Ha salido Del Piero en Italia a parar los pies a Buffon; al presidente de la Juventus, Agnelli; al entrenador de la Juventus, Allegri; a Chiellini; y a todo el equipo piamontés, que en el Bernabéu maltrató al árbitro inglés. A Michel Oliver le encerraron en su vestuario del Bernabéu, estuvieron a punto de pegarle y tuvo que ser la Policía Nacional con sus escudos y Sergio Ramos con sus palabras quienes impidieron una actuación muy violenta que podría haber sido mucho más grave disciplinariamente para todo el equipo italiano. Si el colegiado ha puesto en el acta los insultos de ladrón en grado sumo que soportó durante quince minutos, la Juventus debería ser suspendida por una temporada en competiciones europeas.
Del Piero ha dicho desde su país que hay penalti de Benatia a Lucas y ha puesto a Buffon en su sitio. Le ha comentado que no puede comportarse como ha hecho. Le ha recriminado que él sí que ha sido un animal en su comportamiento. Y lo más importante es que le ha advertido al cancerbero que debería recordar lo que se calló hace un lustro en el Scudetto cuando un balón que había entrado dentro de su portería y era gol, lo vio y no dijo nada, claro, pero ese gol le dio un título de liga a la Juventus en perjuicio del Milán.
Aquí cada uno tiene su vida y su carrera y todos han pasado por situaciones como esta. La diferencia es que un italiano, Del Piero, ha acabado con la polémica y ha dicho que es penalti claro.
Lo que sucede es que el Real Madrid suscita muchas envidias, es decir, mucha admiración encubierta.
Es el signo del Real Madrid: provoca admiración y envidia. Así es a lo largo de su historia. Y lo que nos queda.
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