Hoy hemos visto a Mariano Rajoy en estado puro. El día en el que todas las miradas estaban puestas en la reunión del Comité Ejecutivo Nacional del PP, el presidente del Gobierno en funciones ha vuelto a driblar las exigencias de Albert Rivera y ha venido a decir que negociará, o no, y depende qué. En román paladino, que a él nadie le impone nada, y menos un partido con 32 diputados frente a sus 137, como es Ciudadanos.
A Rivera no le queda más remedio que tragar, porque por mucho que digan, hoy Rajoy ni ha dicho que día se va a someter a la investidura y si acepta o no las seis exigencias de Ciudadanos, como le había pedido Rivera. Él va a la suyo y, de entrada, ya ha conseguido, primero, que Rivera le levante el veto y lo acepte como candidato; segundo, que abandone el “no” y pase a la abstención.
Una semana después del ultimatum de Rivera, Rajoy sigue ganando tiempo. Mañana se reúne con Rivera y tiene pendiente otra cita con Pedro Sánchez para preguntarle que qué va a hacer para desbloquear la situación.
Si Rivera se pensaba que Rajoy se iba a plegar de inmediato a su desafío, se equivocaba. Las cosas en política no van de chantajes y la lucha contra la corrupción está muy bien, y el PP debe de hacer más. Pero lo que no es de recibo es que solo se le exija al PP que ponga orden en su casa y se pasen por alto los casos del PSOE y de Podemos. ¿O es que los ERE y los dinerillos que llegan de Venezuela son pecata minuta?
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España Paloma Cervillael