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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

La maldición de Indonesia sobre el “Anillo de Fuego”

Pablo M. Díez el

Leo que más de 150 personas han perecido bajo un “tsunami” en Indonesia, donde hay decenas de desaparecidos. Y, en este mismo país, veo luego que 25 personas han muerto abrasadas por el volcán Merapi. Aunque suene duro, no me sorprende. Indonesia, donde las desgracias y las catástrofes naturales siempre vienen a pares, tiene algo más que mala suerte. Sobre este bello archipiélago de 18.000 islas y 240 millones de habitantes, la nación musulmana más populosa del mundo, parece que pesa una auténtica maldición bíblica – o, más bien, coránica – que la convierten en centro de todas las desdichas. Desde el “tsunami” que arrasó las costas del Océano Indico en la Navidad de 2004 y dejó a su paso más de 228.000 muertos 170.000 sólo en Indonesia , hasta la propagación de la gripe aviar y los constantes accidentes aéreos y naufragios de barcos.

No nieva, es la ceniza del volcán Merapi que cae sobre la aldea de Krinjing-Krajan, a sólo cuatro kilómetros del volcán

Dejando a un lado la tradicional desorganización y el caos del país, el motivo de tanta calamidad, al menos natural, es que Indonesia se asienta sobre el “Anillo de Fuego”, una zona de la corteza terrestre donde hay localizados 497 volcanes (más de un centenar en activo) y rica en movimientos sísmicos.

Conocí la furia de la Naturaleza en Indonesia a finales de mayo de 2006, cuando viajé a la isla de Java para cubrir el terremoto que provocó más de 6.000 muertos en Yogyakarta. Mientras la ayuda humanitaria tardaba días en llegar y los supervivientes se hacinaban en improvisados campamentos levantados sobre las ruinas de sus casas, la amenazadora sombra del cercano volcán Merapi se cernía sobre ellos. Como una de las imágenes más impresionantes que he visto en mi vida, aún recuerdo las bocanadas de humo blanco que salían despedidas de su cráter y se elevaban en el horizonte azul sobre las tiendas de campaña que los damnificados habían montado entre plantaciones de palmeras, cocoteros y bananos.

A sólo 30 kilómetros de la zona devastada por el temblor, se vislumbraba la peligrosa silueta del Merapi, cuyo cráter llevaba ya un mes vomitando incesantes lenguas de humo de hasta 900 metros de altura. Desde la colina descendían centenares de riachuelos de lava y nubes de ceniza que cubrían de blanco los pueblos de los alrededores, de donde habían sido evacuadas unas 24.000 personas.

Pero en uno de ellos situado a sólo cuatro kilómetros del volcán, Krinjing-Krajan, sus 300 habitantes se negaban a abandonar sus hogares. Obedecían así los consejos del “Abuelo” Maridjan, un santón que se había pasado su larga vida en Kinahrejo, en las inmediaciones del volcán, y aseguraba que no había peligro porque él era capaz de escuchar la voz interior del Merapi.

Aunque la ceniza flotaba sobre la atmósfera y quemaba las tejas y los árboles, los vecinos de la humilde aldea, que no tuvo luz hasta hace una década, se sentían a salvo y no tenían miedo a morir. Todo ello pese a que fallecieron 66 personas en la última gran erupción del Merapi, en 1994, y cerca de 1.300 en 1930. Los habitantes de Krinjing-Krajan pensaban que podrían echar a correr para escapar de la lava si escuchaban una explosión en el volcán, pero la mayor amenaza para sus vidas eran las nubes de humo que, con una temperatura de más de 600 grados, avanzaban a 100 kilómetros por hora.

Son los peligros de vivir bajo el volcán. Y sobre el “Anillo de Fuego” de Indonesia.

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