Cualquier causa, por muy noble que sea, que para defenderse tenga que recurrir al insulto, termina por perder la razón, si es que en algún momento la hubiera tenido. Esto es lo que ha sucedido hoy en la concentración de las víctimas del terrorismo para protestar por la derogación de la doctrina Parot, de la que he salido con una mezcla de tristeza y desolación.
Frente a la digna y responsable actitud de la presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza, que frenó cualquier grito de “Rajoy, traidor” o de descalificación al Gobierno, pidiendo respeto, hay que lamentar la de unos cuantos, que no todos ni de forma unánime, que en su sinrazón llegaron a calificar de “asesinos” a los miembros de la cúpula del PP: Carlos Floriano, Javier Arenas y Esteban González Pons y a los representantes del PP vasco, Arantza Quiroga, presidenta, y al secretario general Iñaki Oyarzábal.
Para algunos de ellos fue “tremendo” escuchar esta acusación. Ellos, que van con escolta por ser del PP y que han tenido que enterrar a muchos de los suyos, no entendían cómo se ha podido llegar a esto.
Pero lo cierto es que ha sucedido. Quizás se podían haber hecho las cosas de otra manera, o explicarlas mejor, pero no hay justificación para lo que sucedió ayer. Y lo que es peor, mientras a unos del PP los insultaban, otros, como Jaime Mayor Oreja o Esperanza Aguirre, llegaban entre el aplauso popular. Nunca se debieron escenificar las dos almas del partido y todos deberían haber llegado juntos a la concentración y defender que solo hay un PP.
Nadie, en su sano juicio, puede pensar que el PP o el Gobierno de Rajoy quiere hacer daño a las víctimas, pero lo cierto es que se ha inoculado un virus en un sector de sus votantes que corre el peligro de convertirse en epidemia. Un virus alentado por aquellos que cabalgan a lomos de las víctimas para conseguir reconocimiento social o la popularidad que no quieren dejar de tener.
España Paloma Cervilla Garzónel