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Blogs Notas del Espía Mayor por Javier Santamarta del Pozo

El donoso escrutinio

El donoso escrutinio hecho por los bomberos de Faherenheit 451, versión de Ricardo Sánchez «RIsconegro Creatividad»
Javier Santamarta del Pozoel

«Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio». Así debiera pensar la buena y simple ama de Alonso Quijano, cuando llamó al cura y al barbero para que les ayudaran, a ella y a la sobrina, a expurgar la maldita biblioteca donde seguro que entre tanto pliegos, tomos y papeles, se escondía algún tipo de encantador que volvió loco a su señor. ¿Recuerdan aquel capítulo sexto de la inmortal obra (el manido tópico es inevitable e imprescindible) de Cervantes? En la que se hace donoso y grande escrutinio de lo que más que biblioteca, parecía hábitat del demoño. El peor de todos. Ese del que no hay exorcismo posible una vez que te posee. Y que debe de tener esa parte que Lucifer, el que llevaba la luz, el más hermoso de los ángeles, aún guarda de divino. Pues hasta el más grande de nuestros reyes, mi señor don Felipe, segundo de su nombre, rey de las Españas, del que orgulloso soy su Espía Mayor, cayó en tal dichoso vicio, siendo gran lector y mejor recolector de obras y libros que aún hoy son pasmo de visitantes a su biblioteca sanlorentina en el Real Sitio.

Quema de libros nazis delante de la Ópera. De Bundesarchiv, Bild 102-14597. Georg Pahl.

La frase, empero, con la que empiezo, es de otra obra que nos recuerda que esa manía de querer purificar con el fuego lo que nos produce aversión, miedo u odio, es de la obra de Ray Bradbury Fahrenheit 451, que tan popular se hizo tras la no menos inquietante película basada en tal libro, de François Truffaut. Una distopía donde los bomberos lanzan llamas y no agua por sus mangueras, para llevar a esa temperatura en la que el papel empieza a arder. Bien habrán entendido que todo esto no viene sino a la tendencia en alza que el presunto buenismo y la llamada corrección política, está haciendo en un revisionismo que es lo más parecido a un Auto de Fe inquisitorial, o a aquella ordalía que fue la quema de libros en la Plaza de la Ópera en Berlín el 10 de mayo de 1933.

Cuando hace dos años leímos la noticia de que Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, y Las aventuras de Hucleberry Finn, de Mark Twain, fueron retirados de los planes de estudio de una escuela de Minnesota, en Estados Unidos, nos pareció poco más que una anécdota sin trascendencia. Según se quería justificar, los dos libros contienen «críticas raciales» que podían hacer que los estudiantes «se sintieran humillados o marginados». Y es que el uso de la palabra «nigger», sería como se llama despectivamente a las personas negras (lo siento, pero yo el presunto eufemismo de color no lo escribo ni así tenga todo el movimiento Black Lives Matter haciéndome un escrache), y que vendría a ser algo así como negrata. Sorprende sin embargo, el uso que los propios usan en las canciones raperas o entre ellos, como podemos ver en series tan exitosas como The Wire. Tal vez porque, como digo, el asunto está en la forma del uso. Pues a los que, por ejemplo, somos cojos, mientras que no se añada algo como un «de mierda», es hasta preferible a lo de minusválido, discapacitado o lo de persona con movilidad reducida. ¡Cojo, leñes! Como Quevedo y el Conde de Romanones.

El donoso escrutinio, según el inmortal Mingote, en una serie filatélica sobre el Quijote.

Porque, volviendo a la literatura, ¿vamos a quitar de nuestros planes de estudios al Quijote porque no hace más que referirse y hablar de moros. Y no siempre de manera descriptiva, sino despectiva. Como cuando le dicen que un tal Cide Hamete Benengeli ha sido el autor de la segunda parte que circula (lo de don Miguel rompiendo la cuarta pared, o la realidad con la ficción, es de una modernidad pasmosa), y nuestro hidalgo dice sobre el tal plagiador que por el nombre no podía ser otra cosa que un moro, y «de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas». ¡Esto no lo arregla ni el mago Frestón apareciendo para llevarse de los ejemplares quijotescos las incontables veces que aparece la palabra de marras! Pero, no se lo tomen a broma, es la tendencia que estamos viviendo. Y los nuevos censores ya llaman racista a JRR Tolkien (se ve que no había metido suficientes razas, o es que hay algún partido reivindicativo de los orcos Uruk-hai, ¡qué sé yo!); y a JK Rowling el que es una transfóbica tras unas declaraciones suyas. Porque lo de la libertad de expresión va según si lo que expresas está acorde a lo que el Neopuritanismo piensa, claro. Y estoy esperando en nada el que retiren la obra de Antonio Machado por pedófilo (y Lewis Carroll, calienta que sales), ya que su gran amor Leonor tenía 13 años, y él, 32. O de Pablo Neruda de señoro machista heteropatriarcal maltratador, por lo que hizo, no ya con su mujer, sino con su hija enferma a la que despreciaba y a las que abandonó.

«Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos imaginar para hacer que una mujer permanezca en una casa que arde. Ahí tiene que haber algo. Uno no se sacrifica por nada» Ray Bradbury. Fotograma de la película de Truffaut.

Y es que conviene no acercarse mucho a las biografías de los autores, de los artistas, pues corremos el riesgo de confundir a la persona con su obra. Y aunque parezca una jugarreta de las Musas, a lo mejor a quien otorgan sus dones es a quien merecería quién sabe qué castigo. Tolstoy era un pervertido sexual, y Rousseau, que tanto se le cita en temas de educación, abandonó a sus cinco hijos al hospicio según iban naciendo. A mí nadie me va a quitar las ganas de leer a Nabokov, a Rimbaud, Lucía Berlín, Ezra Pound o a Brecht. Y me parece muy bien que haya ediciones con introducciones, estudios previos, prólogos sesudos, o notas a pie de página. Pero no sigamos esta locura que se está cebando también con películas, estatuas e iconos de todo tipo porque, volviendo a citar a Bradbury, «vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol». Y la lluvia moja y el estiércol huele mal como mierda que es. Pero sin ambas cosas no tendríamos las maravillas que llenan tantos anaqueles con versos e historias hechas por personas que, bien fueron fruto de su tiempo, bien eran ahorcables al alba, pero que su obra será inmortal.

Mal que les pese a muchos, muchas y muches.

 

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