Pablo M. Díez el 13 dic, 2008 Aunque con bastantes más años, menos curvas y unas uñas no tan afiladas, la abuela Ding Shiying podría ser bautizada como la catwoman de Pekín. El motivo es que en su humilde casa del hutong Long Tou Jing, un típico callejón de viviendas bajas de ladrillo gris situado cerca del parque de Beihai, vive junto a 242 gatos y 8 perros a los que ha ido adoptando con el paso del tiempo. Siempre me han gustado los animales, pero no tuve mi primer gato hasta 1973, cuando me traje a casa un minino que encontré en la calle y tenía problemas con sus patas, explica la abuela Ding, que tiene ya 80 años. Aunque, al principio, hubo de vencer la reticencia de sus padres, esta afable solterona consiguió poco a poco ir convirtiendo el domicilio familiar en una especie de zoológico. De hecho, nada más abrir la puerta de la casa golpea al visitante un intenso olor felino, por lo que uno se siente aturdido por unos instantes mientras Ding Shiying vocifera en chino y, ayudándose de su bastón, corre a duras penas detrás de uno de sus gatos, que ha aprovechado el resquicio de la entrada para escaparse. De todas maneras, no hay por qué preocuparse: ya volverá a la hora de comer y, además, dentro hay muchos más. Flanqueado a ambos lados por los pequeños cuartos que se adivinan tras unas antiguas ventanas de madera, un estrecho patio conduce al final de la vivienda a través de una senda que está, literalmente, inundada de gatos. Caminando de un lado para otro, tumbados en el suelo, acurrucados en el borde de las ventanas, ronroneando encima de los destartalados armarios, lamiéndose las patas dentro de las jaulas, trepando con sus uñas por las puertas y saltando por encima de la cabeza de la abuela Ding de un lado a otro del tejado. Tras dejar mi empleo como médico por una dolencia pulmonar, entre 1973 y 1983 estuve trabajando en la Universidad, de donde me traje siete gatos más, recuerda la anciana, quien llegó a juntarse con una treintena de animales durante aquellos diez años. Su amor por los felinos le llevó a reformar la casa familiar, donde había vivido desde 1952, para habilitar más habitaciones para sus nuevos inquilinos, a los que alimentaba cada día tras ir a los mercados en busca de verduras y de las sobras del pescado. Pero la situación se descontroló totalmente cuando, a finales de los 90, apareció en televisión contando su historia. A partir de ese momento, todo aquél que quería deshacerse de un gato en Pekín ya sabía dónde acudir. El año pasado empezaron incluso a dejarme perros abandonados en la puerta de casa, se queja la encantadora mujer, que critica la falta de responsabilidad de quienes piensan que un animal es como un juguete que se puede tirar a la basura cuando crece. A pesar de esta insensibilidad, también recibe el apoyo de otros amantes de los gatos, ya que su exigua pensión de 2.000 yuanes (232 euros) apenas le llega para cocinar los 15 kilos de arroz que sus queridas mascotas necesitan al día. Quiero mucho a mis gatos y algunos, como Tao Tao o Nian Hu, me han acompañado durante muchos años y hasta duermen conmigo, desgrana inyectándole una vacuna a un precioso ejemplar que puede llegar a costar hasta 1.000 yuanes (116 euros). Nunca me han contagiado nada y creo que son buenos para mi salud, aunque mis vecinos se quejan del fuerte olor y del ruido que hacen cuando se pelean, concluye la abuela Ding acariciando entre sus brazos a uno de sus nietos de cuatro patas. Para ayudar a la abuela Ding a cuidar sus gatos, se pueden hacer donaciones en la siguiente cuenta bancaria del China Construction Bank, en su sucursal de la avenida de Ping An: 110 496 998 01000 60285 Código swift: pcbccnbjbjx Otros temas Tags abandonadosabuelaanimalescallechinadinggatoshutongpekinperrosshiying Comentarios Pablo M. Díez el 13 dic, 2008
Entrevista íntegra a la Nobel de la Paz María Ressa: “Las elecciones de Filipinas son un ejemplo de la desinformación en las redes sociales”