A Mariano Rajoy ya no hay quién le tosa en el PP. Es cierto que ya hace tiempo que es el amo y señor de un partido que, en los últimos ocho años, ha ido forjando a su manera. Sin embargo, el proceso de designación de los candidatos que forman parte de sus listas electorales reflejan su capacidad para perdonar algunas críticas, no todas, y premiar lealtades. Ha hecho las listas cuando ha querido, en un solo día, el 14 de octubre y sin ninguna filtración que no controlara. El viernes ha sido un día de infarto para los que aspiraban a estar, "te enterarás tú antes que yo", me comentaba sonriente un diputado a la espera de que el teléfono sonara. "No sé nada, dicen que….(y no digo el nombre) va de número dos, pero tampoco lo sé", decía otro. "Qué nadie te diga que va a estar porque yo no lo he visto", me bramaban desde el teléfono. Un ataque de nervios que solo duró un día. Son los tiempos de Mariano.
Supongo, que lo más gratificante habrá sido recompensar a quiénes siempre han estado a su lado. Por eso les dió un trato distinguido anunciando su designación un día antes, el jueves, para desconcierto del presidente del Comité Electoral de Madrid, Ignacio González, que esa misma mañana había asegurado que nada se sabría hasta el viernes cuando él convocara el Comité Electoral de Madrid. Pues iba a ser que no y Rajoy lanzó los nombres en un golpe de autoridad y un querer decir: "Soy yo el que decido el cómo y el cuándo". Han pasado los tiempos en que Madrid ponía condiciones al presidente nacional del partido.
Los primeros cuatro afortunados han sido, sobre todo, los que nunca le abandonaron, después de la conmoción de la pérdida del poder tras los atentados del 11-M. Soraya Sáenz de Santamaría, número dos de la lista por Madrid, a la que puso a lidiar con el Grupo Parlamentario y a la que muchos negaron la autoridad y la preparación para poner otro rumbo a la estrategia en el Congreso. Ninguneada por muchos de los suyos, Soraya se puso el mundo por montera y, con el respaldo de Rajoy, enderezó el camino de la oposición que los ciudadnos le habían marcado. Ana Mato, la vicesecretaria de Organización y Electoral, a la que repescó de Bruselas en 2008 para que le ayudara al frustrado asalto al poder en este año electoral. Alberto Ruiz-Gallardón, el alcalde de Madrid que lloró su obligado exilio de las listas de 2008 cuando Esperanza Aguirre le cerró el paso. Hoy, el alcalde ha recuperado el brillo que siempre ha querido tener y es la baza de Rajoy para captar el voto más centrista que le lleve a La Moncloa. Y Miguel Arias Cañete, el ex ministro de Agricultura con el que ya compartió fracaso en la frustrada candidatura de Antonio Hernández Mancha, y que se quedó a su lado encendiendo la luz de la sede del partido aquellos días de abril de 2004, cuando tuvieron que empezar de nuevo con esa inmensa soledad política que da la pérdida del poder.
De su capacidad de perdón hay ejemplos notorios. El indulto ha llegado para Cayetana Álvarez de Toledo, Ignacio Astarloa, Gabriel Elorriaga y Carlos Aragonés, destacados "aguirristas" que muchos veían fuera de las listas, pero no ha sido así. Muchos no entienden por qué los ha mantenido a ellos y no a Gustavo de Arístegui, que también cuestionó su liderazgo y que nadie ha querido acoger en sus listas, sus razones tendrá.Este indulto se puede explicar como un gesto de querer ser generoso en la victoria, no hacer más sangre de la necesaria cuando se va a llegar al poder y permitir que todos disfruten del festín que vaticinan las urnas.
De este cóctel de gratitud, generosidad y autoridad han salido unas listas que son una exhibición de fuerza de Mariano Rajoy, aquel señor gris, sin liderazgo, que había que sustituir porque nunca llevaría al PP al poder.
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España Paloma Cervillael