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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Las réplicas nuestras de cada día

Pablo M. Díez el

En Japón uno no se despierta por el pitido de la alarma, sino por el zarandeo de la cama. Y no me malinterpreten; no me refiero a que, entre crónica y crónica, me haya dado tiempo a encontrar una salvaje compañera de alcoba que eso es otra historia , sino a las réplicas nuestras de cada día.

A las ocho de esta mañana, la habitación del hotel ha empezado a temblar de nuevo. La cama se mecía y, si no hubiera sido por el crujido de las paredes y el bamboleo que hacía agitarse la televisión y los espejos, el meneíto podría haber sido hasta agradable. Pero no en la décima planta del hotel y, mucho menos, después de haber visto la destrucción que dejaron tras de sí el terremoto y el tsunami que barrieron la costa noreste nipona el pasado 11 de marzo.

Uno de los edificios tumbados por el terremoto del 11-M nipón en Onagawa

Como el hombre es un animal de costumbres, uno se va a habituando a los seísmos. En el mes que llevo en Japón, he sentido más réplicas que en toda mi vida en España, donde sólo recuerdo un terremoto de baja intensidad que hizo moverse brevemente la Redacción de ABC en Córdoba hace varios años. No me las quiero dar de experto, pero me ha embargado un cierto orgullo profesional cuando, al levantarme hoy, he visto en las noticias que el temblor de esta mañana era de 6,3. Más o menos lo que había calculado entre las sábanas antes de volver a dormirme de nuevo segundos después de que pasara el terremoto.

Porque, cuando uno está curtido en las decenas de réplicas que sacudieron a la ciudad de Sendai los días posteriores al tsunami, no se deja impresionar tan fácilmente por un pequeño movimiento de seis al cuarto. Escribiendo hasta las tantas de la madrugada las primeras crónicas de la catástrofe en la sede del Gobierno de la Prefectura de Miyagi, el edificio se agitaba con fuerza, pero resistía gracias a los muelles hidráulicos con que se construyen sus columnas antiterremotos.

Desde entonces, se han registrado más de un millar de réplicas y cada día se sienten dos o tres temblores que balancean lámparas, detienen ascensores, paran trenes, rompen cristales, derraman el agua de las peceras y nos meten un poquito más de miedo en el cuerpo. En Japón, uno de los países con mayor actividad sísmica del mundo por situarse sobre las placas tectónicas que chocan en el Anillo de Fuego del Pacífico, así se sobrellevan los terremotos nuestros de cada día.

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