Yo no tengo por qué dudar de la explicación que ha dado el ya exministro de Industria, José Manuel Soria, sobre su presencia en una sociedad radicada en las islas Jersey. Él dice que no se acordaba, y debe de ser verdad y si miente, mucho peor para él, porque salir de la manera que salió para negarlo todo a sabiendas de que estaba mintiendo, es ya de un masoquismo que no me lo creo.
Al margen de las teorías conspirativas que están floreciendo sobre una maniobra política para apartar a Soria de la carrera por la sucesión de Rajoy, que pueden ser verdad, lo único cierto es que él mismo marcó su camino al matadero con una errática estrategia de comunicación absurda. ¿A quién se le ocurre salir en tromba y negarlo todo sin ni siquiera reunir toda la información para hacer frente a lo que se le estaba viniendo encima?
Nadie con un poco de sentido común inicia una gira por los medios de comunicación para explicar lo inexplicable con él único argumento de que todo era falso, cuando las evidencias decían lo contrario.
Tiene razón cuando dice que no ha cometido ninguna ilegalidad, pero su pecado no ha sido ese, sino el de la imprudencia, el de no darse cuenta de que la comunicación va a una velocidad de vértigo y de que todo lo que se dice tiene un efecto multiplicador en décimas de segundo. Por eso es tan importante el sosiego y la veracidad de lo que se cuenta.
La dimisión del ministro es un dique de contención para que la marea no llegue al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ni al PP, donde la desolación ya no tiene límites. Pero yo me preguntó por qué su círculo familiar no le advirtió del error, ¿y su hermano? ¿tampoco se acordaba de nada?
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