Pablo M. Díez el 11 ago, 2009 Blindada tras sus muros de hormigón y sus legiones de mercenarios armados con “kalashnikov”, Kabul, la capital del convulso Afganistán, aguarda con su ritmo indolente las elecciones del próximo día 20 con el temor al avance de la guerrilla talibán. Pero hay en un lugar en esta derruida ciudad donde no resuenan las amenazas de la insurgencia ni las atronadoras bocinas del caótico tráfico que ha inundado sus enfangadas calles tras la caída de los siniestros “Estudiantes del Corán” en diciembre de 2001. Se trata del cementerio de Nader Khan, emplazado en una pelada colina desde la que se contempla todo Kabul y presidido por el mausoleo de los reyes Nader Shah y Zahir Shah, que actualmente se está reconstruyendo. Unos niños afganos juegan a volar sus cometas en el cementerio de Nader Khan, en Kabul. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Como en cualquier otra parte de este país arrasado por tres décadas de guerras sucesivas, aquí también están muy presentes la desolación y la muerte. No en vano, es un camposanto, pero se diferencia de otros lugares por las alegres risas y las frenéticas carreras de los cientos de niños que cada viernes, después de la oración en la mezquita, vuelan sus cometas sobre las destrozadas tumbas y lápidas de piedra. Algunas de ellas están tan hechas añicos que parece que los chavales se van a caer en las fosas sobre los esqueletos. Pero éstos las saltan con suma habilidad detrás de sus cometas, que han vuelto a los azules cielos de Kabul tras la prohibición que impusieron los talibanes para que ninguna distracción apartara a los fieles de su integrista visión del Islam. “Creo que los talibanes no volverán, inshalá, pero prefiero no preocuparme por ello porque depende de la voluntad de Dios”, indica Shuja Mohamed, que tiene 34 años y lleva volando cometas desde los seis. “A veces, lo hacía incluso durante la época de los talibanes, pero me entristecía que otra gente no pudiera jugar con sus cometas porque entonces era muy arriesgado”, recuerda este vendedor ambulante de manzanas, que ha traído a su hijo para inculcarle una afición no exenta de lucha. En un país que ya derrotó a británicos y soviéticos y ahora supone el principal reto de Estados Unidos, la convivencia con la muerte, la violencia y la brutalidad están presentes en todos los juegos tradicionales afganos. Así ocurre en las peleas de perros, gallos, carneros o camellos y en el famoso “buskashi”, una especie de polo macabro donde los jinetes se disputan a golpes el cuerpo de una cabra muerta hecha jirones. Hasta las inocentes cometas incluyen una fiera competición, ya que el juego consiste en hacer volar la tela tan alta como se pueda y, además, ir cortando mediante el roce el fino hilo de los rivales. Para la aguerrida sangre afgana, el desafío es tan importante que, si una cometa sobrevuela por encima de una casa, su morador debe salir a enfrentarse con el adversario o, de lo contrario, será considerado un cobarde. Las mejores cometas artesanales se venden en el bazar Shor de la calle Sang Tarashi, un mercado muy popular del centro de Kabul cerca de la mezquita azul de Pul-e-Kheshti. En esta calle de casas de adobe semiderruidas y agujereadas por las balas, abundan también las tiendas de instrumentos tradicionales como el rubab, el laúd afgano de 17 cuerdas, y de cintas de música de los cantantes más famosos. Como las cometas o la televisión, la música también fue prohibida por los talibanes, pero todas ellas han vuelto a aflorar en el Kabul que intenta renacer de sus cenizas. “Inshalá”. Otros temas Tags 20agostobuskashicementeriocometascometeasculturaeleccionesjuegoskabulnader khannader shahpeleasprohibiciontalibanestradicionestraficionaleszahir shah Comentarios Pablo M. Díez el 11 ago, 2009
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