Dicen que estamos en una guerra. Y que sois, que somos, soldados. Perdonadme si me pongo hoy algo escatológico, pero ¡y un cubo de guano caliente derretido con tropezones de bostas! No tienen ni idea de lo que dicen y son unos inconscientes por decirlo. Y sí, para colmo uno de los que lo ha dicho ha sido nada menos que el JEMAD, o sea, el Jefe de Estado Mayor de la Defensa. Pero no, mi estimado general. Ni esto es una guerra, ni «todos somos soldados». Y parece mentira que sea usted quien lo haya dicho. Soldados son los casi 9.000 miembros de las tres armas, de la UME, y de la Guardia Real, que están haciendo una labor como es habitual en ellos, envidiable. Demostrando profesionalidad como siempre han hecho. Como los civiles médicos, sanitarios, farmacéuticos… siendo un grupo de profesionales entregados también a lo que es su vocación, de manera admirable. O los repartidores, camioneros, limpiadores, barrenderos y comerciantes… engranajes esenciales para que esta sociedad siga viviendo como en ninguna crisis parecida. Personas a las que agradecer, y mucho, su labor diaria.
¿Oyen ustedes las sirenas ululantes que avisan de un bombardeo aéreo en sus ciudades? Sí, como en las pelis esas de la Segunda Guerra Mundial. Yo tuve la desgracia de oírlas varias veces en los Balcanes, y la primera vez aún no supe cómo iba vestido con lo primero que pillé, mientras intentaba calzarme a saltos mis puñeteras botas ortopédicas para bajar al refugio. ¿Ven en las satinadas noches sin polución las mesmerizantes estrellas fugaces que son las balas trazadoras? ¿U oyen como si de un sordo golpe indescriptible se tratara, la caída de obuses? ¿No saben si salir a la calle les supondrá secuestrarles y llevarles detenidos, para ser puestos alineados contra una pared, ya cientos de veces agujereada salpicada de sangre negra, donde será la suya la siguiente tras por un momento, musitar una oración o recordar una cara amada que no volverá a ver? ¿Oyen a sus vecinos destripados, recogiéndose sus intestinos con cara de terror, mientras que intentan gritar, sin voz apenas, como en una letanía, «mamá… mamá…», sabiendo que no puedes hacer nada y el siguiente puedes ser tú?
¡Pues entonces NO estamos en una guerra!
No, mi general. No nos liemos ni liemos a los españoles ni a los familiares de los, hasta la fecha de publicación de esta Nota del Espía Mayor, 12.500 muertos. Que no bajas de ninguna guerra irregular, regular o mediopensionista. Víctimas de un maldito virus, tal vez de una gestión del Gobierno que habrá que fiscalizar, de la ineficacia de unos organismos internacionales a los que pedir cuentas, del peor egoísmo de unas naciones que han dejado de ser solidarias, y de todas la teorías conspiranoias que se quiera. Pero esto no es una guerra. ¡Es una charranada! De las peores. Que ha acabado con seres queridos. Que tienen a decenas de miles de familias en vilo por los suyos. Que millones de autónomos y contratados andan sin saber si sobrevivirán sus negocios o puestos de trabajo a la crisis económica que nos dará en los morros como bienvenida cuando bajemos a la calle liberados del confinamiento.
Un confinamiento que nos empeñamos en hacer épico, y por eso el lenguaje es tan importante. Haciéndonos sentir como en una trinchera, defendiendo la salud con nuestro heroísmo y arrojo, al quedarnos en casa. Francamente, tanto lirismo empieza a parecerme algo cargante. Por no decir, indecente. Que sí. Que será un drama convivir con tu familia. Que la convivencia es muy complicada. Que además mucha gente vive en casas que no están hechas a tener overbooking 24 horas de aforo. Que un baño para toda una familia es un engorro. Que hacer acopio de papel higiénico se ha convertido en el tesoro más solicitado. Y que los que tienen perros son unos hideputas con esos paseos, que ya lo podrían hacer en sus casas los chuchos, que para eso estamos todos luchando contra la pandemia, unidos como nunca, y eso, de paseete.
Nuestro presidente, Pedro Sánchez, ya nos ha exhortado diciendo que «ahora toca de nuevo implorar sacrificio, resistencia, moral de victoria». Como un nuevo Churchill nos recuerda que «son días muy difíciles para todos. Que ponen a prueba nuestra serenidad». Y yo le digo que sí. Y que la oposición arrimará el ascua a su sardina para sacar tajada y que los partidos del poder dirán que la culpa no era mía, ni de dónde estaba ni cómo vestían con guantes de látex en un aciago día de marzo, donde unos hacían mítines patrióticos, y otros manifas reivindicativas. Y entre todos la vestimos de largo para ahora no centrarnos en lo que debería de ser, ya que no pudo haber sido.
Pero dejen de hablar de guerras. Siquiera por el recuerdo de generaciones que les tocó desembarcar en las playas de Normandía, desangrarse entre hermanos en las riberas del Ebro, o vivir en un espacio de 2×2 hacinados con ratas, sin poder hacer tus necesidades pues era mejor hacértelo encima y vivir, que salir para dejar tu cuerpo olvidado entre el pisoteado barro. Como en esas trincheras de esa película que tanto ha gustado, la de 1917, que no nos muestran más que por encima aquellos que morían por tifus, se le gangrenaban los miembros, o tras meses de confinamiento sin saber si tu cuerpo quedaría enredado entre los campos de alambres de espinos, a los que decidían salir de la trinchera, sin armas, para que desde el otro lado alguien se apiadara y le descerrajara un tiro en la cabeza, acabando por fin con el sufrimiento.
Esta nota de hoy lunes no es amable. Y siente quien lo escribe la tristeza de tantos miles de muertos y de familias rotas. Pero dejemos de hacernos los héroes mientras decidimos cuál de las plataformas que tenemos en nuestras teles de 42″ vamos a ver; a qué hora es la quedada en Skype o en Zoom con un gintónic, o si los críos tienen suficientes juegos de la Play, mientras abrimos al repartidor de Telepizza y nos llega un libro por Amazon. No, no minimizo sufrimiento alguno. Pero empecemos a poner los términos en la justa medida de lo que estamos todos sufriendo de una u otra manera. A lo mejor eso nos hace resistir mejor y darnos cuenta de que podremos con ello, más que con coreografías monísimas, y con canciones reiterativas hasta la nausea. ¡Tómense esa copa con los amigos en plan virtual! Jueguen con sus hijos tirados en el suelo. Llamen todos los días a sus padres. Vean comedias y lean ese libro que siempre quisieron leer. Y vayan pensando en cómo salir de ésta. Sin olvidar a los que quedaron atrás.
Les hago espoiler del final. ¡Saldremos!
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