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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El golpe de Tailandia, ayer y hoy

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De la veintena de golpes de Estado e intentonas que ha sufrido Tailandia, me ha tocado cubrir dos: el de ayer y el de septiembre de 2006, origen de esta crisis porque fue entonces cuando el Ejército derribó al primer ministro Thaksin Shinawatra aprovechando que estaba en la Asamblea General de la ONU.

Esta foto podría ser de ahora, pero es del golpe de Estado en 2006. La Historia se repite en Tailandia.

Aunque son la misma noticia, la cobertura en uno y otro caso no podía ser más diferente y, por desgracia, representativa de la decadencia del Periodismo por la crisis y la proliferación de internet, que ha matado la imagen romántica del corresponsal aventurero que se abre paso entre revoluciones y lo ha enterrado bajo la pantalla de un ordenador que escupe constantemente teletipos a refritar. Desde Pekín, así estamos cubriendo el golpe de Estado de Tailandia de la forma más digna que nos permitan la tecnología y nuestros conocimientos sobre el país.

Una situación muy distinta a la asonada militar de 2006, que nos pilló a los periodistas destinados en Asia cubriendo en Singapur una cumbre extraordinaria del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Por cierto, un evento al que pocos medios mandarían hoy a sus periodistas.

La cumbre estaba a punto de acabar y los compañeros de los principales medios españoles habíamos quedado para tomar una copa en la terraza del Hotel Raffles. Con su aire colonial y sus viejos ventiladores removiendo desde el techo el calor tropical de aquella noche, no había escenario más apropiado para tomarse unos “gin-tonics” con los colegas mientras nos quejábamos de lo mal que estaba ya la Prensa, como suele ser habitual cuando se junta un grupo de periodistas. Pero lo malo no ero eso, sino que éramos tan ingenuos que no nos imaginábamos que se iba a poner mucho peor.

Mientras despotricábamos animados por el alcohol, se vivió uno de esos momentos mágicos – realmente de película – por los que resulta tan apasionante ser periodista y sentir el vértigo de la información. Sobre la mesa, entre los cacahuetes, las cervezas y los copas, se iluminó la pantalla del móvil de un compañero, que enarcó las cejas como solo sabemos hacerlo los corresponsales cuando vemos el número de nuestro jefe llamándonos a horas inesperadas. Encogiéndose de hombros, se levantó con una evidente mueca de fastidio y se retiró de la mesa para contestar. En cuanto empezó a escuchar a su interlocutor, la cara le cambió por completo y se le abrieron los ojos de par en par, volviéndose hacia nosotros para compartir su sorpresa.

Los “camisas amarillas”, contrarios al depuesto Thaksin Shinawatra, agasajaban a los soldados y se fotografiaban con los tanques.

En ese momento sonó el móvil de otro compañero, que también se levantó de la mesa y, justo después, otro más. A continuación, y como si fuera una avalancha irrefrenable, sonaron al unísono los demás teléfonos, que nos traían la misma noticia desde nuestras Redacciones: golpe de Estado en Tailandia.

De pie en torno a la mesa, apuramos nuestras bebidas, apagamos nuestros cigarrillos con ansia y pedimos la cuenta apresuradamente. No solo teníamos que volver a nuestros hoteles para escribir la crónica, sino también buscar el primer vuelo de la mañana a Bangkok, en el que nos embarcamos todos. Con nuestros cuadernos y cámaras, nos plantamos ante los tanques que vigilaban las calles y entrevistamos a los militares, agasajados con rosas por los opositores a Thaksin. Acompañado por una amiga a la que había conocido tres años antes, en mi primer viaje a Tailandia, me perdí por los barrios más pobres de la ciudad para entrevistar a los seguidores del depuesto primer ministro. Al igual que pocos meses antes en Nepal, estábamos viviendo y contando en primera persona algo tan importante para un país como una asonada militar. Y, salvando las diferencias porque en Tailandia ya llevan 18 o 19 (ni las agencias se aclaran), eso lo entenderá perfectamente cualquiera que viviera el 23-F en España.

Como entonces, este nuevo golpe ha sido incruento, se está desarrollando con la calma budista del “país de la sonrisa” y ya ha instalado en el poder a una junta militar que ha suspendido la Constitución, impuesto el toque de queda, prohibido las reuniones y censurado los medios. Pero, por desgracia, los periodistas no hemos salido pitando hacia Bangkok tras apurarnos de un trago nuestros “gin tonics” del Raffles.

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