Desde que hace algo más de tres años José Manuel García-Margallo llegó al Ministerio de Asuntos Exteriores han sido nombrados 113 embajadores, lo que supone la renovación de la inmensa mayoría de las representaciones diplomáticas. De ellos, sólo ocho son mujeres, un dato que, entre las diplomáticas no pasa desapercibido y, en algún caso, provoca cierto malestar, ya que se trata de un porcentaje bastante reducido -en torno al siete por ciento- si se tiene en cuenta que un 22 por ciento de los funcionarios de la Carrera Diplomática son mujeres.
La incorporación de la mujer a la Carrera Diplomática en España es bastante tardía. Sólo a comienzos de los años noventa, las promociones de nuevos diplomáticos comenzaron a contar con un número de mujeres similar al de hombres. Hasta entonces, las diplomáticas no llegaban al medio centenar. Hoy, como se señalaba recientemente en The Diplomat in Spain, son 220 –frente a 750 hombres- y su presencia en las Embajadas y en los Servicios centrales del Ministerio de Asuntos Exteriores es cada vez mayor.
Sin embargo, el acceso a las jefaturas de Misión es todavía bastante limitado. En ello influye que, como consecuencia de esa tardía incorporación, los años de carrera acumulados por las diplomáticas no siempre son suficientes para ser nombradas embajadoras, pero también es verdad que hay un buen número de mujeres que ya lleva una veintena de años o más de carrera, y reúne todas las condiciones para ocupar esos puestos.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y, de manera especial su vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, empeñada en una cruzada por la paridad, trató de corregir el desequilibrio por la vía rápida, estableciendo una especie de sistema de cuotas para favorecer el nombramiento de mujeres embajadoras. La operación no gustó a todo el mundo. Y no solo a los varones de la Carrera Diplomática que veían como accedían a las jefaturas de misión compañeras con experiencias profesionales mucho menores que las suyas, simplemente por el hecho de ser mujeres, sino tampoco a muchas de las propias diplomáticas. Algunos de ellas rechazaron los ofrecimientos porque consideraban que se les hacía llegar para desarrollar una determinada política, sólo por el hecho de ser mujeres y no por su valía profesional. Además, buena parte de las ofertas correspondían a embajadas en países africanos o asiáticos que no eran aceptadas porque las elegidas, prefería, por razones familiares, especialmente hijos en edad escolar, otros puestos de menor rango en representaciones diplomáticas con condiciones de vida menos penosas.
De la Vega continuó con su política, que incluía que por cada embajador fueran nombradas dos embajadoras, aunque muchas no llegaran a los veinte años de carrera, que es más o menos el momento en que se suele acceder a una jefatura de misión.
De aquella situación se ha pasado a un cierto déficit de mujeres en la lista de embajadores. En la actualidad, de los 118 jefes de misión, sólo diez son mujeres y dos de ellas están a punto de abandonar sus puestos: Anunciada Fernández de Córdova, en Eslovenia; y Cristina Díaz, en Senegal.
De las ocho mujeres nombradas embajadoras desde la llegada de García-Margallo, dos ocuparon altos cargos en el anterior Gobierno. Se trata de María Jesús Figa (ex subsecretaria de Exteriores), en Finlandia; y Milagros Hernando (ex directora del Gabinete de Internacional de la Presidencia del Gobierno), en Líbano, ambas con una dilatada experiencia profesional. El resto son: María Jesús Alonso, en Ghana; Aurora Mejía, en Bosnia; Julia Olmo, en Angola; Carmen Moreno, en Tailandia; Silvia Cortés, en Albania; y Ana Menéndez, en la representación ante los organismos de la ONU en Ginebra.
Ninguna de ellas ocupa, como puede apreciarse, embajadas de las consideradas de primer nivel, algo que, tampoco ha sido frecuente en años anteriores, al contrario de lo que sucede con países de nuestro entorno. En España, hay en la actualidad una veintena de embajadoras de las 118 legaciones extranjeras acreditadas.
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