Shenzhen, el laboratorio chino
Como en la América del “Lejano Oeste”, gentes venidas de toda China acuden a Shenzhen para trabajar en las cadenas de montaje de la “fábrica global” que se concentran en el Delta del Río de las Perlas, que baña otros cercanos núcleos industriales como Guangzhou, Dongguan, Foshan y Zhuhai. Comunicada por trenes de alta velocidad con capacidad para 200 pasajeros que salen cada cinco minutos, se trata de un área metropolitana que incluye también a Hong Kong y Macao y tiene una población superior a los 30 millones de habitantes.
Pero en Shenzhen, que es pura modernidad, no hay ni un solo monumento que ver, aparte del enorme cartelón que retrata al “Pequeño Timonel” Deng Xiaoping junto a su inmortal frase: “Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones”.
En esta joven y dinámica ciudad sus principales reclamos son sus parques de atracciones. El más famoso es “Ventanas al mundo”, un monumental complejo “kitsch” donde se reproducen a escala los 130 monumentos más famosos del planeta. Desde una Torre Eiffel que mide 108 metros hasta una copia diminuta del Big Ben pasando por la Mezquita Azul de Estambul, el Taj Mahal, el Partenón, las pirámides de Egipto, el Vaticano, el Palacio de Versalles, los canales de Venecia, la Ópera de Sidney, Buckingham, el templo camboyano de Angkor Wat, la torre de Pisa, los molinos de viento de Holanda, los rascacielos de Manhattan, el Monte Saint-Michael y hasta la mismísima Plaza Roja de Moscú. Por parte española destacan una coqueta maqueta del Alcázar de Toledo y una recreación del Parque Güell de Barcelona que haría las delicias de Gaudí. Todas, absolutamente todas las joyas del patrimonio de cada país están presentes en este recinto de 48 hectáreas que resume a la perfección el espíritu de la ciudad donde se levanta: “si no podemos salir a ver otros países, lo mejor es traerlos aquí”.
Junto a “Ventanas del Mundo”, destacan el parque temático “China esplendorosa”, que reproduce a escala los encantos de este país, y el gigantesco recinto de OCT East (Overseas Chinese Town), donde sus extasiados visitantes se quedan boquiabiertos ante cascadas artificiales o se deleitan con los platos típicos de cada país en el Pueblo Europeo.
En todos ellos, el habitual pragmatismo oriental vuelve a imponerse entre los chinos, que suman a su habitual campechanía una curiosidad desatada tras décadas de aislamiento maoísta. “Es una manera divertida y bonita de conocer el mundo”, se encoge de hombros la joven Sun Jing mientras se fotografía junto a la Torre de Londres.
El mundo, aunque sea en miniatura, ya empieza a pertenecerle a los chinos.
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