Sólo se vive una vez, decÃa Fritz Lang a mediados de los años treinta en su segunda (creo) pelÃcula americana. Bonita frase. Y probablemente cierta. Bonita pelÃcula. Negra en todos los sentidos y gamas del negro, con un personaje que aparece tan crepuscular como una polilla en la luz de la garita, y que interpreta con su mejor cara de pringado Henry Fonda. Una pelÃcula que tiene algunos de los momentos más visualmente expresionistas que se han hecho al otro lado del Mississippi (él, en la celda, con los barrotes estilizándose en sombras increÃbles…), y una pelÃcula que habla en minúscula de la justicia con mayúscula, de un modo, quizá, algo ingenuo (los buenos, los malos), pero con una agresividad atroz… Y con ella, la casi olvidada Sylvia Sidney, actriz que miraba a la cámara con glotonerÃa y a su partenaire, en este caso el pringado Fonda, lo devoraba con una boca indescriptible…, una mujer, o un personaje, capaz de cualquier cosa para estar donde se debe, aunque, desgraciadamente para ella, su lugar de la dignidad era al lado del perdedor Fonda.
No sé por qué hablo de esta pelÃcula que no tiene nada que ver ni con hoy ni con aquÃ.