En este mundo en el que solo se mira el resultado y solo se juzga por el último gol, es bueno advertir que el mundo no es una ruleta rusa del todo o nada. El Real Madrid y el Atlético se juegan la competición más importante de los clubes europeos y solo la podrá conquistar uno. El que la pierda, por un remate o en una hipotética tanda de penaltis, no habrá fracasado por no ganar el gran título del año. Será una decepción, nunca un fracaso.
No puede fracasar un equipo que llega a una final de la Copa de Europa. No fracasa un club que ha disputado dos finales de Liga de Campeones en tres años. El Real Madrid sabe que le espera una guadaña mediática si pierde la final. Tiene muchos enemigos, especialmente su presidente, y caerá una ristra de críticas que durará toda la próxima temporada si la entidad no consigue el máximo trofeo. En el Barcelona esperan el éxito rojiblanco para profundizar en la herida. Es el precio que el Real Madrid paga por ser el equipo que más Champions ha ganado. Es el precio que paga por aspirar siempre a la Copa de Europa. Es el precio que paga por decir, nada más disfrutar de la Décima, que ahora va a por la Undécima. Es el precio que paga por tener una idiosincrasia empresarial, ambiciosa, que no le permite regodearse en la victoria para flagelarse en la necesidad de ganar ya la siguiente.
No celebra el Madrid los triunfos. Los festeja unas horas y ya se plantea obtener el próximo título. Es su sino. Pero ni el Real Madrid ni el Atlético habrán suspendido el curso por perder una final. Lo importante es llegar a ellas, estar en ellas, aspirar a ellas. Hace siete años, el Real Madrid caía en octavos de final de la Champions habitualmente. Ahora suma seis semifinales consecutivas y dos finales. Si pierde, porque la Champions premia al Atlético, no será un fracaso del Real Madrid. Aunque los palos de sus enemigos convertirán la decepción en desastre.
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