Si la nueva presidenta socialista de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, se declara heredera de José Luis Rodríguez Zapatero, que Dios nos coja confesados a los andaluces, porque la política del despilfarro y de las palabras y promesas huecas se ciernen sobre los andaluces como un maleficio del que no hay manera que podamos librarnos.
Su estreno no ha podido ser más desafortunado al pronunciar un discurso de investidura con el que ha tratado de tomar por tontos a una gran parte de los andaluces. Que diga que va a luchar sin descanso y con todas sus fuerzas contra la corrupción, quién ha formado parte como concejala del peor gobierno municipal que ha tenido Sevilla bajo la batuta de Alfredo Sánchez Monteseirín, es creer que los andaluces no tenemos memoria. No sé si Susana Díaz ha olvidado que el escándalo de los ERE nació de un gobierno del que ella formaba parte y ya entonces podría haber pronunciado este alegato contra los mangantes.
Si realmente tiene voluntad de luchar contra la corrupción debería haberlo dicho antes y dimitir como concejala cuando se conocieron los tejemanejes de Mercasevilla que destaparon toda una trama para desviar el dinero de los parados andaluces a familiares de cargos del PSOE.
Su promesa de lucha contra la corrupción no tiene ninguna credibilidad porque los hechos no le dan la razón. Como ella misma dice, digna heredera de Zapatero, aquel que decía mucho sin decir nada y que llevó a España a una de las mayores crisis económica de su reciente historia.
España Paloma Cervilla Garzónel