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1.332 millones de km. cúbicos de agua en los océanos

José Manuel Nieves el

1.332 millones de kilómetros cúbicos. Esa es la cantidad total de agua que contienen los océanos de la Tierra, según los últimos cálculos realizados por la Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI), en Massachussetts, una institución privada que desde 1930 se dedica a investigar las relaciones entre las masas de agua y el resto de nuestro planeta.

“Si quieres saber cuánta agua hay en el mundo -asegura Matthew Charette, miembro de un equipo encargado de “auditar” los mares de la Tierra-, busca en Google y obtendrás cinco cifras diferentes, la mayoría de ellas valores de hace 30 ó 40 años”.

Pero esa indeterminación se acabó. Utilizando cuidadosas mediciones realizadas con satélites, Charette y sus colegas han conseguido los datos más precisos que se tienen hasta ahora sobre el volumen de agua que contienen los océanos, y también de sus profundidades. Los resultados de la investigación se publican este mes en la revista Oceanography.

Unos resultados sorprendentes, por cierto. Entre ellos, el hecho de que el volúmen total de los océanos, 1.332 millones de kilómetros cúbicos, ha resultado ser algo menor de lo que se pensaba. La diferencia, aunque supone apenas un 0,3% menos de lo que se calculó hace tres décadas, representa sin embargo un volumen equivalente a cinco veces el Golfo de México, lo que a escala humana sí que resulta representativo.

En cuanto a la profundidad oceánica, Charette halló que tiene una media de 3.682,2 metros, entre 21 y 51 metros menos de lo que arrojaban las estimaciones anteriores.

Los investigadores confiesan también haber quedado perplejos por la exactitud de algunos de los datos obtenidos en otras épocas, cuando las técnicas disponibles para medir la profundidad oceánica eran realmente rudimentarias. Un buen ejemplo es el de John Murray, que en 1888 calculó (con apenas un 1,2% de error) el volumen oceánico multiplicando su área por las profundidades que él mismo fue midiendo por medio de una cuerda con pesas en su extremo que iba lanzando por la borda de un barco.

Los números de Murray, pues, aunque ligeramente mayores, resultaron ser de una más que satisfactoria precisión. Una precisión que aumentó a partir de la década de 1920, con la incorporación del sónar a las investigaciones. Y que ha alcanzado su apogeo en la actualidad gracias al uso de satélites.

Lo cierto es que, por lo menos hasta el momento, el progresivo aumento en la precisión de los datos se ha venido traduciendo en una reducción de las dimensiones calculadas previamente. Por supuesto, esto no quiere decir que nuestros océanos se vayan encogiendo a medida que pasa el tiempo, sino que cada vez somos más capaces de localizar cordilleras submarinas y otras formaciones geológicas que, ocupando el lugar que correspondería al agua si no existieran, “restan” algo de volumen al total.

Las mediciones con satélites revelan, según el geofísico Walter H.F. Smith, coautor del estudio, que los fondos oceánicos son “más irregulares y montañosos de lo que se había imaginado”. Por eso, y a medida que las técnicas permiten más precisión, el volumen oceánico total tiende a disminuir.

El proyecto de Charette y Smith cubre la práctica totalidad de los océanos del mundo, excepto algunas zonas del Ártico que están permanentemente cubiertas por el hielo. El resultado es un “nuevo mapa global” de los océanos. Un mapa, sin embargo, que aún puede ser mejorado.

De hecho, explica Smith, existe un problema con la resolución de las cámaras de los satélites que han utilizado para las medidiones: “Sólo estamos viendo las montañas realmente grandes, y además de forma borrosa. La resolución de nuestros mapas es quince veces peor de los que tenemos de Marte y la Luna”.

Por eso, añaden los investigadores, se necesitan más datos obtenidos desde barcos para “afinar” los resultados de los satélites. Y hasta ahora, por medio de sónar y de otros instrumentos a bordo, apenas si se han cartografiado el 10% de los fondos marinos de la Tierra.

Haría falta un barco que realizara mediciones durante 200 años (o diez barcos que lo hicieran durante veinte), para medir todo el fondo marino, según estimaciones de la U.S. Navy, “lo que supondría un gasto de unos 2.000 millones de dólares. La NASA -se lamenta Smith- gasta más de eso para enviar un solo satélite hasta la luna de Júpiter Europa”.

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