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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Qingdao, el Múnich del Lejano Oriente

Pablo M. Díez el

Una escultura de bronce de cinco metros, que representa una copa redonda cuya espuma rebosante forma los cinco continentes del planeta, da la bienvenida a la Feria Internacional de la Cerveza de Qingdao. Esta agradable ciudad china enclavada en la provincia oriental de Shandong, que se dio a conocer internacionalmente en verano al acoger las pruebas de vela de los Juegos Olímpicos de Pekín, celebra estos días sus fiestas más importantes, que la convierten en una especie de Múnich del Lejano Oriente.

Y es que en Qingdao tiene lugar una copia made in China del Oktoberfest de la capital bávara, ya que ambas protagonizan los festivales cerveceros más multitudinarios del mundo al recibir, respectivamente, cinco y seis millones de visitantes.
Desde 1991, cuando arrancó la primera edición, el encuentro etílico de Qingdao se ha venido celebrando a mediados de agosto, pero este año se ha retrasado hasta coincidir con su primo alemán por los Juegos. A pesar de la demora, los chinos se han zambullido de cabeza en las 48 marcas presentes en el certamen y, en su inauguración, 220.000 personas se bebieron 66 toneladas de cerveza el pasado domingo.
El gusto por practicar el levantamiento de jarra le viene de antiguo a los habitantes de Qingdao, ya que esta ciudad se suele identificar en toda China con la marca de cerveza del mismo nombre, Tsingtao, que fue fundada por los alemanes en 1903.

Cinco años antes, en 1898, el káiser Guillermo II había obligado al Gobierno manchú de la dinastía Qing a entregarle durante un siglo dicha localidad, que entonces era un pequeño pueblo de pescadores, como represalia por el asesinato de dos misioneros germanos.

Aunque los alemanes fueron expulsados por las tropas inglesas y japonesas durante la Primera Guerra Mundial, su impronta sigue presente en Qingdao, donde construyeron el ferrocarril a Ji´nan, la universidad y numerosos edificios de estilo europeo que hoy ocupan el casco histórico de la ciudad, como la residencia del cónsul, el palacio del Gobierno, la iglesia católica de san Miguel y las coquetas mansiones levantadas junto al mar.

Pero la aportación teutona más importante fue, sin duda, la cerveza Tsingtao, auténtico emblema de esta próspera ciudad de ocho millones de habitantes que, gracias al extraordinario desarrollo que ha vivido China durante las tres últimas décadas, ha visto nacer importantes empresas electrónicas como Haier y Hisense.

Buena prueba de la hegemonía local de la firma Tsingtao es el festival que se celebra en la Ciudad de la Cerveza, un parque de atracciones donde esta semana se han levantado las carpas de las principales marcas del planeta.
A ellas se llega tras dejar atrás la singular escultura de la copa-mundi, primer indicio de lo bizarro y kitsch que es este festival. Porque sólo así se puede definir a las figuras pretendidamente alegóricas que rodean al monumento en medio de un estanque: cuatro estatuas de estilo clásico que aparecen bebiendo y en la que un Baco con forma de niño ha sustituido el vino por una caña. O, al menos, eso es lo que parece que se vislumbra tras el enjambre de familias chinas que se amontona alrededor de la fuente para fotografiarse ante tan llamativo escenario.
Igual de curiosos son los numerosos puestos de comida ambulante instalados en el recinto ferial. La mayoría de ellos sirven pinchitos morunos de cordero procedentes de la remota región musulmana de Xinjiang, localizada al noroeste de China y donde su población autóctona, la etnia uigur, lucha por la independencia hasta con atentados terroristas como los que tuvieron lugar en dicha zona coincidiendo con los Juegos, que se cobraron la vida de varios policías.

Por ese motivo, y sobre todo por la represión con que el régimen chino ataja cualquier movimiento separatista u opositor, sorprende bastante que entre los camareros que atienden en los puestos todos ellos uigures haya varios que lleven caretas de Bin Laden. Bajo la mirada aburrida de los policías y soldados que patrullan por la feria, que parecen no haber reconocido el rostro plastificado del terrorista que lidera Al Qaida, los camareros se mueven frenéticamente al son de una atronadora música discotequera mientras cocinan en la parrilla sus pinchitos de cordero, pulpo, calamar y hasta tiburón.

Este es el animal que, abierto en canal y con los órganos a la vista, cuelga de la boca en un pincho de carnicero junto a una cabra alrededor de la cual revolotean las moscas en medio de un hedor insoportable. A pesar de lo nauseabundo de la imagen, es el reclamo publicitario para los tenderetes de comida que dirigen hacia las barracas donde se promocionan las cerveceras.
Sin embargo, a las cinco de la tarde hay más público en los puestos de pinchitos que en los pabellones de cerveza, por lo que la feria parece más bien una muestra gastronómica poblada por padres que han venido de paseo con sus hijos.
Es al anochecer cuando se empiezan a llenar las tiendas de las cerveceras, que atraen a los clientes con actuaciones de la ópera de Sichuan, famosa porque el actor cambia de careta varias veces con un rápido movimiento de cabeza; representaciones de tragasables y escupellamas; subastas de cuadros pintados con caracteres en mandarín o paisajes bucólicos; y conciertos de despampanantes cantantes ligeritas de ropa.

Como no podía ser de otra manera, y más después de una tanda bien servida de gan bei (brindis chinos), las minifaldas, las poses provocativas y los tangas por encima del pantalón de las artistas hacen las delicias de los achispados parroquianos, que, embriagados por los calores del alcohol, no tardan en quitarse las camisas o subirse las camisetas hasta las axilas para dejar al descubierto sus orondas barrigas cerveceras.
Todo ello a pesar de los precios que marcan las jarras de uno, dos, tres y cinco litros, que oscilan entre los 100 y los 360 yuanes (entre 10 y 36 euros), lo que supone una auténtica fortuna en un país donde los sueldos medios urbanos están en torno a los 1.500 yuanes mensuales (150 euros).
No puedo emborracharme porque la cerveza es muy cara aquí, se queja Zhang Zhiyuan, una simpática universitaria de 21 años que luce unos cuernos de colores en la cabeza, la última moda entre los jóvenes porque brillan en la oscuridad.

Menos problemas de financiación tienen las miles de personas que, ya de noche y con la música sonando a toda pastilla, abarrotan las casetas de famosas cerveceras extranjeras, como Krombacher, Hofbrau, Heineken, y, sobre todo, Tsingtao. En largas mesas repletas de jarras de cerveza y comida, los asistentes se deleitan con copiosas cenas y se lanzan a todos los excesos que estaban prohibidos durante la época de Mao y que ahora les ha traído el crecimiento económico y la modernidad.
Como todo es negocio en esta China que ha abrazado el capitalismo con la misma devoción que antes dedicaba al comunismo, firmas automovilísticas como Volkswagen, Citroën o Mazda también están presentes en la feria para mostrar sus modelos al público. Se ve que aquí no ha llegado aún aquel famoso si bebes, no conduzcas, pero tampoco las restricciones al tabaco, ya que decenas de personas niños incluidos se agolpan entre risas para coger alguno de los cigarrillos que las azafatas de la popular marca china Zhongnanhai lanzan al aire.
Menos mal que, después de todo este bombardeo de sensaciones propio de una verbena de barrio, al visitante le está esperando una enorme jarra de cerveza bien fresquita para brindar y saborear unos pinchitos con los risueños y hospitalarios compañeros de mesa. ¡Gan bei!

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