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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Kamikazes: los nuevos héroes del cine japonés

Pablo M. Díez el

Al son que marca una épica marcha militar, un avión zero atraviesa una de las pantallas gigantes de televisión que centellea en el concurrido cruce de Shibuya, el barrio de las tiendas de moda para los jóvenes de Tokio. Dicho plano se mezcla con otras conmovedoras imágenes donde varias mujeres se despiden entre lágrimas de un grupo de soldados, casi adolescentes, que se disponen a partir hacia el frente y que, en su último brindis, apuran una copa de sake mientras una cinta blanca con la bandera del sol naciente se agita entre sus cabellos.
Son los protagonistas de Ore wa, kimi no tame ni koso shini ni iku, el último éxito del cine nipón que en inglés se titula Para aquéllos a los que amamos y que podría traducirse como Voy a morir por ti. No en vano, esta gran producción, que ha costado 1.800 millones de yenes (10,7 millones de euros), refleja la vida de los pilotos kamikazes que, durante los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, estrellaban sus aviones contra los portaaviones y destructores americanos para hundirlos.

El primero de dichos ataques tuvo lugar en la isla de Leyte, en Filipinas, en 1944, casi al final de la contienda y cuando el imperio del Sol Naciente intentaba a la desesperada frenar el avance de la Armada de Estados Unidos.
Con dicho propósito, y apelando al espíritu de sacrificio propio de la mentalidad japonesa y al deshonor de la derrota, el vicealmirante Takejiro Onishi ideó una estrategia basada en reclutar a jovencísimos pilotos suicidas cuya máxima destreza a los mandos de un avión consistía en evitar los cañonazos de los barcos enemigos para empotrarse contra sus cabinas de mando.

Más de 2.000 cazas fueron lanzados en estas misiones sin retorno, que consiguieron hundir 34 buques americanos y sembraron el pánico en la flota del Pacífico por el arrojo de los pilotos imperiales. De ellos, 402 despegaron de la base aérea de Chiran, situada al suroeste del archipiélago nipón en la prefectura de Kagoshima.
Allí se desarrolla esta película que, dirigida por Taku Shinjo, no sólo ha triunfado en las taquillas de Japón tras su estreno el pasado mes de mayo, sino que ha suscitado un fuerte debate social por glorificar la figura de los kamikazes, considerados hasta ahora el máximo exponente de la locura que provocó el imperialismo nipón, comparable al nazismo de Hitler.
Mientras los pilotos suicidas son retratados como despiadados villanos sin ningún aprecio por la vida en la mayoría de las producciones de Hollywood, en esta polémica cinta aparecen como valerosos héroes capaces de sacrificarse por su país y sus seres queridos.

Para entender tan radical cambio de papeles hay que ponerse en la piel del guionista, Shintaro Ishihara. A sus 74 años, Ishihara no es sólo uno de los escritores ultranacionalistas que mejor representa a la extrema derecha nipona, sino también el gobernador de Tokio desde hace tres mandatos.
Famoso por decir que las mujeres sin capacidad reproductiva son inútiles y por mofarse de la manera de contar de los franceses, así como por otros comentarios racistas sobre los inmigrantes, Ishihara ha basado su historia en las conversaciones que mantuvo con Tome Torihama. Esta mujer regentaba un restaurante junto a la base de Chiran y, entre plato y plato, se convirtió en una especia de madre adoptiva de los imberbes pilotos suicidas, muchos de los cuales le confiaban sus miedos y temores y hasta desafiaban a la Policía Militar entregándole cartas de despedida para sus familiares.

Uno de ellos era Shinichi Uchida, teniente y mártir con tan sólo 18 años. En su última misiva antes de estrellarse contra un navío de guerra americano, aseguró a sus abuelos que iba a deshacerse de esos gaijins (diablos extranjeros) y que traería el cuello del presidente Roosevelt.
A pesar del ejemplo tan poco aleccionador que desprenden sus palabras, tanto el director como el guionista insisten en que su película es antibélica y que tales preocupaciones y sufrimientos no se pueden encontrar en la sociedad de hoy. Afortunadamente, tendrían que haber añadido, pero no lo hicieron.
Y es que esta cinta revela el creciente militarismo del que hace gala buena parte de la sociedad nipona, donde ya se ha abierto el debate para eliminar los principios pacifistas que rigen la Constitución impuesta por los americanos al término de la Segunda Guerra Mundial.
Junto a dicha producción, el Museo de la Paz de Chiran que cada año visita medio millón de personas muestra el lado humano, y hasta heroico, de los kamikazes gracias a sus cartas, sus alegres fotografías juveniles y a un gran cuadro en el que los ángeles ascienden el cuerpo de un piloto suicida al cielo como recompensa tras sacrificarse por su país. Una demostración más de que los buenos o los malos de una película sólo dependen del bando desde el que se cuente la historia.

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