Una escena que he vivido en varias ocasiones al cubrir informativamente un viaje al extranjero de los Reyes o de los Príncipes de Asturias es la siguiente: la gente de la calle, al ver el revuelo que se forma en el lugar donde se va a celebrar un acto del programa de la visita, suele preguntar qué es lo que pasa. Cuando se le contesta que va a llegar el Rey de España, la Reina o los Príncipes, raro es quien se aleja de allí antes de poder verlo con sus propios ojos. Y lo mismo sucede cuando se trata de los Emperadores del Japón, de la Reina de Inglaterra, de los Reyes de Dinamarca o del Príncipe de Mónaco, por ejemplo.
Dudo de que esa situación sea la misma si a quien pregunta se le dice que se espera la llegada del presidente de Letonia o de Honduras o, incluso, del presidente de Alemania. Sólo Estados Unidos, Rusia o algunos países en función de la personalidad de quien ostente la presidencia en un determinado momento, pueden competir en tirón con la más pequeña de las Casas Reales.
No es un argumento de peso, desde luego, para posicionarse a favor de la Monarquía frente a la República, pero es algo a tener en cuenta cuando algunos plantean la apertura de un debate que no conduce a ningún sitio. No hace falta ser monárquico para darse cuenta de que lo que le conviene hoy a España es continuar con un sistema que ha funcionado adecuadamente en las últimas cuatro décadas. Así lo han entendido los dirigentes de los dos principales partidos de la oposición –PP y PSOE- y hay que alabar su sentido de Estado.
Conviene no olvidar lo que han supuesto los años del Reinado de Juan Carlos I para la imagen de España más allá de nuestras fronteras. Hace sólo unos días el presidente de México, Enrique Peña Nieto, subrayaba ese aspecto al calificar a Don Juan Carlos de “líder visionario” que abrió España al mundo.
Son innumerables las ocasiones en que la actuación del Rey ha sido clave a la hora de explicar hacía dónde se dirigía España, comenzando con su primera gira al exterior que le llevó a Estados Unidos y que sirvió para que los gobernantes y parlamentarios de ese país se convencieran de su voluntad de llevar a España por la senda democrática.
Después, viajes inolvidables, como los realizados al Reino Unido o a Marruecos, o su continua presencia en América Latina, que incluyó el impulso a las cumbres iberoamericanas en las que su asistencia ininterrumpida daba lugar a numerosas muestras de afecto y reconocimiento por parte del resto de los mandatarios. Sin olvidar la especial relación con las Monarquías árabes, que tantas veces ha resultado clave para muchas empresas españolas.
Ese capital de relación política acumulado en esto 39 años en la Jefatura del Estado no puede ser echado por la borda alegremente, abogando por la vuelta a un sistema republicano que no ha sido precisamente un modelo de éxito cuando se ha experimentado en España.
Y, además, porque quien asume ahora la Corona reúne suficientes cualidades como para pensar que será capaz de seguir el sendero marcado por su padre. Su presencia en los últimos 18 años en 69 tomas de posesión de presidentes de América Latina es sólo una muestra de que el futuro Rey de España no es un desconocido en la esfera internacional. A ello hay que añadir otros viajes por todo el mundo y que la mayoría de los dignatarios que han pasado por España han tenido ocasión de conversar con Don Felipe. Ya tiene el rodaje hecho. ¿De que hipotético presidente de República podría decirse lo mismo?
Felipe VI