La lenta agonía del presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, es digna de un manual sobre cómo un político se tira por el precipio a cámara lenta sin que nadie lo empuje. Un suicidio en toda regla, largamente anunciado y en el que el interesado no se daba por aludido, a pesar de las advertencias de los demás.
Artus Mas ha conseguido llevar a Cataluña a una situación de quiebra económica que solo la ha salvado la solidaridad de los españoles, esa genta a la que tanto detesta. A hundido a su partido electoralmente en un ejercicio de irresponsabilidad política digna de un político sin escrúpulos, más preocupado en su interés personal que en el de los ciudadanos a los que representa.
Como no tenía bastante con hundir a su Comunidad y a su partido, enrolando a los catalanes en la ensoñación personal de una independencia que iba a convertir a Cataluña en una Arcadia féliz, ahora dice que la culpa de todo eso no es suya, sino de Madrid, y de algunos catalanes. La actitud propia de un cobarde que después de destrozar todo lo que le rodea, no es capaz de reconocer que se ha equivocado.
Por todo esto, que es real y que ha sucedido en una de las regiones que más prosperidad aportó al país, aunque algunas veces no se pueda comprender desde la lógica política, el señor Artus Mas debe ya irse a su casa. No se puede hacerlo tan mal en tan poco tiempo.
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