Por primera vez desde que ganó las elecciones generales, hace ahora cuatro meses, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy ha vivido su primera Semana de Pasión. La pérdida de apoyos en Andalucía, hasta 400.000 votantes del PP se quedaron en casa y le dieron la espalda, ha sido la primera señal de alarma de que algo no va bien. Los populares han tenido que bajarse de golpe de la nube del poder y comenzar a hacerse preguntas sobre porqué su esfuerzo reformista para encauzar la economía y situarla en la senda del crecimiento no está siendo reconocida por una parte de su electorado.
Nadie puede discutirle al presidente su afán por reconducir la grave situación económica de España, su empeño por poner en marcha importantes medidas de austeridad, su agilidad por enviar señales al mundo de que España es un país serio y que ha dejado atrás las políticas zapateristas que nos convirtieron en el hazmereír de Europa. Pero la realidad es que las terminales de comunicación para que cale el mensaje no están funcionando.
Cuando hay que escuchar a los andaluces decir que han votado al PP con la nariz tapada o que incluso han preferido no ir a votar o cuando se lamentan de una amnistía fiscal que beneficia al que defrauda y castiga al que cumple sus obligaciones con Hacienda, es que hay que replantearse algunas cosas.
Las luces rojas de emergencia se han encendido y el presidente del Gobierno ha tenido que salir hoy al rescate del PP con una intervención en abierto ante el Comité Ejecutivo Nacional para explicar su gestión en estos primeros cien días. Si hay alguien que transmite confianza y seguridad a su electorado es él. Todavía tiene el crédito de una mayoría absoluta que le dieron los ciudadanos para que hiciera precisamente lo que está haciendo.
Sus palabras han sido de un realismo dramático: “Es muy duro lo que hemos recibido, pero sabemos lo que hacemos”, “No estoy en condiciones de darle buenas noticias a los españoles”, “Hay muchas cosas que no nos gustan, pero son imprescindibles y necesarias”, “El Gobierno ha tenido que hacer cosas que a nadie le gusta hacer para corregir errores del pasado, a nosotros tampoco”. Las razones que han obligado a actuar de esta manera tan dura están claras: el Gobierno de Zapatero gastó desaforadamente desbocando el déficit público. El año pasado gastó 25.000 millones más del compromiso adquirido con la UE, comprometiendo gravemente la credibilidad de España ante los organismos comunitarios.
Ha intentado bajar a ese terreno de las pasiones humanas, donde el discurso político no tiene ningún valor y solo el bálsamo de unas palabras de afecto y comprensión pueden calmar, en parte, el malestar de los ciudadanos: “Somos conscientes de que hay muchos españoles afectados. Hay mucha gente que sabe que hay que tomar decisiones y no les gustan. Es lógico, humano y natural”. Rajoy ha reconocido que es “consciente” de las medidas “duras y dolorosas” que se recogen en los Presupuestos Generales del Estado para este año.
Sus últimas palabras han sido para pedir comprensión: “Aspiramos a tener la comprensión de los españoles”.
Los ciudadanos que votaron al PP están dispuestos a hacer el sacrificio que les está pidiendo el presidente, pero quizás no quieren, o no han querido hasta ahora, que se lo digan con tanta frialdad.
España Paloma Cervillael