Si el expresidente José María Aznar quería ensombrecer ayer la despedida de Mariano Rajoy, consiguió el efecto contrario. Convertirla en un adiós lleno de elegancia y lealtad, frente a un discurso lleno de deslealtad y reproches velados de un zombi Aznar, totalmente fuera de la realidad.
Una pena que quien fue un buen presidente del Gobierno, con sus sombras, por supuesto, transmitiera ayer una patética imagen, que ha sido más objeto de burla que de la merecida consideración que debe tener por el cargo que ostenta: expresidente del Gobierno. Lamentablemente, nadie lo tomó en serio.
Rajoy se fue, o mejor dicho, ya se ha ido. No tenía otro camino si quería contribuir a la renovación del Partido Popular y facilitar su regreso al poder. Y lo hizo de una manera muy diferente a la de su antecesor: sin imponer su “dedazo” sobre nadie y prometiendo “lealtad” a su partido. Dos actitudes de las que no puede presumir Aznar.
Quien dejó a Rajoy una herencia envenenada de corrupción no puede venir ahora a ofrecerse para liderar la reconstrucción del centro derecha español.
La indignación ayer entre los populares era evidente, sobre todo por el alto precio que han tenido que pagar por esa herencia envenenada que les dejó, y que tiene nombres propios: Jaume Matas, Ana Mato, Eduardo Zaplana, Rodrigo Rato, Francisco Correa, Luis Bárcenas ….
Aznar, con sus palabras, solo se ha hecho daño a sí mismo, y empequeñecer su figura. La gestión de Rajoy, sobre todo la económica, será valorada cada vez más. Con sus defectos, fue un gran servidor público y un hombre de Estado.
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España Paloma Cervillael