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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Un marido para cuatro esposas

Pablo M. Díez el

Dos docenas de zapatos se amontonan en la puerta de la casa de Ikramullah Ashaari, un musulmán de Malasia de 43 años que no sólo cumple la costumbre de descalzarse antes de entrar en su hogar, sino también la de mantener varias esposas. En concreto son Juhaidah, Kartini, Rohaya y Rubaizah, cuatro mujeres el máximo permitido por la ley en este país del sureste asiático con edades comprendidas entre los 41 y los 30 años con las que ha tenido 17 hijos de entre 21 y 7 años. De ellos, cuatro se han casado ya y uno hasta le ha dado un nieto, aumentando aún más una familia no ya numerosa, sino multitudinaria, cuyos zapatos colapsan la entrada a su casa cada vez que se reúne al completo.

Ikramullah, en el centro, rodeado por sus cuatro esposas: Juhaidah (a la derecha de la imagen), Kartini (izquierda), Rohaya (abajo a la izquierda) y Rubaizha (abajo a la derecha)

Pero para Ikramullah no supone ningún récord, sino algo habitual, ya que es el sexto de 38 hermanos y su padre, que también tiene cuatro esposas a sus 72 años, ha visto nacer a unos 200 nietos y 12 bisnietos. De hecho, Ikramullah ni siquiera es el más prolífico de la estirpe porque uno de sus hermanos ha concebido 33 vástagos con sus cuatro esposas, mientras que sus dos hermanas mayores, casadas también con un polígamo, han alumbrado 14 y 13 hijos. Y eso que aún quedan por contraer matrimonio 14 de sus 37 hermanos, que tienen entre 47 y 14 años. “El mes pasado se casó uno con dos mujeres al mismo tiempo”, explica Ikramullah con una orgullosa sonrisa de oreja a oreja.

Desde hace tres décadas, su progenitor, el gurú religioso Abuya Ashaari Muhammad, viene promoviendo la poligamia en Malasia porque está permitida por el islam y la practicaba el profeta Mahoma.

Para ello, dirige una secta con 300 miembros varones y sus 700 mujeres bajo la forma de la compañía Global Ikhwan, que cuenta con más de un millar de sucursales repartidas por todo el mundo en 14 tipos de negocios, desde hoteles hasta restaurantes y supermercados pasando por publicaciones islámicas y productos de alimentación. De origen humilde, Abuya, que en malayo significa padre, ha levantado un imperio religioso y económico a pesar de que el Gobierno prohibió sus actividades a mediados de los 90. En su conglomerado empresarial, que incluye escuelas, clínicas y hasta departamentos de avituallamiento, vivienda y cultura para las familias polígamas, trabajan todos sus hijos.

“Queremos cambiar la imagen negativa de la poligamia que se tiene no sólo en Occidente, sino también en países musulmanes como Malasia, donde el 5 por ciento de los matrimonios están compuestos por varias mujeres y lo mantienen en secreto”, indica Rohaya, la esposa número tres de Ikramullah.

Tras regresar de cursar sus estudios islámicos en Pakistán, éste se casó con 22 años con su primera esposa, Juhaidah, en un matrimonio concertado por su padre. La mujer, que entonces contaba 20 años, era alumna del “santón” Abuya y, según reconoce, “no tuve ninguna duda porque para mí era un honor contraer matrimonio con uno de sus hijos”.

Por su parte, Ikramullah añade que “Abuya no es sólo mi progenitor, sino también mi maestro y mi guía espiritual, así que hice lo que me dijo porque él sabía lo mejor para mí”. Lo mismo ocurrió al cabo de cinco años, cuando se casó con Kartini, una abogada que también le presentó su padre y se convirtió en la esposa número dos.

Los zapatos de esta familia más que numerosa se amontonan en la puerta de su casa

“Tuve que prepararme para admitirlo y renunciar a mi instinto de posesión o a los celos”, admite su primera mujer, quien fue aleccionada por el “iluminado” Abuya para controlar sus sentimientos más naturales. Imbuidas de su filosofía, fueron las propias esposas las que le propusieron a Ikramullah que se casara con su amiga Rohaya, doctora de profesión, cuando ésta se quedó sola y con siete hijos tras divorciarse de su marido.

“Al principio me sorprendió mucho, pero luego vi que era mi ángel salvador y las otras esposas se convirtieron en mis hermanas”, se congratula Rohaya, quien no duda en afirmar que “por su naturaleza, los hombres necesitan varias mujeres”.

Tras ella vino Rubaizah, una profesora de árabe de 30 años que está aportando ahora la juventud que Ikramullah precisa para seguir procreando. Rohaya desgrana que “cada una le damos algo distinto: la primera esposa es muy buena ama de casa; a la segunda le gusta viajar; conmigo tiene conversaciones intelectuales y la más joven mantiene viva la llama del deseo. A cambio, lo compartimos y pasa una noche con una y la siguiente con otra, pero nunca con dos a la vez, ya que la poligamia puede funcionar si se sigue la palabra de Alá”.

¿Y qué pasa, entonces, con el amor? La segunda esposa lo tiene claro: “Surge después de la boda, no antes”.

Hasta hace poco tiempo, las cuatro mujeres vivían juntas en un lujoso chalé de Putrajaya, una especie de Brasilia asiática construida por el Gobierno de Malasia para descongestionar la capital, Kuala Lumpur, de las labores administrativas de los ministerios. Aquí residen ahora la primera y segunda esposa, amas de casa que cuidan a los niños de las otras como si fueran sus propios hijos, mientras que la tercera y cuarta mujer tienen sus propios domicilios para ir cada día más fácilmente a sus trabajos.

“Pero nos reunimos, al menos, una vez a la semana porque somos una gran familia, aunque algo más numerosa de lo habitual”, estalla entre risas Rohaya junto a las otras mujeres de su querido, y polígamo, marido.

La intendencia de una familia multitudinaria

Cada dos días, en la casa de Ikramullah se consumen diez kilos de arroz, cinco pollos, cuatro kilos de cordero, cinco de pescado, cinco de verdura y tres grandes melones. Y eso que algunos de los hijos mayores están estudiando fuera. Estas sencillas cifras sirven para desmontar la afirmación de Ikramullah de que “somos como cualquier otra familia”.

Para empezar, un polígamo necesita un dormitorio con baño para cada una de sus esposas y otro cuarto para él, donde cada noche recibe a una de las mujeres. Divididos entre niños y niñas, los hijos duermen en grandes habitaciones con literas pero, como reconoce Rohaya, “casi siempre utilizan los aseos de los padres porque no se pueden esperar los unos a los otros cuando tienen que ir al colegio”.

Ikramullah disfruta de la cena con sus cuatro mujeres y sólo una pequeña parte de su familia

Por supuesto, la ropa también se comparte y va pasando de un hermano a otro hasta que, finalmente, “la rompen por el uso o dan el estirón y cada uno prefiere su marca favorita”.

Así es el día a día de una familia polígama feliz porque, según denuncia la ONG malasia Hermanas del Islam, también hay muchos casos de abusos y maltratos a mujeres por parte de sus maridos. Además, este grupo que promueve los derechos humanos entre las féminas critica su sumisión al varón.

En principio, la poligamia se permitió en el islam para que las viudas y sus huérfanos no quedaran desatendidos, pero para muchos ricos musulmanes ha derivado en la práctica de “ponerle un pisito” a sus amantes. Por eso, los seminarios para captar esposas de Global Ikhwan se centran en jóvenes campesinas pobres, mujeres maduras a las que se les ha pasado la edad de casarse o “señoritas” de turbulento pasado que son repudiadas por los hombres.

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