y profunda, incluso para Cassavettes un dÃa de resaca), Cuatro noches de un soñador (tan superior esta versión de La Noches Blancas de Dostoievski a la que hizo Visconti; una pelÃcula seca y esponjosa, delirantemente romántica pero frÃa… sin duda digna del mejor Kieslowski), Le diable probablement, Làrgent… Naturalmente, Bresson no es un director para cualquier momento, ni para un roto o un descosido; Bresson es un cineasta para ser elegido: ahora o nunca. No hay nada tan certero para ‘un momento bresson’ como una pelÃcula de Bresson…