Pablo M. Díez el 06 feb, 2009 Viernes de oración en la mezquita de Wazir Akbar Khan, en Kabul. Al mediodía, una multitud de adultos barbudos tocados con el pakol (gorro tradicional afgano) y jóvenes vestidos a la occidental atraviesa la puerta principal. Charlando animadamente entre risas, pasan de largo ante los niños que limpian las botas de los fieles con sus dedos embadurnados en betún y las mujeres que, enjauladas en sus roídos burkas, piden limosna de rodillas junto a sus andrajosas hijas. Mientras unos hacen sus abluciones, otros contemplan los carteles que se acaban de colocar entre dos árboles con fotografías de las víctimas de los recientes bombardeos israelíes en Gaza. ¿Es que no tienen hijos?, pregunta en árabe una pancarta con la imagen de una niña envuelta en el tradicional sudario musulmán. No sólo las grandes potencias tienen derecho a la vida, critica otra donde se ve a un herido por las balas del Ejército hebreo. Como no podía ser de otra manera, tan desgarradoras imágenes eclipsan el discurso del mulá sobre los problemas ecológicos generados por las grandes compañías que construyen sus fábricas sin preocuparse por el medioambiente. Todos los musulmanes deberíamos unirnos y hacer algo para frenar la muerte de inocentes en Gaza, explica indignado a ABC Najibullah, un joven de 18 años que no duda en asegurar que estoy pensando en ir a luchar a Palestina porque están dañando al Islam. Curiosamente, Najibullah no es un talibán ni nada que se le parezca. Su padre es coronel del Ejército y, frente a sus mayores, endomingados con el tradicional shalwar kamees (traje típico formado por camisa larga y pantalón), viste a la occidental y le gustan las películas americanas. Pero, como miles de jóvenes afganos, Najibullah se está radicalizando a medida que crece y contempla la impunidad de los ataques israelíes contra el pueblo palestino. Por ese motivo, cree que tanto dicho conflicto como la permanencia de las tropas extranjeras en Afganistán están contribuyendo a que los talibanes tengan cada vez más apoyos. De hecho, hasta el propio Najibullah insiste en que ahora estamos mucho peor que con los talibanes, ya que, aunque eran crueles, no insultaban a la gente como lo hace el actual Gobierno ni había ataques suicidas con coches bomba. Como sus compatriotas, Najibullah es un joven exaltado y de sangre caliente que, después de tres décadas de conflictos, se ha acostumbrado a que la guerra sea el estado natural de su país. No en vano, los afganos compaginan su encantadora amabilidad y su risueña hospitalidad con el espíritu de lucha que corre por sus venas. El mismo que les llevó a derrotar a los imperios británico y soviético y a enzarzarse en una guerra civil entre los señores de la guerra que facilitó la llegada de los talibanes al poder. De hecho, el combate se halla presente hasta en algo tan inocente como son los juegos tradicionales de Afganistán: las peleas de perros, gallos, camellos y hasta las cometas, que consiste en hacer volar la tela tan alto como se pueda y, de paso, cortar el hilo de las demás. En este ancestral clima de violencia, la agresividad estaba ayer a flor de piel en las multitudinarias peleas de perros organizadas en una gran explanada en Badan Bagh, la falda del monte Bagh-e-Bala. Desde las ocho de la mañana hasta el mediodía, decenas de canes de la raza autóctona afgana (sage-koochee o perro de los nómadas) se enfrentan para regocijo de los más de 5.000 hombres aquí las mujeres también están vetadas que vibran con tan brutal espectáculo. Con algunos espectadores subidos en las montañas de hierro que forman los autobuses despanzurrados por los obuses de la guerra, la muchedumbre grita, aplaude y apuesta sus propios coches cuando los animales saltan a la arena sujetados con correas hasta por dos hombres. Los perros afganos, que parecen mastines, son fuertes, grandes, musculosos y pueden llegar a pesar más de 40 kilos. Agitando sus enormes cabezas, se ladran con fiereza unos a otros y, en cuanto son liberados de los arneses, se lanzan sobre sus rivales levantando sus patas traseras. Enseguida, los canes se agarran con sus afilados colmillos al pescuezo de sus oponentes hasta que uno inmoviliza al otro en el suelo o uno huye con el rabo entre las piernas. Entonces, el juez, un anciano armado con un bastón para apartar a la turbamulta que se acerca demasiado al combate, declara al ganador y su dueño estalla de alegría. Es el caso de Mahboob Nazari, un maestro de 44 años que estaba exultante tras la victoria de su perro Shir, que en dari significa león. Tengo otro que se llama Babur (Tigre) y la semana pasada gané con ellos casi 20.000 euros en el campeonato provincial de Mazar-i-Sharif, indica el profesor, que entrena a sus animales con largos paseos por la montaña y hasta les da masajes para tonificar sus músculos. Frente a los que critican que se trata de una costumbre salvaje e inhumana, Mahboo Nazari replica que a diferencia de otros países, los perros aquí no luchan hasta la muerte y, además, celebramos estas peleas en invierno para que así se curen mejor sus heridas. El problema es que, a veces, la euforia del público se dispara y acaba en peleas con palos y navajas que se cobran varios heridos, pero que no llegan a ser tan sangrientas como los tiroteos que se producían durante la época de los mujahidines, cuando casi todo el mundo iba con un kalashnikov bajo el brazo. En un país con tan pocas diversiones como Afganistán, así de animados son los viernes de oración y peleas de perros. Foto de la pelea de perros: ALVARO YBARRA ZAVALAMás información en:– La corrupción “empacha” a Afganistán– La ofensiva talibán dispara las muertes de civiles en Afganistán– “Ahora estamos tan desesperados como con los barbudos” Otros temas Tags afganosataquescamelloscometasejercitogallosgazaislamisraelkabulmezquitamulamusulmanespalestinapeleasperrostalibanesvierneswazir akbar khan Comentarios Pablo M. Díez el 06 feb, 2009
Entrevista íntegra a la Nobel de la Paz María Ressa: “Las elecciones de Filipinas son un ejemplo de la desinformación en las redes sociales”