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Zapatero, comparsa en Libia

Luis Ayllón el

Stephen Zweig que relató como nadie el convulso momento de la Europa de entreguerras, decía que “cada vez que el tiempo avanza veloz y se precipita, aquellos que saben lanzarse a las olas sin vacilar toman la delantera”. Eso es, sin duda, lo que ha hecho Sarkozy en la crisis Libia. Y lo que no ha hecho Zapatero.

 

Porque la política exterior española en este asunto no está siendo especialmente activa. España, por su situación estratégica de cercanía al Magreb y  por la dependencia que tenemos del petróleo libio –un 13 por ciento de nuestro consumo procede de allí- estaba llamada a desempeñar un papel más relevante. La situación de debilidad en que se encuentra el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero y su complejo pacifista provoca que España esté siendo, en la práctica, un mero comparsa en las decisiones que toman otros.

 

En la crisis de Irak, hace ocho años, el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, se encontraba en el centro de la toma de decisiones políticas. Cuando llegó la hora de la acción militar, sin embargo, todo quedó en manos de estadounidenses y británicos. Se podrá aplaudir o criticar la actuación de Aznar y discutir si se actuó o no de acuerdo con la legalidad, pero lo cierto es que el nombre de España sonó aquellos días por todo el mundo. Había un diseño claro de política exterior, cuyo objetivo era situar a España como un pivote sólido en la relación trasatlántica con Estados Unidos.

 

Hoy, pese a que Zapatero decidió el envío de barcos, aviones y medio millar de soldados españoles a la guerra de Libia, España no está presente a la hora de tomar iniciativas. Sarkozy y Cameron han asumido ese papel, mientras Obama trata de marcar distancias con su predecesor George Bush a la hora de intervenir militarmente en otro país. Merkel, influida por la cercanía de unos comicios, es quien echa el freno en Europa al entusiasmo de franceses y británicos. En cualquier caso, ellos cuatro fueron quienes protagonizaron la videoconferencia del lunes para preparar la cita del martes, en la que, al menos, parece haber quedado claro que el objetivo es que Gadafi abandone el poder.

 

Eso mismo es lo que Zapatero, en un arranque de responsabilidad, dijo en aquella comparecencia llena de ardor guerrero que hizo junto a Ban Ki-moon en La Moncloa, anunciando la participación española en la operación para hacer cumplir la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Después, cuando desde Washington se empezó a dudar de si la meta debía ser echar al dictador, Zapatero, fiel seguidor de Obama, dio marcha atrás. Ahora, su ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, a la vista de las últimas declaraciones de norteamericanos, franceses y británicos, vuelve a apuntar la idea de que hay que “facilitar” las cosas para que Gadafi abandone Libia una vez que haya dejado el poder. Para ello, considera que hay que aumentar la presión política y militar y que el tirano no puede formar parte del futuro de Libia.

 

Si esas palabras hubieran sido dichas hace meses, la credibilidad de España ante quienes desde Libia quieren derrocar a Gadafi, sería hoy mucho mayor. Pero el Gobierno, pese a su implicación en la acción militar, no ha sido capaz de articular un discurso permanente y de hacerlo valer ante los miembros del Consejo Nacional de Transición, con quienes sus contactos han sido más bien discretos, por más que la ministra asegure que son casi diarios.

 

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