Si alguien pensaba que el presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, iba a dejar tirado a Javier Arenas, después de su éxito electoral en Andalucía a pesar de no poder gobernar, es que no conoce a Rajoy.
Solo ha hecho falta que algunos cuchillos comenzaran a afilarse para que Mariano Rajoy cambiara su agenda y se plantara en Antequera para asistir a la reunión del Comité Ejecutivo Regional. Con ello ha querido tapar la boca y cortar de raíz las sugerencias envenenadas de aquellos que pidan la cabeza de Arenas, sin tener en cuenta que los tiempos en política son muy importantes.
De todo lo que ha dicho esta mañana, yo me quedo con dos cosas. Su petición de “mantener la unidad del partido” y de estar “tranquilos y serenos porque esa es la mejor forma de abordar el futuro”.
Creo que, fundamentalmente, su viaje a Andalucía solo tenía este objetivo: abortar las maniobras para echar a Arenas y pasarle muchas facturas pendientes.
A Arenas se le podrá criticar sobre si lo ha hecho bien o mal en su intento de gobernar Andalucía, pero nadie podrá discutirle que habiéndolo sido todo en política: vicepresidente, ministro y secretario general del PP, regresó a su tierra para empezar de cero y llevar al PP a ganar unas elecciones, una victoria imposible e impensable hace ahora ocho años. Podría haberlo dejado todo, buscarse un cargo bien remunerado en alguna empresa privada, pero su vocación política pudo más que todo eso. Otros, abandonaron.
Ahora, cuando tiene que reinventarse, una vez más, que nadie crea que su sucesión la pilotarán otros. Será un asunto de ellos, de Rajoy y de Arenas. El presidente ya lo ha advertido con esta visita inesperada a Andalucía: la última palabra, la tengo yo.
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España Paloma Cervillael