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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El amigo de China

Pablo M. Díez el

La atracción por el Lejano Oriente le viene de antiguo al español Ivo Fornesa, que acaba de recibir el Premio a la Amistad con China, un galardón que desde 1991 ha reconocido a un millar de extranjeros que han ayudado a mejorar este país. Nacido en Barcelona en 1959, recuerda que su bisabuelo tenía en Hong Kong una compañía dedicada al comercio de algodón y que, de niño, veía a su abuela ordenar sus fichas de “mahjong” (una especie de dominó chino con 136 piezas).

Ivo Fornesa: aquí un amigo de China

Licenciado en Derecho y Geografía e Historia, llegó a China en 1994 con una empresa que había fundado tres años antes y se dedicaba a diseñar y construir pabellones de ferias y exposiciones. “A partir de esa fecha se intensificaron las muestras y convenciones y empecé a dar servicio también a empresas españolas que tenían interés en entrar en China”, me cuenta Ivo Fornesa, quien fue contratado por Indra para suministrar el mobiliario y las señales del nuevo aeropuerto de Shenyang (provincia nororiental de Jilin), uno de los primeros en ser construidos por el régimen de Pekín en la titánica modernización de sus infraestructuras. “Antes no se podía ni entrar en los baños del pestazo a zotal”, recuerda Fornesa, quien ha colaborado con numerosas compañías, ha sido corresponsal de “El Periódico de Cataluña” y además dirige una editorial que publica libros para coleccionistas y facsímiles.

En total, 16 de dichas obras versan sobre China. Además, destacan 24 recopilaciones de cuentos infantiles y leyendas étnicas de Yunnan, la bella provincia enclavada al suroeste del país que también le ha galardonado por sus libros y por un programa de control de avalanchas en Lijiang, donde los corrimientos de tierra matan a unas 700 personas al año.

Durante estas casi dos décadas, Ivo Fornesa ha vivido la extraordinaria transformación del gigante asiático, “desde los infectos baños sin puertas que había en 1994, cuando los chinos venían a verme a medio faenar e incluso te ofrecían cigarrillos, hasta el cliente que me recoge en el aeropuerto con un Rolls-Royce, en cuyo salpicadero lleva un figura dorada de Mao Zedong a modo San Cristóbal porque se ha hecho millonario gracias al Gran Timonel”.

En todo este tiempo, Fornesa también ha aprendido que los negocios en China se cierran en un copioso banquete regado con abundantes “gan beis” (brindis) a base de “bai jiu”, el fortísimo licor local destilado con arroz. “La primera vez me agarré un colocón monumental y me tuvieron que llevar a mi habitación en el carrito de las maletas. Al día siguiente fui a la reunión muerto de vergüenza y todos me abrazaron como si fuésemos hermanos”, rememora desde su nuevo hogar en un castillo del centro de Francia, adonde se acaba de mudar con su esposa, una china de etnia manchú, y sus tres hijos, de entre diez y dos años. Aunque se trata de un pequeño pueblo de 600 habitantes en la comarca agrícola de Berry, nos explica que “a 20 kilómetros se está construyendo un complejo industrial chino de 400 hectáreas que prevé la llegada de 5.000 obreros de ese país”. Un ejemplo más de que “los chinos están en todos los lugares y no le tienen miedo a nada, lo que es bueno para ellos y malo para nosotros, que cada día somos más blandengues y perdemos muchas energías en hablar”. Y lo dice un amigo que habla con conocimiento de causa.

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